Aquel 30 de diciembre hace 25 años atrás, el caminante salió apresurado para abordar el tren de cercanías; ya estaba libre del estudio y del casino donde era camarero; había servido para navidades y por sorteo libro para noche vieja; pasaría por el pueblo de Berenice -su prometida- trabajaría hasta terminar los dos semestres que faltaban de la carrera, luego de posesionarse en la empresa familiar, se casarían. Esa era la esperanza de aquellos años.
Corrió para no quedarse, el tren estaba dando los últimos avisos de partida; al correr vio como una mirada que ya estaba dentro del tren lo seguía, la chica se levantó de la silla, para verificar que el joven había alcanzado a subir al vagón. Él no pudo evitar sostener la mirada de victoria de ambos. Sin siquiera preguntar si cerca de ella estaba su puesto destinado, extendió su mano y se presentó, ella enrojeció, invitándolo a sentarse al lado de ella.
De inmediato se acercó una señora mayor, reclamando su silla apartada, pero era consciente de la coquetería de la recién conocida pareja; -dijo- ¿Joven está de acuerdo intercambiar los boletos? Señora, -contestó- ¡me harías el hombre más feliz, viajar al lado de esta bella princesa! Una vez solos, él recordó la frase de Julio Cortázar, cuando escribió: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”
¡Aquel romance eclipso, la vida del joven estudiante y sus planes más inmediatos; cada 30 de diciembre levanta una copa y brinda por los bellos encuentros!
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