Fue una época de mucho dolor. Podría resumirlo en perder el cielo, perder el juicio, perderme... Perderme y querer destruirme porque no lo encontraba. Perder a Rafael fue una de esas batallas que no perdí por mi cuenta y me carcomió como la pérdida más grande de mi vida. Era adolescente, fue mi primer amor, y en ese entonces, no quería más que acompañarlo y sentirme acompañada por él... Por siempre. Creo que es el "lugar común" del que se enamora hasta los tuétanos.
Nació en Lisboa, creció en Buenos Aires y se radicó en Venezuela por la naturaleza nómada que caracterizaba a su familia. Por una extraña razón del porvenir, yo estando en La Guaira y él en Valencia, pudimos coincidir por Internet. Nos encariñamos, nos enamoramos, nos conocimos y nos juramos amor eterno como hacen los jóvenes ingenuos o los maduros comprometidos. Cuando comenzó nuestra historia, yo tenía 14 y él 23. Esa diferencia de edad fue un complejo que nunca pudo quitarse de encima hasta que se rindió: se había enamorado de una niña. Por otro lado, a mí me importaba un rábano sus argumentos y me había propuesto enamorarlo a como diera lugar con mi voluntad de muchachita terca. Él era el hombre que quería para mi destino y no era una opción darme por vencida. Al pasar el tiempo, pude lograr mi objetivo bajo cualquier término, consecuencia y final. Lo logré, aunque terminé siendo dependiente de su presencia y cuando llegó su ausencia no sabía quién era.
Por esos tiempos, mis padres estaban en procedimientos de divorcio. Yo no sabía cómo enfrentar ese cambio tan radical más que escondiéndome bajo sus alas, porque era muy orgullosa para pedir ayuda a mi familia o a un psicólogo. Él siempre supo ser mi mejor consuelo, amigo, novio y hasta padre cuando lo irritaba con mis berrinches y malcriadeces (¡Y también era un buen padre para Erick!). Me protegía en la distancia de mis disparatados inventos de adolescente, y en la presencia, su paciente afecto desaparecía todas mis tristezas. Fue un romance de canciones, de cartas, de dedicatorias, de dibujos, de sueños a futuro, de mucha distancia y de toda la dulzura que existiese para los dos. Al final, me entregué hasta que no me tuve. Hasta que le di todo, me quedé vacía... Y él tampoco estaba.
Fueron tres años de relación con intermitencias breves, pero muy dolorosas. Siempre dije que todos los obstáculos que se pueden vivir en una relación de pareja los tuve que enfrentar en una sola relación. En mi ignorancia y mi baja autoestima, me dejé herir, manipular y hasta abandonar por sus juegos de "adulto" que lleva la delantera en el tablero. También supe amar más allá de las fronteras, ser fiel a mi promesa y acompañarlo hasta sus últimos días. Supe hasta dónde podía llegar mi amor, mi lealtad y mi voluntad, y en muchas ocasiones, era suficiente para mí. Encontraba una fortaleza que no era habitual, porque siempre me había auto-tildado como una persona débil. Al final, estaba muy equivocada. La vida me lo demostró después de unas cuantas tormentas.
Los amores desbocados nos enseñan que hay cosas que no debemos repetir, pero su intensidad nos deja huellas indelebles: La huella de sentir sin miedo, sin límites. Yo lo amé sin límites, yo añoré que fuera el padre de mis hijos, yo supe cuál era el final, y aún así, estuve a su lado, rogando que una convulsión no me lo arrebatara de las manos y que una llamada no se quedara descolgada como al final aconteció. Sin embargo, más allá del dolor, me alimenté de su bohemia, del amor que le profesaba al mar y de esa determinación que supe adoptar con la madurez.
Al momento de su muerte, la única herramienta que tuve sobre mis manos para sanar, fue la distancia y la oscuridad.
De forma irrisoria, contraria y lógica, pude curarme con la luz, el amor y la cercanía, luego de recorrer interminables círculos erráticos.
Después de siete años, rememoro que uno de sus conceptos favoritos era Amor Fati (el "amor al destino" del que hablaba Nietszche). Amar la vida con la fortuna, con la pérdida, con la magia y los infortunios, porque al final sabremos darle un sentido de nobleza y sabiduría... Y nos habremos encontrado a nosotros mismos.
También recuerdo que él perdió un amor como yo lo perdí a él. Fue una rueda que se repitió y que me tocó asumir con mi decisión. Espero que se haya encontrado con Mónica, como él quería... Y que yo encuentre una oportunidad de amar como lo amé a él (con todos los sentidos y con toda el alma), pero de una manera más sabia y sin que tenga que asimilar una pérdida de esa magnitud.
Me sigues inspirando y sigues siendo uno de mis mayores tesoros, Rafael. Puedo decir que perdí el cielo por muchos años, pero gané tu Amor Fati, la promesa que te hice de que sería la mejor mujer que pudiese ser y la certeza de que estás bendiciendo cada uno de mis pasos.
Gracias por haber existido.