Muchos de nosotros acostumbramos, por comodidad o por falta de oportunidad, comer en la cafetería de la esquina o en el primer lugar que nos ofrezca una comida rápida y fácil de consumir. Por supuesto que esta elección nos permite ahorrar tiempo en este convulsionado mundo en el que vivimos; pero ¿qué ha pasado con la comida casera? Se nos ha olvidado esa sazón que pasaba de generación en generación y que para algunos representaba casi una marca familiar.
La comida casera es y ha sido siempre la opción más saludable por varias razones: cuando cocinamos en casa seleccionamos nosotros mismos los ingredientes, nos aseguramos de su calidad y nos esmeramos en su limpieza y desinfección; además podemos controlar la adición de productos artificiales dañitos para la salud, o la cantidad de grasa sodio y azúcar que usamos.
Adicional al aspecto material de la preparación casera de nuestros alimentos, se encuentra ese aspecto emocional que nos brinda una comida cuyo origen conocemos y la satisfacción de haberla preparado con nuestras propias manos y a nuestro gusto.
Disfrutar de una comida casera es una forma de consentirnos, consentir y cuidar a nuestros seres queridos y asegurarnos de que estamos ingiriendo alimentos sanos y de óptima calidad, que a la larga se traducirá en una vida más saludable.
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