UNA CARTA A LA NIÑA QUE PIENSO DESDE QUE PONGO EL PIE EN LA TIERRA EN LAS MAÑANAS FRÍAS HASTA QUE LO DEVUELVO A LA CAMA EN LAS NOCHES MÁS OBSCURAS.

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Mi corazón ya no tenía un latir continuo, eran pequeñas chispas, tal cómo un yesquero que se acaba y no prende con calor ni fuego. Mis venas estaban vacías y mi corazón perdido, según yo, eran hijos damnificados del señor aquel que come de la basura. Estaban solos y sucios por los caminos obscuros de un mundo impaciente, incapaz de dar amor a quien merece una vida plena de dulzura y esperanza, estaba seco, sin amor, sin nada, perdido en un mundo donde el desamor es un valor fundamental, y la honestidad estaba encerrada tras barrotes hechos con el tallo de un roble, fuerte y duro y macizo.

Nadie lo reparaba, ni la costurera que vivía conmigo a la cual llamaba cariño mío, la que era capaz de abrirme el ser y cerrarlo de un portazo, fuerte y ruidoso, y yo sumiso con ella. No le cuestionaba su comportamiento, pero me sentía vivo con ella. REALMENTE VIVO, joder.

Cómo me haces falta mujer.

Eramos polos opuestos, igual a imanes de neodimio, que se agarran tan rápido y se sueltan tan lento... Ay, cariño, mi corazón está desgarrado y roto, pero mi alma completa te pertenece, eras tan blanca y calma y yo tan negro y ruidos. Necesarios el uno al otro, y amándonos cómo desconocidos y amor de una sola noche.

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Danzamos la danza de los caídos, un paso atrás por todos ellos y un minuto de silencio por los momentos necesarios que mi vida utiliza para recordarte e inspirar todos mis textos a ti.

También tu mano, dueña de mi ser, y mi mente que aun sigue rondando por los pasillos obscuros de tus venas negras.