Hay muchos adjetivos para poder describir a la ciudad de México, es; hermosa, majestuosa, mágica, imponente, bella, interesante, caótica. Tiene una chispa singular; te atrapan sus calles, sus edificios, su historia, su movimiento y puedo seguir escribiendo maravillas de esta ciudad, pero, no es el caso.
Todo lo bueno esconde algo malo (casi siempre) y la ciudad de México no es la excepción. Lo malo va más allá del control humano, escapa de nuestras manos la posibilidad de predecirlo, dando cabida a la naturaleza inexorable, capaz de arrebatarnos la vida en cualquier momento. Este fenómeno natural que nos mantiene alerta se llama: sismo.
La república mexicana está situada en una de las regiones más activas del mundo. Su alta sismicidad se debe principalmente a la interacción entre las placas de Norteamérica, Cocos, Pacífico, Rivera y Caribe. Así como fallas locales que corren a lo largo de varios estados, aunque estas últimas son menos peligrosas. A pesar de la distancia considerable de las zonas costeras (Pacífico) a la capital, la ciudad es muy vulnerable debido al tipo de suelo; ya que fue construida sobre sedimentos blandos de los antiguos lagos que existieron en el valle.
Todos los días al levantarme me acompañan mis dos grandes amigos; la cotidianidad y el orden. Desde que comienzo a meditar, hasta que estoy listo para estudiar. Aquel martes 19 de septiembre iba a ser distinto de otros días.
Cada año en esa fecha se conmemora la tragedia del sismo de 1985. Como parte de la conmemoración el gobierno de la ciudad hace sonar las alarmas sísmicas para llevar a cabo un simulacro.
A las 11 am estaba programado dicho simulacro. Algunas personas se unieron a la causa y a otras la indiferencia las había consumado. Lo que no sabíamos es que ese fatídico día, nos daría una sorpresa a todos los capitalinos. Eran las 13:14 horas, mi sesión de lectura estaba por iniciar. Me senté tranquilamente en la silla, abrí la laptop y oprimí el botón de encendido. Transcurrieron pocos segundos cuando sentí que mi vida se derrumbaba literalmente. La sacudida fue extremadamente violenta, haciendo que mi cuerpo se levantara, unos 5 centímetros de la silla. En ese momento el instinto de supervivencia despertó, no pensé; sólo corrí. Busqué a mi familia para poder protegernos y poder encontrar una zona segura.
De camino a la salida de mi edificio, me fue difícil mantener la vertical, los movimientos eran muy intensos. Un movimiento trepidatorio inicial; se convirtió pronto en un movimiento oscilatorio. Dos tipos de movimientos en un sólo evento, causó un mayor impacto en nuestros débiles cuerpos.
Habían pasado unos pocos segundos, cuando la alarma sísmica comenzó a sonar. La alarma no hizo su función de prevenir, el sismo nos había sorprendido. Estando afuera, el detestable sonido de la alarma y el caos se apoderaban de las calles. La escena que se vivió en esos momentos es simplemente inefable, no puedo describir tanto dolor, miedo y angustia. Los niños eran los más asustados, sus caritas inocentes lo decían todo, sus gritos se ahogaban en el mar inmenso de la confusión. Sus padres intentando mantener la calma, pero no podían, era imposible mantenerla y peor aún, cuando observas a tu alrededor como se mueve todo, cuando escuchas como cruje cada rincón de la ciudad, con esos sucesos era complejo mantener la tranquilidad.
La mayoría de las personas corriendo despavoridos, luchando contra lo incontenible, ancianos intentando refugiarse lo más rápido posible, sacando fuerzas de lo más profundo de su alma. Todas las personas respirábamos un miedo idéntico. Cada día convivimos con la vida y la muerte al mismo tiempo, en ese trance, sentía como la muerte me susurraba al oído; lentamente. Pude contemplar y distinguir tres tipos de miradas; algunas personas tenían miradas perdidas, en otros casos las personas tenían miradas de esperanza, y la gran mayoría su mirada estaba llena de temor, el común denominador de esas miradas era; el consuelo de seguir respirando. Fueron poco más de 80 segundos de terror, un instante que se sintió bastante eterno.
Cuando todo había concluido, los estragos a nivel físico, emocional y psicológico eran evidentes. Los sonidos de las sirenas de las ambulancias, bomberos y policías inundaban la ciudad.
Toda la gente comenzó a regresar a sus casas, estábamos confundidos, asustados y aún con el miedo de que las réplicas nos visitaran más tarde. Poco a poco fui tranquilizándome, aunque mi cuerpo seguía temblando, era una sensación extraña, temblaba como si el sismo aún estuviera presente. Creo que toda esa energía la absorbió mi cuerpo.
Cuando me recuperaba del shock, mi familia entera se interpuso en mis principales pensamientos. Afortunadamente todos se había reportado, diciendo que estaban bien. Créanme que después de un gran susto, esa excelente noticia era un bálsamo a toda la angustia que viví. Era como inhalar zozobra y exhalar un gran alivio.
Las noticias comenzaron a llegar; en la tele, radio, internet, en todos los medios de comunicación posible. El sismo había sido uno de los más fuertes por los que había pasado la ciudad, como era de esperarse; escuelas, casas, edificios se desplomaron.
Al saber de toda la magnitud de los daños, te das cuenta que muchas familias y la mía, fuimos afortunados al no pasarnos absolutamente nada. Muchos mexicanos, en el mejor de los casos, perdieron su casa donde vivían, y algunas cosas materiales, pero en el peor de los casos, se encontraban mexicanos devastados al enterarse que habían perdido a sus amigos, a sus padres, a sus abuelos, a sus nietos… a sus hijos. Acontecimientos como estos, calan hondo en nuestro corazón y nuestra memoria, agradeciendo una vez más; la suerte que corrimos aquel trágico día.
Los pensamientos invadieron mi mente…somos los seres más poderosos de la tierra, capaces de conquistar la luna, pero incapaces de conquistar nuestros miedos. La paradoja de la vida, una vez más hace su aparición. Por un lado te aferras al descubrimiento y te abrazas con fuerza a lo desconocido, y por otro lado te aferras a la vida con toda la fuerza que tienes o te queda. Somos tan patéticos ante la muerte, que en vida nos regocijamos de lo mucho o poco que tenemos. Pensando que el dinero, la salud, los títulos, el conocimiento, el poder y la fama, nos van a salvar ante ese tipo de circunstancias.
La vida vista desde un sismo parece tan frágil, que todos regresamos a ese estado elemental, a ese estado puro. Donde uno no es más que el otro, donde todos nos vemos de tú a tú, donde no vemos jerarquías sociales, donde podemos vernos realmente como seres humanos, eliminando el ego y las ínfulas de superioridad, todo lo que tenemos y somos; queda en segundo plano.
Has dejado una gran enseñanza con ese cierre de tu historia, y una historia muy triste de recordar. Ojalá todos los seres humanos pudiesen tomarse un tiempo de reflexionar sobre este tipo de situaciones e intentar ser mejores cada día... que nuestra vida esté siempre en gracia hacia los demás.. que sea un reflejo de honor, respeto y humildad como lo mencionas...
Que impactante tu relato, sobre todo con frases como esta: sentía como la muerte me susurraba al oído; lentamente.
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Te agradezco enormemente que me hayas leído.
Me da mucho gusto que hayas entendido el mensaje de mi relato. Coincidimos en nuestros puntos de vista. Eso es muy lindo; poder compartir con gente que está en la misma frecuencia.
Éste tipo de retroalimentación es muy importante para mí, en serio gracias Daniella.
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Hola Lució, tengo familia en México y fueron momentos de mucha angustia... Saludos
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Hola Livia :)
Definitivamente. Momentos de mucha angustia, desolación y zozobra. Agradezco que me hayas leído. Un abrazo enorme hasta tu hermoso país. Cuídate.
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Hola Lucio. que fuerte, yo vi muchos vídeos y recuerdo que fue sumamente horrible. Gracias a Dios tu y tu familia están bien. lamento mucho a los mas desafortunados que no lo lograron... De momentos mas difíciles siempre salen recompensas
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Fueron momentos muy duros para los mexicanos. Comparto contigo tus últimas palabras, creo que la recompesa fue; la solidaridad y la unión. Agradezco que me hayas leído. Gracias :)
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