Anécdota Carajitesca

in cervantes •  6 years ago 

  

Anécdota Carajitesca
 


En la época de la niñez, el ser humano despierta plena conciencia de sí mismo y por primera vez se da cuenta que no es parte de un todo uniforme, sino que al contrario, se siente parte de él por el simple hecho de identificarse emocional o culturalmente con figuras a su alrededor, bien pueden ser personas, personajes, héroes, leyendas o tal vez instituciones o abstracciones, un país cualquiera, el poder judicial, la democracia, la plutocracia, entre otros.  

Y en ese despertar cognitivo, el niño se ve condicionado por el acontecer de sucesos que marcarán el estrecho camino de su personalidad. Vistos retrospectivamente éstos pasajes son manejados como anécdotas, algunas con gran vistosidad y emoción, otras que contienen heroísmo y valentía, tatuajes inteligibles que impregnan la esencia de lo extraordinario, y claro, esta no es una de ellas.  Cuando yo era un carajito[1]  iba regularmente al cyber[2] de mis papás, se ubicaba en una de las calles que prácticamente bifurca el espectro cultural de la ciudad (Luego explicaré porqué). 

 Como todo buen carajito, me sentaba horas y horas en mi computadora: la Máquina Nº 5. Contemplaba los hermosos gráficos y la irrepetible trama histórica de los juegos virtuales de CartoonNetworks, por supuesto, en esa cantidad de horas descubrí Youtube y la gran variedad de contenido informativo que poseía y que estaba a la disposición de un click, me permitió conocer la hermosa primera temporada de Naruto y el final de Yu-Gi-Oh –Ernesto, ¿puedes, por favor, narrar la anécdota- Internamente contesté –Ese es el problema de llevarse no soportarse a uno mismo, compañeros idealistas- En fin, un buen día –querrás decir, un mal día- llovía excesivamente y el cyber, estaba repleto de personas, pero como mi universo se establecía en el monitor de la Nº5, junto con el teclado y el mouse, yo jugaba a ser una especie de Demiurgo que transformaba y amalgamaba a voluntad los trozos y fragmentos virtuales del navegador de Google. Pero mi omnisapiencia infantil carecía de los poderes vaticinadores que hoy ostento. Ese día, mi omnipotencia se esfumó y el causante apenas cruzaba la puerta. Mi papá envió un mensaje por el comunicador del servidor, se lee tan escalofriante hoy como en aquél entonces: “Necesitamos la Nº5, llegó un cliente”.  

Pálido, me dirigía al otro lado del local, abrumado me detuve frente a la puerta que nos separaba, a mí, el Dios-niño, el dueño de un universo aún por conocer, yo, que formé y diseñe a la perfección los fondos de pantalla, que escrupulosamente di un orden celestial e inalterable a los iconos, me hallaba ahora siendo defenestrado, desterrado, amputado de mi divino paraíso, tendré que enfrentarlo, debo hacerlo, es mi deber como ser celestial y todo poderoso -¡TRAIGAN A ESE PLEBEYO- Vocifere en mi interior. Crucé el umbral, vislumbre a mi ilegítimo sucesor, mis poderes se habían desvanecido, la mirada caprichosa que emplee en él no trascendió a su alma ¿Qué pasaba? ¿Es que acaso él –Sí, era un él- era inmune? Inmune a mis plenipotenciarios poderes, ¿Serían esas grandes cantidades de grasa las que me impedían conocer su espíritu? ¿Su calva prominente podía desviar mis divinos atributos? – ¡NO, IMPOSIBLE! – Tenía que ser otra cosa, ese ente anunciaba un comportamiento extraño, un caminar torpe y una aptitud muy cariñosa para con todos a su alrededor –Más tarde ese día mi papá me comentó que ese hombre estaba borracho- Era eso, ese maldito elixir lo volvía inmune a todos mis hechizos, bebida que turbia la voluntad y el deseo, antaño fuiste mi enemiga, hoy, mi némesis aliado.   

En un momento pensé que no sucedería, pero ahí estaba, inerte y posando sentado frente a mi cosmos, mi universo, mi yo. Varias veces esa tarde ese hombre me llamaba emocionado y confundido, solicitando ayuda con sus correos y para contemplar  la música de un tal Metálica –Simples mortales- invoqué todos los maleficios, los improperios y las más crueles oraciones con el fin de ultimar su estancia, nada funcionaba. Por fin, apiadándose de mi suerte, decidió levantarse y dejar respirar la naturaleza de mi identidad. Inescrupuloso, dejó el local sin mirar atrás. De nuevo, me hallaba yo en el control de mi “topus uranus”, volvía el poder, la magia, el yo Demiurgo, el Dios-niño, pero ¿Por cuánto tiempo?  
  

 [1] Carajito: Término peyorativo, sinónimo de niño  

 [2] Cyber: Término coloquial que alude a un establecimiento dónde hay una red de internet a la par con un conjunto de computadoras)    

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