¿Y los sueños para qué?

¿Vale soñar? Si, vale soñar. Pero una cosa es soñar y otra cosa es que nuestros sueños se concreten y hagan realidad.

Podemos soñar sin ingenuidad. Hay una larga tradición optimista que nos dice desde niños que hay que soñar en grande y que seremos triunfadores, lo que no nos dicen es que los sueños son ilusiones tejidas en el viento y que la realidad dura y concreta deshace ensoñaciones sin asidero. Deberíamos ser soñadores realistas y no soñadores ingenuos. Un ejemplo de soñador ingenuo es aquel que carece de ciertas cualidades que le permiten desarrollar sus potencialidades, por ejemplo romper la marca mundial de los cien metros planos sabiendo que no tengo la física corporal adecuada: “No tengo piernas largas sino corticas”, “no soy alto sino extremadamente bajito”, “nunca me he entrenado como entrenan los campeones sino que soy sedentario”. Un soñador realista, con las condiciones registradas anteriormente, no soñaría con romper la marca mundial sino que soñaría con romper marcas en su categoría, o soñaría con ganar carreras para no profesionales del atletismo y participaría en carreras amateurs, o cosas por el estilo...

Si somos soñadores ingenuos sufriremos mucho cuando no tengamos los triunfos deseados. Aquel momento de duro realismo nos dará un golpe difícil de asimilar, nos lastimará en donde más duele. Un moretón sana, pero los dardos infringidos en nuestra mente permanecen por largo tiempo y se debe enfrentar una feroz lucha contra nuestros temores y nuestras desilusiones para poder superar la caída. Si somos soñadores realistas iremos luchando poco a poco por alcanzar nuestras metas, iremos teniendo triunfos merecidos y mentalmente estaremos protegidos contra la desilusión, ya que nuestras metas se irán concretando. Y lo mejor de todo, la fortuna favorece a aquellos que están luchando en pos de sus capacidades, ya que en algún momento tendrá un triunfo no soñado, no producto del azar, sino producto de la constancia y el esfuerzo.