Recuerdo ser un niño y tener muchos miedos, le tenía terror a los demonios o fantasmas, las películas de terror y la oscuridad de mi cuarto, puede ser que haya tenido muchos más, pero estos son los que recuerdo, muchas veces me quedo pensando cuanto pudieron influir en mi hasta el punto de hacerme el hombre que soy hoy en día, nuestro poco conocimiento en la etapa de la niñez es la que influye en gran medida a adquirir esos miedos, sin embargo, los adultos como nuestros padres o familiares juegan un papel importante en la superación de esos miedos, comprenden que por ser unos niños podemos tener esos miedos que pueden parecer tontos para ellos y nos ayudan a superarlos.
A medida que vamos creciendo tratamos de ir superándolos porque a veces las situaciones nos obligan a hacerlo y esos miedos van desapareciendo en algunos casos, pero además de superarlos poco a poco la realidad es que lo vamos suplantando por otros nuevos.
El sueño de todo niño es llegar a ser adulto, porque en nuestra de infantes vemos que al serlo tenemos capacidades y libertades de hacer y enfrentarnos a lo que queramos, nos proyectamos a futuro como una persona fuerte y segura de sí misma sin miedos y capaces de hacer cualquier cosa, pensamos que al llegar a esa etapa esos miedos que nos parecen tontos van a desaparecer y podremos vivir sin tener que estar preocupados por ellos, pero las personas que más temen son los adultos, no los niños.
Puede que no sean miedos como los de un monstruo debajo de la cama o escondido en el closet, pero son mucho más poderosos de lo que pensamos cuando somos niños y más difíciles de superar. Crecer nos trae aprendizajes de que debemos y no debemos hacer, cuando somos niños no tenemos conciencia de lo que implican ciertas cosas, solo cuando nos armamos de valor somos capaces de vivirlas, a veces pueden salir de mala manera y nos dejan una marca, esa marca que nos cohíbe de volver a intentarlo por miedo a salir lastimados.
Con el paso de los años vamos tomando cada vez más responsabilidades que no podemos ignorar y aprendemos sobre todo que nuestros padres no pueden solucionárnoslos, que no siempre podemos vivir bajo su protección todo el tiempo, tenemos que enfrentarnos si o si a ellos.
Pienso que cambie mi miedo a la oscuridad por el miedo a ser un adulto fracasado y sin nada relevante por hacer, el de las películas de terror por tener que vivir una vida sin una buena estabilidad económica y el de los fantasmas por el de quedarme solo y no conseguir una pareja para pasar el resto de mi vida con alguien a mi lado. En nuestros miedos de pequeños y de adulto lo que más influye en ellos es nuestra imaginación, nuestra mente activa en todo momento siempre trata de crear escenarios hipotéticos de cualquier situación, acompañada de nuestra intuición para mantenernos atentos a cualquier improvisto. Todo esto como un mecanismo de defensa que viene con nosotros desde que nacemos para no salir heridos, aun así muchas veces y sobre todo cuando somos jóvenes nos lanzamos a la aventura, pero ¿Cuantas veces nos hemos lanzado y encontrado con lo que más temíamos?
A pesar de que siempre se puede llevar una manera positiva de ver las cosas y de ver el vaso medio lleno, nos encontramos que la vida es un camino lleno de rosas, muy bonito pero escondiendo millones de espinas debajo de ellas, el miedo más grande de un adulto es el del fracaso, el de intentar cualquier cosa y salir lastimados sin el premio por el que nos lanzamos a luchar, porque para tomar una de esas rosas podemos hacernos mucho daño con las espinas.
En ese momento llega el “no puedo hacerlo” a nuestra mente, no importa cuán bella y necesaria sea esa rosa para nosotros, sabemos que antes de tenerla debemos pasar por sus espinas y ellas nos aterran, nos dan miedo las heridas que pueden causarnos ya que pueden llegar a ser muy graves.
La diferencia entre el miedo de un infante y de un adulto, es que la del niño suele ser irracional e imaginaria, la de un adulto muchas veces se crea por experiencias propias, todos cargamos con demonios y muchos miedos dentro de nosotros, el verdadero problema es no enfrentarlos y superarlos, la valentía no se mide por la cantidad de miedos que tenemos, sino por aquellos que dejamos en el camino derrotados.