A diario da la orden de asesinar.
Todos los días se levanta, se baña, se viste, se unta loción, reza en el altar que le tiene a la virgen en su residencia, toma tinto, se dirige al parque, se hace embolar, lee en la prensa la noticia de los hombres que mando a ejecutar, sonríe. Regresa a casa, besa a la esposa y sus nietos, poda el jardín, es dadivoso, el sacerdote lo pondera.
Durante años viene repitiendo esta actitud de “armas tomar”. Se siente feliz porque contribuye con dinero para embellecer el templo. Su anhelo consiste en que su alma vaya al cielo, mientras su presbítero le garantiza que el milagro se va a cumplir.