Entré al mundo de lo onírico bajo la penumbra de la noche con la pesadez de las cargas de la actual adversidad; en medio de la noche se aclararon mis sueños, una luz intensa llenó de claridad a mi interior, jamás había sentido tanto brillo, intrigado desperté. Volví a dormir y regresó la luz, en la mañana no pude recordar el contenido de mis sueños, pero aun mantenía claro el ambiente de luz en que se desarrollaron.
Fui al templo en la mañana y detrás del altar en una ventana, una luz igual a la de mis sueños; no había otra igual en ningún otro lugar de la iglesia, ventana que siempre estuvo allí sin fijarme nunca en ella, y hoy era especial; cerré mis ojos, doblé mi cerviz, sentí quebranto y volví a ver dentro de mí la luz, formas humanas de túnicas blancas en mi ambiente claro; me sentí observado y vi unos ojos sin ver el rostro que me miraban; rodaron lagrimas, llegó la paz; abrí los ojos, dentro de una prédica de esperanza y de luz por Venezuela.
No soy profeta ni pretendo serlo, pero estamos bajo la observación de Dios, la claridad hará correr las sombras, la alegría despedirá a la tristeza; pero es necesario que dirijamos los ojos a la luz.
Y la Palabra de Dios dice:
“Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12)
