El Espantapájaros

in cervantes •  7 years ago 

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Esta era, amigo, la historia de un pobre espantapájaros, que ocurrió hace mucho tiempo. Yo me enteré de ella, una mañana cuando por el horizonte apareció el primer rayo de sol, que fue a despertar a los pajaritos, que dormían en sus nidos. Éste rayo de sol, fue quien me la contó... pero pasemos a la historia:

En tiempos muy lejanos, vivía en un país cuyo nombre no recuerdo, un labrador que era muy avaro. Todo le parecía poco y siempre deseaba tener más. A tanto llegaba su avaricia, que cuando algún pajarito se acercaba a sus tierras para coger algún granito de trigo caído en el suelo, se ponía furioso y les gritaba:

-¡Ladrones, bandidos! ¡Fuera de mis tierras! ¡Como atrape a uno, lo aplasto!

Y a palos y pedradas, espantaba a los pajaritos, quienes no hacían ningún daño a sus tierras; sólo se limitaban a coger los granitos caídos en el suelo.
El labrador no dormía jamás, porque estaba alerta de que nadie se acercase a sus tierras.
Hasta que un día se le ocurrió construir un espantapájaros.

Cogió unas cañas de azúcar y con ellas formó los brazos y las piernas; luego hizo el cuerpo con haz de paja.

-Eso es, ya tiene forma. Le pondré de cabeza, ésta calabaza. De ojos, dos granos de maíz. Ahora la nariz, esta zanahoria me sirve... ¿y de boca..., qué le pondré de boca...? Ah, ya sé... una hilera de granos de trigo, como si fuesen dientes.

Y de ésta forma, el labrador lo fabricó en un momento. Después de vestirlo con ropas viejas y raídas, lo llevó a la huerta, colocándolo en medio de ella.

-Oh, pero te falta algo para estar completo espantapájaros... ¡te falta un corazón!

Y diciendo ésto, el labrador se acercó a un manzano y cogiendo la más hermosa manzana, la colocó dentro del pecho de paja del espantajo. Luego muy satisfecho, se marchó a su casa.
Y allí quedó el pobre espantapájaros moviendo sus brazos al viento y haciendo ruido con sus articulaciones de caña. Ningún animalito se atrevió a acercarse a la huerta, pues les causaba temor aquella extraña figura.

Y así fueron pasando los días, hasta que, en uno de ellos, el espantapájaros vio a un gorrión que después de volar un momento sobre la huerta, bajaba al suelo, y dando saltitos se ponía a buscar trigo.

-Boooooohhh...-exclamó el espantapájaros.

Al oírlo, el pajarito voló asustado hasta la rama de un árbol. Desde ahí miró con sus negros ojitos, al causante de su miedo.

-¿Quién eres, y por qué me asustas?- preguntó el pajarito.
-Soy un espantapájaros y mi deber es cuidar de esta huerta.-respondió.
-No me asustes- rogó el pajarito- Y déjame coger unos granitos de trigo, para llevar a mis hijitos.
-No puedo pajarito-le dijo- Me han puesto aquí para impedirlo.
-Qué lástima de mi- susurró el pajarito.
-Te repito que no puedo. El amo de estas tierras, me fabricó para que impidiera que alguien se acerque al trigo o las hortalizas- explicó el espantajo.
-El amo de este lugar es un avaro- protestó el animal- Sé bueno y apiádate de mi- suplicó- Tengo que llevar algo a mis hijitos que tienen hambre!- exclamó con ojos llenos de lágrimas.

Al oír ésto el humilde espantajo, sintió que su corazoncito de manzana temblaba. Pero no, el no podía faltar a su deber.

-Mira, pajarito, no puedo acceder a lo que me pides. Pero para que puedas llevar algo a tus hijitos, coge de mi boca los dientes de trigo... ¡como son míos, puedo dártelos!- exclamó.
-Eso no, buen espantajo!!!- exclamó el gorrión.
-Cógelos pajarito...- insistió el espantapájaros- A mi, no me hacen falta.

Convencido, el gorrión voló hasta él y le quitó sus dientes de trigo. Luego, le dio un beso en su frente de calabaza, a la vez que una lágrima se desprendía de sus ojitos y el espantapájaros se sintió conmovido.

Pasaron los días y una mañana el pelele, vio a un conejito que metiéndose en la huerta, se encaminaba hacia la plantación de zanahorias.

-¡Booooh...!- exclamó- Eh, tu conejito, ¿adónde vas?
-¡Ay, que susto más grande!- exclamó el conejo de manera que hizo reír al pelele.
-No temas, nada te haré. Pero sal enseguida de aquí- le aconsejó.
-Es que quiero coger una zanahoria!
-Eso es robar, conejito y está muy mal...!- le reprendió el pelele.
-Pero el amo de este lugar tiene muchas, no lo notaría- se excusó el conejo.
-Y tu conciencia, conejito?- inquirió el espantajo- ¿No lo notaría tampoco tu conciencia?
-Pero es que tanto como mi conciencia, chilla mi estómago!- exclamó a modo de defensa.
-Y te importa más tu estómago que tu conciencia?- preguntó el pelele, lo que hizo reaccionar al conejo.
-Tienes razón, iba a cometer una acción muy fea... perdóname, no volveré jamás a intentar robar!- prometió.
-Así me gusta.- lo felicitó el pelele.- Y mira, para que puedas comer algo, te voy a dar mi nariz de zanahoria. A mi, en realidad, no me hace mucha falta!

Y diciendo ésto, se arrancó la zanahoria que tenía por nariz y se la dio al conejito, el cual se fue muy satisfecho.

Le entraron ganas de cantar, pero como no tenía dientes, pues éstos eran de trigo y se los había dado al gorrión; tampoco podría ya oler el aroma de las flores, pues su nariz de zanahoria se la había llevado el conejito. Aun así, sentía cómo su corazón de manzana se esponjaba de satisfacción por lo que había hecho.

Pensando en todo esto, repentinamente vio un gallo que cantando desafiante, pasaba junto a él.

-¡Kikirikiiiii...! ¡Kikirikiiii...!
-¿Adónde vas, amigo gallo?- inquirió.
-Voy a pedirle a mi mujer que no ponga más huevos para el dueño de éstas tierras, porque es un avaro que cuenta los granos de maíz que nos da!- exclamó furioso.
-Pero así perjudicas al dueño- expresó el pelele.
-¡Bah!- protestó- ¡Que se fastidie, de ésta forma, aprenderá!- estaba realmente enojado.
-No obras bien, amigo gallo. Hay que devolver bien, por mal.- aconsejó con suavidad.
-¡Nuestro amo no lo merece!- insistió el gallo.
-Yo puedo darte los dos granos de maíz que tengo por ojos, si me prometes que tu esposa seguirá poniendo huevos para el dueño...-ofreció con humildad.
-Pero...¡te quedarás ciego!- le dijo.
-Eso no tiene importancia, si de ésta forma evito una mala acción- le dijo.
-Bueno, los cogeré si así lo quieres. Y te prometo devolver siempre bien por mal, en recuerdo y honor a lo que por mi, haz hecho.

El gallo cogió los dos granos de maíz que el pelele tenía por ojos y se marchó muy agradecido.

Y allí quedó el pobre espantapájaros, sumido a la mayor oscuridad; ya no tenía sus ojos de maíz para contemplar las bellezas del campo. Pero él no pensaba en eso, sino en la alegría que había dado al gallo y en perjuicio que había evitado al dueño de aquellas tierras.

Pensando en ésto, escuchó que alguien se acercaba a él.

-Escúchame, espantapájaros...- le dijo la voz.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Soy un mendigo.
-¿Y qué deseas de mi?
-Una limosnita- respondió con tristeza- Nadie me ha dado nada en todo el día; quizás tú, aun siendo un pobre espantapájaros, puedas darme algo...
-Me gustaría poder ayudarte... dime, ¿te sirve mi raído traje?
-¡Oh, si!- respondió con entusiasmo, el mendigo.
-¡Pues cógelo!- exclamó el espantajo- ¡Tuyo es!- le dijo.
-¡Gracias, muchas gracias!- exclamó feliz el mendigo, quitándole el traje al espantapájaros.

El espantapájaros quedó un buen rato pensando en todo el malestar que le había podido evitar al dueño de la huerta, cuando escuchó que alguien lloraba junto a él.

-¿Quién está llorando?- inquirió con preocupación.
-Yo, soy yo quien llora- respondió la voz entre sollozos.
-¿Y quién eres tú?- preguntó- No puedo verte.
-Mi nombre es periquillo.- respondió aún llorando.
-¿Y por qué lloras?- preguntó.
-Porque vine a ver al dueño de estas tierras, para pedirle algo de alimento para mi madre. Pero se ha negado a darme nada. Y ahora tendré que volver con las manos vacías...- diciendo ésto, se echó a llorar de nuevo.
-¿Qué podría darte yo?- se preguntó el espantajo- Di mis dientes de trigo al gorrión, mi nariz de zanahoria al conejo, mis ojos de maíz al gallo y mi raído traje, aun mendigo...- expresó pensativo y de pronto exclamó emocionado: -Ya está periquillo!- dijo feliz- Deja de llorar y no te preocupes. Coge la calabaza que tengo por cabeza, la llevas al pueblo y la vendes y con lo que por ella te den, compras a tu madre lo que le hace falta!
-Pero usted se quedará sin cabeza, señor espantajo- titubeó periquillo.
-¿Y eso qué importa?- le preguntó- El caso es que lleves a tu madre, el alimento que le hace falta!

Muy agradecido, periquillo cogió la calabaza y se fue, no sin decir antes:

-¡Gracias, es usted muy bueno!

Así lo descubrió el dueño de la huerta, cuando vino a ver sus sembrados.

-Pero, ¿qué es ésto?¿cómo es posible que esté así el espantapájaros?- exclamó furioso- Bah, ya no sirve para nada. Le prenderé fuego y haré uno nuevo!

Y sin pensarlo más, prendió fuego al pobre pelele, que pronto comenzó a arder.

El gorrión que vio ésto desde su nido, comenzó a piar fuertemente y pronto estuvieron allí, el conejo, el gallo, periquillo y el mendigo, que amenazadores se acercaron al labrador. Pero éste los alejó con una estaca.

-¡Fuera, fuera de aquí!- gritó- ¡No quiero a nadie en mis tierras!
-¡Es que era nuestro amigo!- gritó el gorrión.
-¡Defendió tus tierras!- protestó periquillo.
-¡Apaga el fuego que lo consume!- suplicó el mendigo.
-¡Ten piedad del pobre espantajo!- rogó el gallo.
-¡Fuera, he dicho que fuera!- gritó el labrador.

En aquel momento, del quemado pecho del pelele, cayó algo al suelo.

-¿Qué es ésto?- inquirió el labrador- ¡Ah, si! ¡la manzana que le puse de corazón!- exclamó- ¿decís que os dio cuanto tenía?, Pues bien... su corazón de manzana, será para mi... jajajaja!- exclamó, soltando una cruel carcajada.

El labrador recogió la manzana que había estado en el pecho del espantapájaros y procedió a comérsela. Pero apenas la mordió, sintió que algo cambiaba en él y cuando volvió la mirada hacia los que le contemplaban, ésta mirada no era de furia, sino de cariño.

El espantajo había dado lo último que le quedaba... su corazón de manzana. Y éste corazón había cambiado la maldad y avaricia del labrador, por bondad y generosidad...

-Perdonadme, perdonadme todos- suplicó- He sido muy malo- dijo con los ojos llenos de lágrimas.- Pero desde hoy, no lo volveré a ser. Los pajaritos tendrán trigo, los conejos, zanahorias; el gallo, maíz. Y tu, periquillo, y tú, mendigo, tened la seguridad, de que nada os faltará.

Mientras el pobre espantapájaros, se había convertido en humo. Humo que se fue elevando sobre el prado, sobre las montañas y llegó al sol. El Astro Rey lo vio llegar sonriente, y bañándolo de oro, le dijo:

-Desde hoy, serás el más bello de mis rayos. Mi hijo predilecto, que en los amaneceres anunciará el día a hombres, niños y animales, para que todos recuerden la bondad de un humilde pelele.

Así pues, amigos, cuando en el amanecer veáis elevarse tras el mar, sobre las montañas, un rayo de luz que va entendiéndose y anunciando la llegada del sol, recordad que es el buen espantapájaros, que alcanzó la felicidad como premio a su caridad.

NOTA: No es de mi autoría. Éste es un cuento que escuchaba en tocadiscos, cuando era pequeña. Me lo aprendí de memoria, pues me encanta escucharlo, me encanta el mensaje final que nos deja. Por ello, quise compartirlo por esta vía.
Lo busqué incansablemente por Internet, pero no aparece nada parecido. El dibujo, lo hice yo.

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Muy buena la historia, y el dibujo está buenísimo. Felicidades

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