Jean-Baptiste Clamence, ex-abogado, actual juez penitente, podrá persuadirte contándote los matices de su historia, de sus días, de su vida. Te hará sentir empatía, pero esa empatía sólo es un puente para mostrarte tu propio absurdo.
Ha convertido el bar New Mexico en su bufete. Allí te atenderá. Sin que te des cuenta te envolverá en una conversación en donde sólo él hablará, pero asentirás proyectando un sí mudo. No te juzgará, pero te hará verte reflejado tal vez en alguna de sus anécdotas.
Camus, a través de su Jean-Baptiste te hará vagar en tu propio e inconsciente absurdo, en un impulsivo reflejo. Así nos recuerda que aceptamos y negamos, juzgamos y somos juzgados, subimos y bajamos, y hablamos, ¿con quién hablamos?
Nos recuerda que "Quizá no amamos lo suficiente la vida".
Hablamos demasiado de nosotros mismos, tal vez para entender mejor los errores del otro; el otro que sólo escucha y asiente. Así modificamos la realidad en anécdotas.
"Avanzaba así por la superficie de la vida, sobre las palabras, por decirlo de algún modo, nunca sobre la realidad. ¡Tantos libros apenas leídos, tantos amigos apenas amados, tantas ciudades apenas visitadas,tantas mujeres apenas poseídas!"
Así creemos dominar el encanto. Así se mofa Camus del Yo en Jean-Baptiste, trazando, el autor, un supuesto absurdo entre líneas de placer, impulsividad, narcisismo, culpa, hipocrecía, complicidad y señalamiento.
Muy en lo particular sentí a este personaje como un gran manipulador, un Jano bifronte (como diría Borges: que mira los ocasos y las auroras); que no me dejó hablar más que asentir y darle siempre la razón a su doble razón. Me condujo por sus altos y bajos, haciéndome pensar que estaba yo allí con él escuchándole en el bar, señalándome sus apreciaciones sin yo poder refutar.
"Cierta persona de mi entorno, sabe usted, dividía a los individuos en tres categorías: los que prefieren no tener nada que ocultar antes que verse obligados a mentir; los que prefieren mentir antes que no tener nada que ocultar; y finalmente los que aman a la vez la mentira y el secreto. Le dejo escoger la casilla que mejor me conviene."
A lo largo de la lectura, cuando uno cree estar siendo interpelado resulta que Jean-Baptiste está hablando de él, para una vez más hacernos ver en él sin necesidad de que nos señale. ¿Juega Camus con una idea de redención? ¿Puede el hombre redimir a los demás, o peor aun, redimirse a sí mismo? ¿Somos, como Jean-Baptiste, abogados y jueces penitentes?
La Caída, una obra que sumada a El Extranjero y La Peste me parecieron excepcionales.
¡Bravo Camus!