Aprender el nombre completo de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, fue al lado del ácido desoxirribonucleico (ADN) o el esternocleidomastoideo, un verdadero reto en el arte de la articulación de fonemas y la fluidez verbal en mis primeros años de escolaridad. Quizás por eso, en esa etapa cándida también se asimilaron ingenuamente historias como la del “descubrimiento de América” o “La campaña libertadora” e incluso “La creación del Universo en seis días”. Pero como la intención desde este apacible rincón no es derribar mitos de un “tajo” sino sembrar semillas de reflexión e inquietud, ésta vez quiero ir más allá de esa aula de Transición en la que repetía: “Simón Bolívar nació en Caracas en un potrero lleno de vacas…”. No importa que ese “potrero” fuera el reflejo de una posición feudal que debiera defenderse del populacho que como señaló Jorge I de Colombia: “Es veleidoso y cambia de opinión con facilidad”.
Hace no mucho tiempo, este servidor era de los que pensaba que la historia solo la escribían los ganadores, pero con el paso de las hojas del calendario me acerco mas a la concepción de que la historia se escribe y se divide en buenos o malos, desde luego la versión depende de como le caiga el personaje a quién cuente su historia. Por ejemplo Ducoudray-Holstein quién inspiraría al parásito de Engels –Marx- para radicalizar los rasgos del militar caraqueño, fuente de la que convenientemente desconoció los intereses económicos no satisfechos, es decir obvió que al negársele el aumento de sueldo hizo lo que cualquier trabajador resentido de nuestros días, despotricar del jefe.
Sea con la versión patriota venezolana, la admiración de algunos colombianos o la descontextualizada y exagerada de Marx, Bolívar denota señales de haber sido el autor de una frase que aún en nuestros días cobra vigencia: “usted no sabe quién soy yo” como deducirán ustedes, el niño Simón tenía maneras propias de su condición social y su temprano roce de mundo. Es decir era un “chino caprichoso” y de alguna manera su polo a tierra fue su tutor Simón Rodríguez, ese mismo al que le juró en el Monte Sacro romano (seguramente no con el halo de inmensidad que venden algunos biógrafos) pero si con la contundencia del mensaje emancipador.
Simón Bolívar sufrió una transición fuerte entre la admiración por el carácter y la capacidad estratégica de Napoleón y la transformación del héroe en dictador. Por momentos, pareciera que para los biógrafos los personajes dejaran de ser humanos, que no actuaran bajo la influencia de otras personas o que no respondieran a impulsos sentimentales. Basta detenerse a pensar en que en menos de 30 años a nuestro personaje: Se le murieron los papás, conoce el amor de su vida y se le muere, en la adolescencia sufre el shock entre su cotidianidad cortesana y las ideas de la ilustración, tiene un referente político y militar que se vuelve dictador, con este cúmulo de experiencias amontonadas se mete en la “vaca loca” de enfrentarse al imperio español y fuera de eso conoce a un tipo excepcional como Francisco de Miranda de quién extrae la mayoria de sus ideas; pero con quién se repele como imán (dicen las memorias del inmenso Potemkim que los albores de esa enemistad son fruto de un triángulo amoroso con la Zarina Sofía Federica Augusta… -sin afán de tomar partido, debo señalar una alta posibilidad de que esta leyenda urbana tuviera asidero; para nadie es un secreto el apetito y la voracidad sexual de Catalina “El Grande”-).
Como yo percibo las cosas, Miranda era como un manager con mucha experiencia que en términos de fútbol equivaldría a tipos como Bora Milutinovic o Carlos Alberto Parreira; Bolívar era el director técnico que ponía la cara ante los jugadores del ejército patriota y les daba charlas de motivación en las cuáles se inspiró Jorge Duque Linares –si, el de “actitud positiva”- y Andrés Bello era como un ACOLFUTPRO, es decir un tipo que velaba por los intereses de la corona, pero desde la perspectiva de los criollos y me atrevería a decir que inspiró a Sergio Fajardo en su proceder político o a Los Prisioneros para componer: “Nunca quedas mal con nadie”. Considerando los considerandos, el buen Simón José Antonio como que viene a ser un Mourinho o un Guardiola, bueno un poco mas sexoso, psicótico, cascarrabias, manipulador y sarcástico. Y ya sabemos como terminan las cosas cuando a Mourinho le pones de manager a Valdano o a Guardiola le das un micrófono en un acto político…
A Bolívar se le puede señalar de no saber conducir los elogios y las distinciones o tratar de mantener sus pasiones mas básicas como tomarse unos vinos y derivado de esto asumir conductas propias del mito, para los que no lo conocen se decía en épocas de Dionisio (Baco) que el hombre antes de tomar vino era manso como un cordero, pero una vez ingerido el fruto de la vid se sentía mas fuerte que un león, si seguía bebiendo se comportaba como un cerdo y si continuaba terminaba actuando como un mono; menos mal estos comportamientos se han transformado y tanto hombres como mujeres sabemos controlar una ingesta responsable y conforme con las finas maneras, alejados de los excesos. En pocas palabras, cuando “El Libertador” entraba en confianza se ponía de ruana la fiesta…
El General, como cualquier mortal sufrió la decepción de la institución del matrimonio y consideró que honraba la promesa sobre la tumba de su cónyuge fallecida si en lugar de contraer nupcias nuevamente, se refugiaba furtiva y habitualmente en los brazos de múltiples amantes y doncellas que conscientes de su rol quedaban satisfechas ante esa frase que inmortalizó el gran Pedro Montoya en “Bolívar el hombre de las dificultades”: “Si volvemos a vernos seré el hombre mas dichoso”, -algo así como el “No eres tú, soy yo” de nuestros tiempos- el tipo entendía a la perfección el magnetismo del poder y desde luego que lo manipulaba al acomodo de sus intereses coyunturales. ¿Pero que líder no lo hace?
Y si aparte recordamos esa mezcla entre un aforado infectado por ideas francesas y un entorno enfervorizado con sueños de libertad e independencia, el resultado no puede ser diferente a un escenario de pasiones viscerales, de amores y de odios, de lealtades y traiciones.
Por eso tipos como Bolívar, Santander o Miranda podían ser miembros de un mismo equipo pero no compañeros ni amigos. Porque los grandes hombres y los genios no son buenas personas y son incomprendidos, no se ganan su lugar en la historia por ser seres integrales, por eso en su camino de cruzan Las Ibáñez, Manuelita o Catalina, por sus obligaciones tienen que descuidar a sus familias, tienen que aislarse de conocimientos que no atañen a sus intereses –es decir no tenían tiempo de ver novelas ni realities o meterse a las redes sociales-, tienen que dar órdenes con las que no todos están de acuerdo y algunos tienen que tomar decisiones que pueden hacer temblar la escala de valores.
Quizás de manera pretensiosa me atrevo a indicar que la delgada línea se cruza cuando el líder olvida que tiene derecho a ser ese ser humano imperfecto.
Si Bolívar lo hubiera entendido, hasta de pronto habría bajado tranquilo al sepulcro y su muerte hubiera contribuido para que cesaran los partidos, esos mismos que nacieron descontextualizados, que pretendieron transformar en girondinos y jacobinos a snobs de cachetes colorados que han conducido a la patria por el barranco de la personificación del poder y que si bien no ha gestado al Leviatán de Hobbes, si alimentan día a día al orangután con saco leva de Echandía.