Postura ante la inminente autodestrucción de la especie (Fragmento de diario)

in autodestruccion •  6 years ago  (edited)

Hoy me he puesto muy sensible al respecto de la vulnerabilidad y la soledad humanas. ¿Qué nos queda ante la amenaza de que nuestro mundo se caiga a pedazos, ante la violencia, el abuso, la guerra, si no es tomarnos de las manos, papá, mamá e hijos, y correr despavoridos sin que exista un lugar seguro dónde ocultarnos? Tomarnos de las manos; ese último y humilde gesto con el que aceptamos que nada tuvimos más que aquellos que nos engendraron y aquellos a quienes dimos vida. Ese último recurso que atestigua que, antes de la desaparición, de las cenizas, nada fue tan importante como el lazo humano y la esperanza que palpita en él.

¿En qué nos hemos convertido? ¿Cuándo fue que nos desnaturalizamos? La aspiración a un mundo libre de conflictos sería el colmo de la ingenuidad, pero no se es un tonto si se acusa de indiferencia, no solo a las generaciones anteriores, sino a la nuestra. Nos acuso de debilidad, de haber perdido la fiereza ancestral con la que nos oponíamos a la autodestrucción, y con la cual levantamos civilizaciones consecuentes y orgánicas. Esta no es una resistencia infantil o una negación de la causalidad. Es tal vez un reproche justo. No pudieron congeniar el mundo occidental y su establecida concepción del desarrollo con el llamado Nuevo Mundo y su madura noción de la vida. No tuvimos la capacidad de reconocernos como especie y el desenlace, con todo y sus logros, fue la matanza, la imposición y el menosprecio, por parte de quienes tuvieron la fuerza para dominar.

Pero la historia continúa. Seguimos siendo, a nivel global, una gran mayoría sometida por las “leyes del progreso”, esclavizada por los aparatos electrónicos y las enfermedades modernas, que son, en principio, mentales: la ansiedad, la depresión; involucionada intelectualmente, al punto de considerar un chiste el ideal de una vida menos absurda. Y somos relegados aquellos a quienes nos asusta el futuro de la humanidad, el futuro del agua, la calidad de vida de nuestros nietos. Aquellos que diariamente luchamos por permanecer integrados a la sociedad, al tiempo que sostenemos una batalla contra el vicio y la imbecilidad, arrancando los ojos y la cabeza de la pantalla de nuestros Smartphones, sacando fuerzas de algún lugar del espíritu, para mantenernos despiertos y no sucumbir al letargo que se convierte en días enteros, en meses, en años.

Qué dura contradicción la que sobrellevamos; qué peor y más lamentable es la vida de los feos, la de los defectuosos, de los que no cumplen con los estándares. Fuera de la network no es un chiste. Es suicidio, es enfermedad mental, violencia, hambre, oscuridad, una condena sin dios ni redención, un infierno sin final. Por otra parte, la soledad nos entristece y nos desgasta, a aquellos que hemos notado que vivimos en un país derrotado y saqueado desde su nacimiento, que hacemos parte de una sociedad débil, acomodadiza, negligente. Los que no podemos más que admitir nuestra propia debilidad e hipocresía; los que identificamos el absurdo de la huida, los límites de el grito, en mi caso, las paredes de este restaurante donde escribo.

Todo esto me parece un enemigo invencible y creo que mi única arma, ya no para vencerlo, sino para sobrevivir – y lo digo ahora con este fugaz aliento vital, sabiendo que todo nos amenaza, como dijera Octavio Paz – es cultivar la conciencia de lo que soy, en lo más esencial, amar y cuidar lo que soy, trabajar por lo que soy: humanidad. Procurar que a mi izquierda y a mi derecha no se rompa el lazo. Es todo lo que puedo hacer.

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