El bitcoin lleva las cosas más allá: no sólo son numeritos en una pantalla; ni siquiera hay un Estado o un sistema bancario que avale ese dinero con el peso de su historia. Bitcoin es una moneda descentralizada, en la que todos y nadie tiene el control, y que permite transacciones de forma anónima (o casi). Éstas entre otras particularidades ejercen un atractivo irresistible sobre todo para los extremos del espectro político: anarquistas y libertarios que lo ven como una forma de socavar Estados y al sistema bancario. Algunos prefieren esta moneda por su practicidad, pero la falta de controles también atrae a sectores del anarcocapitalismo financiero experto en especulación.
Pero, ¿qué es el bitcoin?
Satoshi
La historia del bitcoin es de película: en 2008 apareció un artículo firmado con el seudónimo Satoshi Nakamoto en el que se describía el protocolo informático de bitcoin. Este es, muy resumidamente un sistema de cadena de bloques o blockchain (Ver recuadro). Cada bloque que registra las nuevas transacciones requiere un proceso matemático realizado por nodos; una vez validadas, la información se suma a la cadena, el resto la verifica y queda registrada para todos. La gran ventaja que tiene este sistema es que si alguno de los bloques anteriores se ve modificado queda en evidencia en los posteriores. El sistema distribuido dificulta que alguien controle la moneda o la “robe” y que todos puedan garantizar en conjunto la validez de las transacciones.
“Satoshi combina tecnologías pre-existentes”, explica Alejandro Hernández, doctor en informática de la Universidad de Dinamarca e investigador de la Universidad Abierta Interamericana. Explica que “Satoshi agrega la idea de usar el consenso para pruebas de trabajo que validan las transacciones. Así se descentraliza el guardado de información y la producción de nueva moneda bajo el soporte de un código encriptado”.
En concreto, los poseedores de esta moneda tienen una billetera virtual en una aplicación y desde allí hacen las transacciones a otras. Las personas no necesitan revelar su nombre en ningún momento, rasgo ideal para realizar transacciones ilícitas, aunque su popularidad creciente y la simplicidad para realizar transacciones atrae a más negocios a admitir el pago en esta y otras monedas virtuales. La falta de controles también la hace particularmente atractiva para intercambios internacionales.
La gran pregunta es: ¿por qué esta moneda se acepta como portadora de valor? Porque la gente cree que tiene valor y la acepta.
La respuesta es tautológica, es cierto, pero también es aplicable a los billetes o a los números que aparecen en una pantalla con nuestro saldo de cuenta: el dinero ya es casi siempre solo una convención.
La comunidad en torno a bitcoin ha crecido en el mundo y se pueden adquirir los primeros por cajero tras depositar efectivo (hay dos en Argentina), comprándolos con tarjeta de crédito (el problema es que se pierde el anonimato al hacerlo) o vendiendo productos.
Prueba de trabajo
Uno de los puntos más problemáticos del bitcoin es la prueba de trabajo necesaria para validar las transacciones. Cada vez que alguien hace un intercambio de bitcoins la información circula por la red y los nodos deben hacer una validación de la misma por medio de una compleja operación matemática. A cambio de este trabajo se obtienen bitcoins como recompensa, aunque en forma decreciente ya que el sistema está diseñado para que los últimos se produzcan en 2033. Para desacelerar la emisión la retribución por “minar” es cada vez menor, algo que se ve compensado por la tasación creciente de la moneda en el tiempo (aunque con altibajos pronunciados) y por las comisiones que se pagan por cada transacción. Actualmente la moneda lleva un tiempo cotizando los 8000 dólares la unidad con picos de casi 20.000.
Cotidianamente se producen cerca de 300.000 transacciones diarias que deben agregarse a la cadena de bloques. Esa prueba de trabajo es cada vez más compleja y el sistema establece que se acepte una cantidad limitada de transacciones cada diez minutos. Solo el primero en validar un nuevo bloque recibirá el premio; por eso, la competencia es feroz y tiene un impacto real en el consumo energético global. “Se estima que el consumo energético de la red bitcoin a fines de 2017 llegó a representar cerca de un 0,5 por ciento del consumo eléctrico global”, explica Rabosto, quien también es investigador del Centro de Tecnología y Sociedad de la Universidad Maimónides. Esto lleva, a su vez, a que los “minadores” se instalen en países de energía barata: “La potencia computacional para resolver la prueba de trabajo es tan grande que se ha centralizado en pocos jugadores”, explica Hernández. “Los pooles principales de minería superan el 60 por ciento del minado y están mayoritariamente en China por lo que no se puede hablar de una verdadera descentralización”.
Recientemente la ciudad de Plattsburgh en Estados Unidos, vecina a una central hidroeléctrica y con energía subsidiada, debió prohibir la minería de bitcoins que se realizaba en viejas fábricas abandonadas porque había forzado la importación de electricidad a precio de mercado. Estos emprendimientos ni siquiera generaban puestos de trabajo.
“El costo energético plantea límites serios a la expansión del bitcoin como moneda de intercambio”, continúa Rabosto, para indicar que “las transacciones actuales representan una ínfima porción de las transacciones diaria en el mundo. Si todas se hicieran con bitcoins, el planeta estallaría”. Matías Romeo, uno de los fundadores del Espacio Bitcoin en Argentina, asegura que ese límite se resolverá en breve: “Se está agregando una segunda capa que permitirá realizar miles de transacciones instantáneas sin incrementar el gasto energético”. Ya se han hecho las primeras pruebas y espera que se implemente pronto.
La pata financiera
¿Qué hay detrás de tanta complejidad? Lo que muchos ven como una mera cuestión tecnológica y neutral se entreteje, como siempre, en la trama social. En la medida en que pocos actores tienen mucho poder, pueden operar especulativamente sobre la moneda para obtener ganancias rápidas. “En algún momento va a haber mucho perdedores y pocos ganadores como en todas las burbujas”, explica Rabosto, aunque es difícil saber qué ocurre realmente con esta moneda, ya que la mayoría de los medios especializados no entiende las implicancias financieras y sociales pero repite acríticamente noticias que pocas veces se comprueban.
¿Hay algo más de la especulación? “Desde el punto de vista de quienes defienden las monedas virtuales, bitcoin es una forma de socavar Estados corruptos y bancos que inventan dinero; ahí proponen un cierto margen de independencia frente a las intromisiones del sector financiero, de la banca comercial y cierta posibilidad de operar con dinero digital de una forma anónima”, aclara Rabosto. “Pero si la planteamos como alternativa al sector financiero, se ve un panorama más distópico. De algún modo es una propuesta de remplazar el leviatán clásico por un tecno-leviatán no controlado por nadie, con un código que funciona de manera automatizada”.
“El mayor riesgo de la moneda es que al hacerse tan grandes las operaciones de minería se generan vínculos con proveedores de energía privados o el Estado”, acepta Romeo, quien no ve problemas de seguridad en la tecnología en sí. “El riesgo es que armen una lista de a quiénes se les validan transacciones y a quiénes no. Eso tendría mucho impacto en la credibilidad de la moneda”. Y sigue: “Los que empezamos desde un principio veíamos en esta tecnología una posibilidad disruptiva contra el statu quo, como alternativa al sistema financiero. Para mí tiene ese potencial aunque se pueden formar burbujas: hay mucha gente que se mete en las criptomonedas para hacerse rico rápido. A mí me importa poco el precio, a mi me interesa la tecnología que es disruptiva. Bitcoin es una pequeña parte de lo que es posible con blockchain”.
¿Regular para detener la especulación o dejar hacer para liberar a la población de los bancos y Estados? Esa es el dilema que se presenta con las criptomonedas