La búsqueda y el descubrimiento de Herculano y de Pompeya, son hechos que demuestran la curiosidad de los hombres hacia sus orígenes. Por las crónicas de algunos escritores romanos se sabía que estas dos ciudades de la Italia del Sur habían quedado sepultadas repentinamente en el año 79 a causa de una erupción del Vesubio. Todo rastro de estos antiguos núcleos de civilización había desaparecido del paisaje, hasta el punto de que al final de la Edad Media no se podía situar exactamente su emplazamiento. Ambas ciudades se habían convertido en algo tan legendario como la Atlántida, el continente desaparecido en el océano, o como la ciudad de Ys, enterrada en el mar de Bretaña. Pero ya desde hacía mucho existía el convencimiento de que bajo la lava y las cenizas descansaban tesoros que había que recuperar y no se sabía cómo.

En busca del tesoro perdido

El primer taller de arqueología, para dar un verdadero impulso al descubrimiento de Pompeya y Herculano hacía falta un hombre que poseyera, a la vez, la pasión por el conocimiento del pasado y la intuición de las técnicas necesarias en una investigación apenas desarrollada hasta entonces. Este hombre fue Johan Winckelmann, que llevo a cabo su trabajo en Italia entre 1755 y 1768