Era una mañana fría y húmeda, escasos rayos del sol se veían en el horizonte. Valeria asomada a la ventana contemplaba como las olas del mar rompían contra las rocas. Ana aún dormía, Enrique vigilaba en silencio la mirada perdida de la esposa que no hacia otra cosa sino solo ver la inmensidad del océano.
El pueblo estaba de fiesta, conmemoraban el aniversario de su fundación. Los pescadores alistaban botes y peñeros para salir a la faena. En casa se sirve el desayuno, pescado frito acompañado de pan. El esposo alista su partida, lo espera una jornada difícil porque el mal tiempo ha agitado las mareas. Valeria cual esposa abnegada lo despide con un beso, cuídate…así le dice, no olvides el camino a casa, aquí te esperan tu hija y tu esposa. La suerte estaba echada, el destino que un día los unió pronto les pondrá a prueba.
Enrique se enrumba aguas adentro, y mientras ve como deja atrás a sus dos grandes amores no deja de pensar en si podrá volver a casa. Cree firmemente en Dios y eleva su oración pidiendo… señor, en ti confío, muéstrame el camino de regreso. Mientras tanto, Ana despierta y no ve a su papá, solo consigue a una madre llorosa como si supiera que algo está por suceder. Ella pensaba en lo que pasaría si su marido llegase a faltar, son muy unidos y jamás han estado separados por mucho tiempo, solo los pocos días en que él sale a trabajar.
Se acerca una tormenta anuncia la autoridad del lugar, la angustia invade al pueblo, Ana revienta en llanto y la madre preocupada la consuela… calma hija pronto todo pasará. Ambas se van a la iglesia, allí esperan pasar la tempestad, tomadas de las manos piden a Dios cuide de Enrique… señor permite que mi esposo, padre de mi hija regrese salvo a casa. Luego de dos horas regresa la calma al pueblo, todos salen a ver lo devastado que quedo el muelle, Valeria inmóvil solo piensa en cómo estará su amado. Las horas parecen eternas, no hay información de los pescadores, ningún bote ha vuelto luego de la tormenta. Todos esperan lo peor, la zozobra se refleja en cada rincón de la costa.
Llega un nuevo amanecer, la noche fue larga la espera ha sido frustrante y aún sin noticias. Los vecinos de la zona deciden salir a buscar a sus paisanos, preparan comidas y bebidas y un botiquín de primeros auxilios, esperan encontrarse con lo peor pero mantienen la esperanza de conseguirlos con vida. Las mujeres salen a despedirlos a la costa, entre ellas está Valeria quién aún mantiene la fe de que Enrique esté vivo, lanza su mirada perdida al océano, en silencio solo piensa que pronto volverá. De repente escucha a Ana gritar… mami, mami, un bote, al darse cuenta Valeria de cae de rodillas en la arena y comienza a llorar, su amado ha vuelto el amor de toda su vida no la ha abandonado. Él se le acerca, la abraza y pregunta… ¿por qué lloras? Sé que es difícil vivir en la angustia pero aquí estoy, Dios me trajo de regreso, me mostró el camino a casa.
Hay situaciones en la vida en la que nos sentidos perdidos y abandonados, pero es importante recordar que por muy fuerte que sean los obstáculos Dios siempre nos muestra el camino a casa, siempre nos permite conseguir una salida, una solución a los adversidades. Aunque esta historia sea ficticia, todos alguna vez han atravesado momentos difíciles, les invito a ser como Enrique, encuentren el camino a casa.
Buena historia y excelente reflexión Rafael. Lograste angustiarme por momentos, pero al final la calma volvió después de la tormenta.
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agradecido por el comentario, de verdad es la intención, captar la atención en el drama de la historia
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