La mitología en el mundo: Un inicio en la literatura.

Yo quiero ser como Atenea. Una líder justa, protectora de su pueblo, que de mi mente se destejan las más fastuosas estrategias y que al hablar, encante mi conocimiento. Quiero poseer la sabiduría de la diosa de Atenas, que entre los brazos acunó a su gremio y le cuidó. Pero también, quiero el amor, Atenea nunca tuvo amor. Tal vez fue su misma justicia, su abnegación inherente impedimento para que se dejase amar. En cambio yo, yo quiero construir mi propio imperio, inquebrantable y de piedra, y ponerme yo misma a disposición de mis súbditos. Pero he dicho que quiero sólo un imperio de piedra, no quiero de piedra también el corazón.

Afrodita, por el contrario, sí amó a muchos y muchos la amaron, pero no tenía otra cosa que ofrecer que su belleza y el amor que recibió fue un amor deslumbrado, miraban sólo su cuerpo. Me pregunto quién habría querido verdaderamente descifrar la idiosincrasia de la Venus radiosa y esplendida.

Bien puedo ser yo, espejo de un ser divino, de esos que gobernó desde el Olimpo y bajó su vista al vacío, a donde se encontraban amasados los humanos que crecieron en la bellísima Grecia. Los mismos humanos que incendiaron Troya, los mismos humanos que rezaron a Hermes para que mojase sus labios de vino, los mismos humanos que aprendieron a usar su boca, para mentir y para besar. Bien podemos ser todos producto de algo mitológico. Espejos de la cólera de Hera, del egocentrismo de Zeus, de la bella Afrodita, del impresionable Paris, de la soledad de Atenea. Y puede ser también, que este mundo en el que somos transeúntes, sea nuestro propio Olimpo.

Si pienso en un mito, pienso los disgregados palacios de Grecia, en los tesoros de Atlantis, en el destrenzado cabello de Venus que cae un guirnaldas sobre su pecho. Pienso en la fortuna de Zeus, que sólo por poco se salvó de ser devorado por padre al nacer. En los pescadores, que parecieron a manos de Poseidón, y en la orgullosa Hera, esposa de un hombre que la hizo sufrir hasta la locura.

Si cerrara los ojos y pensara en un mito vería en mi mente al venerado sol de Egipto y los secretos que guardan las adyacencias del Nilo, los momificados cuerpos yacientes en planchas de oro y a las pirámides que se alzan de la desértica arena y contienen todas las riquezas de Ramses y Cleopatra. La vida en la dorada Menfis con andantes rostros de esfinge.

La prodigiosa alquimia de Merlín, los volcanes de Japón y la extinción del mundo en el Ragnarok.

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