Pesadilla de una Vida Adolescente (Parte II)

in adaptacion •  7 years ago 

Comenzaba a adaptarme cuando ocurrió el incidente de la escuela, cuando la maestra me confesó en medio de todos mis compañeros en el salón de clases. Volvieron a perseguirme las miradas que me hacían tanto daño, que me hacían estar consciente de esa sombra oscura y fría que marcaba gran parte de mi vida y que seguía latente y amenazadora sobre mí sin permitirme abandonar la cáscara de la que me había recubierto y que no me permitía comenzar a ser yo.

Ocurrió otro cambio con el que me sentí agradecida como había ocurrido con el anterior, me cambiaron de escuela, pero esta vez me propuse poner de mi parte ya que comenzaba a pasar a otra faceta y debía proponerme ser más dueña de mi misma. Desde aquella época había permanecido en una especie de letargo del que debía comenzar a salir, tal como me lo había dado a entender el señor con el que la abuela me llevó.
El nuevo cambio estuvo bien hasta que la abuela me trajo a la ciudad y me encaró con mi progenitora y mis dos hermanos esperando volver a marchar, pero esta vez sola, sin mí.
Mi resistencia a que me dejara allí fue total, pero no la exterioricé más que levemente... Quizás mi progenitora me habló en ese instante y siguió haciéndolo después, pero yo no la escuché. Si en algún momento dejé de escuchar inconscientemente, con ella comencé a hacerlo lo más consciente que pude.
Mis hermanos me miraban mucho, pero no decían nada. Con ellos comencé a acostumbrarme a que me miraban de ese modo... Cuando se me ocurría fijarme en mi progenitora veía en ella un rostro agradable, siempre dispuesta a complacerme y a ganar puntos conmigo, pero si por algo luchaba era por no darle ese gusto.

Esta vez mi entrada al nuevo colegio fue diferente, me propuse, aunque solo lo logré a medias, ser y comportarme como los demás. El ser una desconocida me ayudó ya que no me miraban de aquel modo ni me trataban con curiosidad queriendo satisfacerla sin importarles lo que yo sentía.

Poniendo de mi parte poco a poco logré adaptarme, aunque nunca por completo. El ambiente estudiantil sano y alejado de todo mi pasado representó gran ayuda. Tanto que ahora estoy aquí copiando la clase sin haber reprobado ninguna materia.

La secuela de la que aún no me desprendo y en la que me protejo es la introversión. ¿Qué demuestro demasiada lejanía y silencio? Me siento bien así, aún no puedo mencionar algo íntimo o personal porque todo roza con esa gran sombra negra que parece acercarse y rozarme para hacerme daño, lo que ni los años transcurridos han hecho distanciar lo suficiente.

La clase terminó y sonó el timbre, por lo que me incorporé y salí al patio. Más allá compartiendo con unos compañeros vi a Leonardo. Mi mirada pareció llamarlo porque se volvió a verme casi enseguida, nuestras miradas se encontraron por un instante porque enseguida me volví y me dirigí a la cantina. Me disponía a sacar algo de dinero para comprarme un refresco cuando apareció él, quien pidió dos refrescos, los que le sirvieron con prontitud y me cedió uno. Me volví a verlo agradecida sin darle las gracias, sus cabellos y su rostro estaban humedecidos debido al sudor. Lo imaginé jugando básquet con sus compañeros. Mientras se tomaba el refresco no apartaba sus ojos de mí. En su mirada había algo de todo, era el único que parecía estar al tanto de mi vida, era su mirada tan significativa, pero su boca era muda para mí. ¿Que si tuvo conocimiento de lo ocurrido? Siendo primos lejanos era difícil que no, pero en su mirada había algo que nos unía, que nos unió desde niños, antes de que ocurriera lo que ocurrió y aún en medio y después de la gran confusión, cuando mi mirada se encontraba con la suya en donde siempre capté algo diferente a la de los demás.
Fui tonta, me hablaba pero no lo escuché, debe creer que sigo siendo retardada; ya es tarde para intentar decir algo, algunos de sus compañeros lo llamaron y él se alejó. Quise llamarlo, gritar su nombre, pero no salió nada de mi boca.
Esa noche en mi cama resolví que había puesto bastante de mi parte para ser como las demás chicas de mi edad, pero no era suficiente. Debía intentar hacerme de amigos y comenzar a compartir y dialogar. La sola idea me aterraba y rechazaba, pero no quería vivir ni morir en esa enfermedad, aunque así me sintiera más cómoda. Podía esperar más de la vida y no me iba a estancar o retroceder. Con sacrificio o lo que fuera iba a comenzar a escalar peldaños, porque la vida se hizo para eso. La mala voluntad de unos seres no debía dañarnos por siempre. Nuestro mayor triunfo es salir a flote cuando un golpe bajo nos hace caer, Dios me lo había enseñado y yo quería demostrarle que había asimilado sus enseñanzas.

Me volví inquieta y agitada en mi cama, comenzaría a entablar una verdadera amistad con Leonardo, con él ya no sería una traumatizada, si ya los psicólogos habían hecho todo por mí, ahora comenzaría yo a hacer lo que restaba...

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