El caminante partió para el caribe, en busca de su infancia quizás; pues así respondió a la pregunta de una vendedora informal isleña que le vendió empanadas de cangrejo ¿qué te trae por estas islas? - el amor por la infancia, el amor por los amaneceres y los atardeceres, que tantas incógnitas planteaban hace más de 30 años. Recordó en particular a un marinero filipino, que le dijo: -pon tus manos alrededor de este recipiente de cristal lleno de agua- luego de observar el interior del recipiente, el oriental añadió:
- no te vas a casar con la chiquilla hondureña, como tampoco vas a estar permanente aquí en la isla; tú destino estará en otros lugares, lejos de aquí. Y así ha sido, quizás sea el capricho del destino, o la historia personal; sin embargo cada vez que puede, el caminante vuelve a buscar las pisadas y los recuerdos de su niñez y primera juventud. Recuerda las frases del nobel Gabriel García Márquez, diciendo que el caribe produce un espíritu muy peculiar, una visión de la que da a todo un aspecto maravilloso; siendo el lado sobrenatural que tienen las cosas en el caribe, una realidad que, como en los sueños, no está regida por las leyes racionales del intelecto que quiere ordenar todo.
Mientras conversaba con la vendedora de piel morena, le pidió prestado el sombrero para recoger caracolas que arrojan las aguas y que el sol y la fricción de la arena van debilitando, pero que su corazón añoraba volver a recoger, como cuando de niño le preguntaba a las olas, si aquella niña centroamericana seria la mamá de sus hijos. El mismo Gabo decía que luego de los años se suele conversar de una realidad vivida, que luego los recuerdos y los suspiros convierten en poesía.
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