Storytime: La Casa de Mariaca Pt. 1 (Español)

in cervantes •  6 years ago 

Mariaca era la chica rara del salón. Por eso cuando me invitó a su casa di todas las excusas posibles. Prefería hacer el trabajo en la biblioteca del colegio, pero al ver su cara de desolación tuve que aceptar cabizbaja.
'Está bien' le dije 'el viernes a las cuatro estoy allá'.
'¿Por qué no vamos directo del colegio y almorzamos juntas?'
Acepté de mala gana. Todas en el colegio sabíamos que Mariaca vivía con su abuela medio ciega; la comida que llevaba casi nunca tenía forma definible, nadie se había atrevido a probarla hasta hoy.
Supuse que tendría que ser la primera valiente.

Caminamos seis cuadras desde el colegio, la tarde amenazaba lluvia. Nos detuvimos en una tienda de papelería para comprar los materiales para la maqueta. “Construye una vivienda de necesidad social”, decía la descripción del trabajo. Hicimos el resto del camino cargadas con varias láminas de anime, cartón piedra, bolsas de pega, árboles y muebles en miniatura y papel celofán transparente. Pensé que, mientras estuviéramos ocupadas en trabajar, Mariaca no tendría tiempo de decir alguna de sus rarezas; suspiré esperanzada.

Al llegar a su casa, su abuela estaba acostada. Con un gesto me indicó que caminara como ella, de puntitas, con cuidado de no golpear alguno de los muchos muebles yacían por la casa sin función aparente. Había dos sofás y cinco sillones en la sala, todos cargados de ropa, zapatos, carteras, manteles, cortinas; tres sillas de plástico cargadas de retazos de tela. Sobre la alfombra se desplegaba un gran mapa nacional con chinches de colores clavados en varios estados, unidos con hilos de lana formando una tela de araña.
'Son los sitios que han visitado las personas de mi familia' me confió en susurros. Acto seguido me indicó con la mano que la siguiera.

Llegamos por fin a la cocina. Deposité los materiales en la gran mesa redonda que ocupaba la mayor parte del espacio. Mariaca desapareció detrás de un gran mueble de vidrio, lleno de objetos de aspecto frágil y excéntrico, como tazas de vidrio en forma de búhos, copas de vino de cristal tallado, platos con caras de santos de la iglesia, herramientas para repostería hechas de porcelana… Mientras observaba todo esto, desde la ventana que daba al patio, sentía que algo me observaba a mi.
Comimos varios panes con jamón y queso mientras armábamos la maqueta. Tuve que admitir que lo pasé muy bien durante las horas que nos tomó hacer el trabajo. Mariaca trajo su computadora y puso una buena selección de música, no encontré ni rastro de los guisados de gato con moho que, se decía, su abuela cocinaba diariamente, ni tampoco de las tortas de fruta podrida que, comentaban, guardaba en el refrigerador. Descubrí que teníamos gustos musicales parecidos y Mariaca, a pesar de todos mis intentos de que no fuera así, comenzó a caerme bien.

Cuando nos dimos cuenta de la hora, ya había oscurecido. La ventana tenebrosa de la cocina mostraba el exterior casi negro del patio. Me asusté. Mariaca aún cantaba alegremente la canción que sonaba en su computadora, sonriendo de oreja a oreja, de una manera que nunca le había visto en el colegio, mientras le tomaba fotos a la maqueta con su viejo celular. No se dio cuenta de que yo había dejado de cantar con ella.
Mamá me había advertido, con el tono que utilizaba cuando iba muy, muy en serio, que iba a salir a la noche; si quería que me fuera a buscar, dijo, tenía que ser antes de las cinco, porque iba a ir a la peluquería y luego a vestirse a casa de una amiga. No iba a tener tiempo de buscarme en ningún otro momento.
'Mari' la llamé, mientras sentía que mi rostro palidecía con la mirada fija en la ventana '¿Puedo usar tu teléfono?'
Me miró de forma extraña y me alargó la mano que sostenía el celular. Mamá confirmó mis sospechas: no, ya me había dicho que no me iba a buscar después de las cinco.
'¿Por qué no te quedas a dormir a que tu amiga?'
Para cuando hizo esa pregunta yo me encontraba en la sala, entre los muchos sillones revestidos de ropa vieja, hablando en susurros.
'No es mi amiga, mamá. ¡Es muy rara!'
'No sea antipática, hija' me replicó.

No me quedó otra opción sino rendirme.Tranqué la llamada y colapsé sobre un montón de vestidos polvorientos. El ventanal de la antigua sala me devolvía mi propio rostro preocupado. Mariaca estaba de pie en el umbral de la cocina.
'No me pueden venir a buscar' le expliqué.
La chica se encogió de hombros. Lucía muy extraña, con los brazos cruzados, el cabello desarreglado y desparramado en todas direcciones, aún con el uniforme del colegio a pesar de la oscuridad. Su rostro también expresaba cierta preocupación; continuamente miraba hacia una puerta a mis espaldas.
'A mi abuela no le gusta que se quede gente a dormir' dijo, poniendo cara de verdadero miedo.
Supuse que me veía igual que ella: desaliñada, llena de pega, con el uniforme en desorden. Miré a mi reflejo en el ventanal, ambas suspiramos con resignación.
'Déjame hablar con ella' concluyó Mariaca, y desapareció por la puerta a mis espaldas.

Permanecí sola en la habitación durante por lo menos media hora. La casa de noche lucía mucho más lúgubre que de día. Había muchas ventanas de gran tamaño, desde cada una de ellas parecían vigilar varios pares de ojos en mi dirección. El patio se vio bañado por la luz plateada de un relámpago, seguido pronto por el trueno. Noté que los montones de ropa sobre los sillones y los sofá se movían de forma casi imperceptible. Cosas mías, me dije, es la luz. La música en la cocina se había detenido hacía rato, solo el viento, cada vez más violento, era audible.

Mariaca salió por fin con una sonrisa en el rostro. Se había puesto ropa más cómoda y traía dinero en la mano.
'Mi abuela dice que pidamos pizza para cenar' declaró, sonriente.

Comenzó a llover. Las luces de la casa parpadeaban sin apagarse, y era casi imposible escucharnos Mariaca y yo al hablar, por el ruido que causaba el agua sobre las tejas, unido con el viento y los truenos. Con señas me indicó que la siguiera por un pasillo oscuro, al final del cual estaba la puerta abierta de su habitación. Quedé sorprendida con el orden que reinaba dentro: paredes blancas, alfombra parda, la cama hecha, libros ordenados alfabéticamente en los estantes, la ropa acomodada en el clóset por orden de colores… Mamá hubiera estado orgullosa de que una habitación así fuera la mía. Sobre la peinadora había un mono y una blusa. La chica señaló en esa dirección indicando que podía cambiarme. Ella salió y volvió casi enseguida con su computadora. La conectó a la electricidad y esperó a que yo estuviera lista, ocupada en teclear algo en la máquina.

Aún llovía cuando sonó el timbre. Mariaca me hizo señas nuevamente para que la siguiera. Salimos a la antesala del patio, donde había techo, una mesa y un par de sillas franqueadas por sendas palmas.Ella se aventuró descalza bajo la lluvia a abrir la puerta de la calle. Recibió las pizzas y el refresco, pagó y volvió dentro sin esperar el vuelto.
'Ya vengo, voy a llevarle su pizza a mi abuela.'

Para cuando estuvo de vuelta, la lluvia se había convertido en garúa y el olor de la pizza caliente me había abierto el apetito. Allí, en el jardín, era más difícil tener miedo que dentro de la extraña casa. Un aroma delicado de flores comenzaba a esparcirse por el aire y resultaba muy tranquilizador.
'¿Lista?' me preguntó, sonriendo de nuevo.

Comimos hasta el hartazgo, conversando acerca de la escuela, los profesores, las materias que más nos gustaban… No lo sabía, pero Mariaca llevaba las mejores notas de toda la promoción. Esperaba graduarse en el primer lugar.
'¿Vas a estudiar medicina?' le pregunté, mordiendo un pedazo de pizza más grande de lo que podía físicamente deglutir.
Mariaca permaneció en silencio unos minutos, masticando y mirando las luces de la calle. Era costumbre que las mejores estudiantes del colegio fueran a la capital a estudiar medicina; el resto, las que teníamos notas normales como yo, nos quedábamos siempre en la ciudad y estudiábamos una carrera corta, la mayoría terminábamos abriendo algún negocio o casándonos con nuestros novios del instituto. Las malas estudiantes, generalmente, desaparecían del mapa después de graduadas y rara vez se sabía de ellas.
'No puedo dejar sola a mi abuela' respondió al fin.
En ese momento recordé una de las tantas cosas que se decía de Mariaca en el colegio: que su abuela estaba loca, que no salía de su habitación y que amenazaba a la muchacha con suicidarse si se iba. También se decía que sus padres se habían ido lejos porque no la soportaban, y dejaron a Mariaca cuidándola sin importarles que le hiciera la vida imposible.
Me armé de valor y le conté justo eso, algunas de las cosas, las menos crueles, que se decían de ella. Entonces Mariaca hizo algo que no me esperaba, sacó un cigarrillo y un encendedor del bolsillo de sus pantalones cortos y comenzó a fumar.

(...)

Fin de la primera parte.

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