El consumo energético del cerebro humano no deja mucho a la imaginación. Si el 95% de la glucosa quemada diariamente se utiliza para mantener las redes que configuran el “yo”, el “quien soy”, o el “dónde estoy” o “esto es lo que se”, no deja más que un 5% a todo lo demás, y ese demás es el que se encarga de procesar los sentidos conectándonos con el mundo exterior y el resto para las facultades intelectuales superiores, si es que quedara algo para ello.
Una de las más significativas de estas facultades es la capacidad de resolver problemas.
Esta capacidad agoniza abrumada por la falta de recursos en los cerebros de los homínidos modernos. La cultura ha propiciado su sustitución por modelos a copiar que solo requieren el esfuerzo de imitación y lo ha hecho utilizando el lenguaje fundamentalmente para transmitir esas recetas. Y el proceso formativo consiste principalmente en rutinas de adiestramiento y condicionamiento para dar respuestas estándar a la serie de situaciones que habitualmente el individuo debe enfrentarse en su vida. La única capacidad de raciocinio “superior” consistiría en ser capaces de reconocer el patrón y de asociarlo con la respuesta ensayada.
Aquí no podemos por menos que recordar a Iván Petróvich Pávlov y su estudio del reflejo condicional. Pávlov observó que la salivación de los perros que utilizaban en sus experimentos se producía ante la presencia de comida o de los propios experimentadores, y luego determinó que podía ser resultado de una actividad psicológica, a la que llamó «reflejo condicional». Esta diferencia entre «condicionado» y «condicional» es importante, pues el término «condicionado» se refiere a un estado, mientras que el término «condicional» se refiere a una relación, que es precisamente el objeto de su investigación.
Realizó el conocido experimento consistente en hacer sonar un metrónomo (a 100 golpes por minuto, aunque popularmente se cree que empleó una campana) justo antes de dar alimento en polvo a un perro, llegando a la conclusión de que, cuando el perro tenía hambre, comenzaba a salivar nada más al oír el sonido del metrónomo.
Es decir, puedo inducir una respuesta fisiológica real solo con mostrar un patrón aleatorio predefinido. En otras palabras, si quiero que el animal realice una determinada acción compleja puedo condicionarla a disparadores simples que resulten fáciles de asimilar.
Por ejemplo, en la instrucción en el ejército en cualquier momento al grito del sargento de “¡A tierra!”, instintivamente se abandona todo lo que se está haciendo e incluso lo que se tiene entre las manos y el individuo, sin tener que pensar, se lanza al suelo como caiga.
Ejemplos más complejos, nos lo dan constantemente la educación tradicional. Disparamos una respuesta inmediatamente en cuanto el profesor nos da un planteamiento reconocible. Al oir “cinco por ocho”, instantáneamente surge en la mente la palabra “cuarenta”.
Para esto no es necesario desarrollar las capacidades intelectuales superiores, como tampoco lo se necesitan para imitar ni para reconocer memes.
Esta enorme facilidad que tiene el cerebro animal para asimilar patrones, reconocerlos y dar una respuesta, es lo que ha llevado desde el comienzo de la civilización a educar a los individuos para que ejecuten de forma satisfactoria funciones preestablecidas con un mínimo esfuerzo por parte de la sociedad y del individuo.
Además, a la sociedad le resulta muy conveniente que el individuo responda de forma similar a los mismos estímulos, y si no lo hace así, existen desde siempre modos de castigo y represión de conductas no deseables.
De esta forma, un individuo puede transcurrir toda su vida sin necesidad de pensar. Solo imitar, recordar, percibir, casar con el patrón y responder.
Estas tareas las puede llegar a realizar cualquier robot sin problema alguno, más que la cantidad de datos a reconocer, que es solo cuestión de memoria y capacidad de casación rápida, para lo que el cerebro del humano actual es muy competente.
Cada vez es más similar al de un perro, porque funcionalmente la sociedad necesita más perros que humanos.
¿Dónde quedó la capacidad de resolución de problemas?
Resolver problemas que se planteaban a cada momento fue lo que propició la encefalización de los homínidos que debían ser capaces de resolver situaciones nuevas, muchas veces vitales, sin contar con las muletas de la cultura, sin estar amaestrados es dar soluciones simples. Los neandertales y los primeros Cromagnon eran especialistas en esto. Con un cerebro dotado de más neuronas que los modernos y libres de basura conceptual estaban en condiciones de dar respuestas reales a problemas reales.
Real significa que se tomaba desde la percepción, desde los sentidos. Estos humanos oían, olían, veían, tocaban… percibían con todos sus sentidos y usaban la percepción para elaborar respuestas que fueron efectivas ya que se replicaron con gran éxito.
En sus cerebros la capacidad de raciocinio de alto nivel y el desarrollo de los sentidos primaban sobre la conceptualización. Eso significaba que vivían en la realidad, pegados a ella.
Sus descendientes, víctimas de su propio éxito, inundados de conceptos, viven inmersos en la ensoñación de los mismos. No huelen, no ven, no oyen más que lo justo para identificar el estímulo externo con una etiqueta que case y valore la situación sobre las propiedades del concepto, no sobre los estímulos sensoriales que le llegan y que no atiende. El humano moderno, es el ser conceptual, alienado en sus propias recreaciones, ciego y sordo que solo atiende a lo que su propia mente le proporciona.
Pensar ha quedado para los matemáticos más avanzados. La intuición le parece magia. Incapaz de resolver situaciones nuevas, no las identifica y se bloquea.
Vivir con la cabeza metida en un hoyo solo es factible en un entorno de individuos que lo hayan hecho posible. Y da igual que estén en un continente o en otro, son incapaces de salir de su nomenclatura, de su namā.
Estos dormidos, están muy dormidos, tanto que es imposible despertarlos. Son seres conectados a sí mismos y a los demás en su burbuja de lenguaje. En su ceguera absoluta afirman sin lugar a dudas de que se sale del sueño leyendo, o sea, con más conceptos, o sea, profundizando aún más en la pesadilla.
Nadie ha despertado hundiéndose en el sueño. Eso les da igual. No pueden comprender, porque no pueden. Para ellos toda la realidad es la que aparece en sus sueños.
El diagnóstico de esta enfermería inmensa de humanoides dormidos que se agitan atormentados, y felices a ratos, es deprimente. No se pueden despertar. Ya no. Hace muchos siglos que se perdió la esperanza.
¿Cómo se recupera el cerebro?
¿Cómo se borra la basura?
Y, lo más inmediato: ¿Cómo lograr que despierten mínimamente aquéllos que aún pudieren hacerlo?
Puedo decir que arrullando y acariciando solo consigo que se den la vuelta.
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