Santa Elena de Arenales es un pueblo en el estado Mérida. Mi mamá me llamó así porque le recordaba a su niñez cerca del Pico Bolívar, en las calles solitarias por las que transitaba risueña sin saber qué era lo que había más allá de ese pueblucho abandonado.
Elena se llamaba mi mami, su mamá y la mamá de su mamá, o sea mi bisabuela. Era una extraña costumbre de la familia Constapio llamar a sus hijas Elena algo o algo Elena. Mi tía se llamaba Claudia Elena, una pendeja que se casó con un chavista demasiado marginal, con el cual tuvo dos hijas que eran otro par de pendejas: Lucía Elena y Elena Valentina. Lamenté siempre haber compartido mi nombre con ellas, aunque yo era la única que, por mala o buena suerte, tuve que llevar el nombre completo de la santa: Elena de Arenales Constapio.
Cuando mi mamá llegó a Caracas se sintió intimidada por la magnitud de la ciudad, no se encontraba en ella. Los primeros meses lamentó profundamente haber tomado la decisión de estudiar en la Universidad Central de Venezuela (UCV), porque el caos que la acechaba diariamente la hacía sentir chiquita e insignificante. Pronto se encontró a sí misma en la plaza del rectorado, en tierra de nadie fumándose un chicho y volando entre las nubes del Aula Magna; se encontró llorando con el himno de la universidad y asistiendo a las marchas donde quemaban cauchos y pedían a gritos que Carlos Andrés saliera del poder. A pesar de esto, Elena Constapio, mi mamá, sentía dentro de sí misma que no pertenecía a aquella Caracas tan revuelta y sin sentido, donde lo que estaba escrito en un papel la gente lo utilizaba para limpiarse el culo después de ir al baño.
Yo me sentía como mamá Elena, aunque me encontraba en la musiquita del carrito de helados EFE que pasaba todas las tardes en frente de casa de mi abuela, en los carnavales cuando me llenaba de agua, en los juegos de fútbol que se hacían en mi colegio todas las tardes; en ese niño de 3er grado que nunca me paró bolas, pero yo juré que moriría de amor por él y en tantas otras cosas que me hacían querer quedarme, solo para sentir que las tenía conmigo, así ya no estuvieran físicamente. Siempre odié poner a un lado todo lo que odiaba de Caracas por una puta montaña, por unos dichosos Médanos de Coro o unas Salinas de Araya y un y que salto ángel que jamás en mi vida vería porque el viaje era muy caro para que mamá Elena y yo fuéramos. Me tenía que conformar con Ávila Mágica una vez al año, rodeada de gente que no tenía nada en el corazón, pero que se sentía bien con tener algo en los bolsillos.
Más grandecita, cuando me dio el ataque por irme del país, le pregunté a mi mamá si ella alguna vez quiso irse, me dio algunas explicaciones rancias de que eran otros tiempos y que la calidad de vida era muchísimo mejor, pero supe por el tono de su voz que ella también soñó con volarse de este lugar. Siempre me preguntaba, ¿qué será que tiene caracas que quiere que te vayas pero quiere que te cueste burda? Quiere arrancarte las esperanzas y que luego la ames con todo tu ser, que la cuides, a pesar de que ella no cuide de ti.
Claudia bonita!! que sorpresa y que felicidad encontrarte por acá. Fascinante, espero que te encante este viaje. Cualquier ayuda que necesites no olvides decirme!
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Aidaaa! Qué bella, muchísimas gracias. Un abrazo inmenso.
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Oye, una pregunta las pinturas que utilizas son tuyas? ¡ Me encantan!
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