¿A quién le gusta el chocolate? Preguntó el mesonero al servir el postre.

in cervantes •  7 years ago 

Todo comenzó aquella tarde frente a la plaza, en aquel café frente al Hotel Jardín, un Marzo de 1931...

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Andreína, la hija del sastre Román (ese señor de largos bigotes y mirada de serpiente que le hacía la ropa a media Maracay), por fín había aceptado mi invitación a un paseo por las adyacencias del recién inaugurado Hotel Jardín. El General Gómez, Presidente de Venezuela en aquel entonces, era un hombre de visión y mandó a construir todo un complejo cultural para su ciudad preferida, Maracay.

A un lado estaría el Teatro de la Ópera y frente al Hotel Jardín la Plaza Bolívar más grande de Latinoamérica. Eso indicaba que para mis intereses amorosos llevar a Andreína a ese sitio era alabar su belleza en un sitio importante de la ciudad.

Así comienza mi historia:

En mis ratos libres solía escribir poesías, luego de aquellas clases de literatura que tenía con unos niños en una escuela cercana. Allí conocí a Andreína, estaba llevando a su sobrino a clases y esa tarde llovía, le acerqué mi paraguas mientras caminaba hacia el edificio de la escuela y con una sonrisa hermosa me agradeció el gesto caballeroso.

Días después la encontré leyendo un libro en el patio del colegio, esperaba a su sobrino que ya estaba por salir. La saludé y se acordó de mí agradeciendo de nuevo por el gesto del paraguas. Entablamos una conversación sobre el libro que leía, era de poesías y esa oportunidad era como puesta a propósito por el destino. Luego de algunas diferencias sobre una que otra poesía, tomé una página de mi libreta, escribí unos versos, se los entregué y le pedí que cuando los leyera me diera su opinión, tal vez cuando volviera por su sobrino al día siguiente. Me miró sonrojada y asintió sin decir una palabra.

El patio del colegio tenía algunos jardines en los que sobresalían alguna flores pequeñas y coloridas, en otras zonas más cuidadas podían verse unos pétalos de rosa formándose y más al fondo un pequeño huerto mostraba las habilidades de los estudiantes en sus clases de agricultura. Los grandes árboles hacían buena sombra en horas del mediodía, cuando el Sol estaba más fuerte, y todos esperábamos eventualmente cuando los mangos caían, para disfrutar un bocado de fruta fresca.

Los arcos eran las estructuras favoritas y en tendencia de la época, todas las construcciones llevaban ese sello, la continuidad le daba un carácter sólido y estilizado, junto con las columnas y los techos de tejas que se veían bordeando algunas casas. Era normal ver a una que otra ardilla corriendo de un árbol a otro y los niños asombrados señalándolas emocionados, un ambiente realmente armónico.

Esa noche al llegar a casa me puse a escribir, quería impresionar a Andreína, era una mujer hermosa, de cabello corto, podía ver fácilmente su cuello, su mirada era como distraída, pero ese gris en sus ojos le daban a su rostro un matiz impresionante. Se me asemejaba a alguna estrella de cine francesa, ese aire parisino que denotaba romanticismo, sensibilidad, era perfecta.

Desperté de golpe y me di cuenta que me había quedado dormido pensando en Andreína, con un libro sobre el pecho y un montón de hojas escritas con versos varios que trataba de unir para recrear algo que la sorprendiera, quería ganarme su atención y que mejor que mis letras. Dejando a un lado la sencillez, cuando quería lograba grandes escritos. Ya había realizado algunas colaboraciones para periódicos locales y en una oportunidad me invitaron a participar en un evento literario en el que conocí muchas personas influyentes del medio y con quienes aprendí muchas técnicas que no manejaba con mi lápiz.

Tomé mi desayuno luego de un rápido baño y salí apurado al colegio, no quería perder la oportunidad de verla una vez más, tal vez ya había leído mis versos y tendría alguna respuesta. Crucé la calle en sentido al colegio, la hilera de árboles de un lado y otro de la avenida le daban un agradable verdor al paisaje, entre arcos y columnas, ¡Qué bonita era mi ciudad!

Llegué al colegio, mi clase transcurrió con ansias de mi parte, a la hora del recreo salí al patio y lo recorrí de punta a punta, a ver si tenía suerte y me encontraba a Andreína, pero ese día no fue a buscar a su sobrino, lo vi alejarse en la tarde con una señora mayor que supuse era su madre. Así pasaron varios días, me apenaba pensar que haya sido culpable de su lejanía, tal vez no debí ser tan frontal.

La lluvia amenazaba esa tarde, la rutina había vuelto a mi vida, escribí algunos versos tristes, otros enamorados, alguno que otro a la naturaleza, siempre me gustó humanizarla y darle vida con sensaciones, roces y besos. Más de una vez enamoré a una nube y el viento en sus celos creaba tormentas a lo lejos, pintando el horizonte de grises profundos con destellos incandecentes. Por un momento pensé que la lluvia me traería a Andreína, pero no fue así. Regresé a casa caminando lento bajo el torrencial aguacero, algunos niños corrían de un lado a otro, saltando charcos, disfrutando la espléndida tormenta, para mí era un diluvio de soledades.

Siempre he sido soñador y no abandono mis sueños así nada más, esa tarde al salir del colegio me dirigí al café cerca del Hotel Jardín, tenía como ganas de llover pero la brisa se llevaba la nube de un lado a otro. Al cruzar la calle para entrar al café, noté una figura en la puerta del local con un paraguas muy parecido al mío. ¡Que sorpresa! Era ella, Andreína había acudido a aquella arriesgada cita con alguien que poco conocía, ¡me esperaba!

Al verme sonrió en medio de su sonrojo, se acerco y besó mi mejilla, eso me hizo flotar por un momento, aún no salía de mi asombro. La tomé del brazo y le indiqué el camino hacia una mesa, le pregunté qué le había ocurrido que no la había visto más, a lo que respondió "Tuve que viajar inesperadamente, un familiar enfermó y me pidieron lo cuidara mientras mejorara y apenas su salud mejoró salí corriendo, contaba los minutos para estar aquí, temía que ya no vendrías por mi ausencia".

Siguió hablando: "Aquella tarde al llegar a casa y luego de preparar la cena y darme un baño ya para dormir, me senté al borde de la cama y leí cada palabra escrita de tu puño y letra, mi mente comenzó a recorrer un mundo de fantasía, imaginé cada verso, me sentí dentro de ese poema como la protagonista. Fue increíble lo que me hiciste sentir esa noche y me preguntaba ¿por qué, para qué?, sólo me quedaba saciar mis dudas escuchando qué tendrías que decirme".

La sonrisa no podía borrarse de mi cara, supongo que me veía extraño sonriendo. Sin pensarlo mucho lo dejé salir: "Aquella tarde cuando te escribí esos versos, ya los tenía pensados para ti. Te había guardado en mi mente desde el día que te ayudé con mi paraguas, me impresionó tu belleza y ya no saliste más de mi mente. Creo que desvariaba de a ratos, cuando volvías a mi mente en medio de mi clase, los chicos se miraban y me llamaban, hasta que volvía en mí y me disculpaba. Pensaron que me quedaba dormido mientras les hablaba.

La intención no era sólo que los leyeras, era poder tener la oportunidad de verte a solas, sin tu sobrino, sin mis alumnos, y así poder conversarte sobre lo que me gustas. Tal vez generando el momento de conocer tus labios en un roce, de avivar mis pulmones con el aroma de tu piel o recrear una fogata en el vaivén de una tormenta de suspiros y besos". En ese momento sus labios irrumpieron mi explicación, un tierno beso se posó en mi boca entreabierta e inmóvil por la sorpresa. A lo lejos un relámpago anunciaba la fuerte lluvia llegando.

Respondí ese beso con otro igual de tierno pero un poco más profundo, me tomó de la mano y se alejó lentamente. Un suspiro marcó esa distancia entre ambos, las miradas ardían, nuestros dedos se rozaban una y otra vez. Las personas a nuestro alrededor, en las otras mesas continuaron conversando, luego de notar que ya no nos besábamos, no era acostumbrado besarse así en un sitio público.

Conversamos de todo un poco, de su familia, mi trabajo, de su estadía en Maracay, de mis proyectos, de sus canciones favoritas, de mi aficción por la playa, en fin, afianzábamos los lazos, construyendo nuestros propios arcos y jardines, mientras la lluvia a cántaros celebraba aquella unión.

En medio de una de esas miradas cómplices, nos acercamos una vez más para darnos un beso, y cuando ya rozábamos nuestros labios escuchamos y nos miramos sonrientes: "¿A quién le gusta el chocolate?" Preguntó el mesonero, al servir el postre junto a un café, algo que a ambos nos encantaba y que marcaría nuestras vidas en una historia hermosa que comenzó con una lluvia y se reforzó en medio de una tormenta, en aquel café frente al Hotel Jardín, en la hermosa Ciudad de Maracay.

José Rafael Rivero ®
Ig: jrafaelrivero

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Ey! Really Thanks. Regards!

Wow man, nunca he leido cosas como estas haha, me gusto la verdad. No se si es una historia real o no, pero gracias por compartir.

jejeje gracias @neri0x Es una historia, no es real. Saludos!

Pero y ahora que hago? yo siento que los personajes son reales! hahaha, buena historia amigo te felicito.

jejeje Es la idea de crear una historia, que sientas incluso que eres tú en un deja vú... Saludos!

Muy interesante historia felicidades

Gracias pana! Saludos!

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Nice! Really Thanks a lot! I´ll Follow. Happy Friday!

Que linda historia la forma como esta narrada me transporte a esa epoca.

Gracias @olimarymunoz es la idea, describir espacios y crear un ambiente agradable en torno a ella, la historia. Saludos y Gracias por leerla!

Hermosa historia felicidades!! saludos!

Muchas Gracias! Bienvenida!