Recuérdame cómo son las hojas que caen en otoño
recuérdame cómo son las hojas que caen en otoño.
Recuérdame el sonido del silencio que aturde y atormenta.
El silencio que queda cuando no hay más nadie,
el tiempo vuela
y vagas solo por un camino que pareciera
que a ningún lado lleva.
Porque lo he olvidado.
Perdí irremediablemente la capacidad de ver al futuro.
De darme cuenta que el tiempo pasa
que las cosas se acaban,
que los dulces momentos se vuelven recuerdos
y que por más que escribas mil y un versos
no son más que eso.
Aún así,
atrapados para siempre en el pasado,
varados en el fondo del mar, a su suerte abandonados,
sólo de vez en cuando se escapan del profundo olvido
y como sirena que llama a marinero perdido
me embelesan
me enamoran.
Me marean, me atormentan, me llaman.
Me llevan a su terreno y pierdo la batalla.
Pero qué dulce es esa derrota a manos de aquel pasado,
que no parece importarme sorprenderme de vez en cuando
corriendo como autómata en dirección de vientos huracanados.
Necesito que me digas
cómo se le llama a este agridulce sentimiento.
El inquietante vacío que queda cuando algo que quieres ha terminado
y la artificial felicidad que llega cuando este fin da paso a algo nuevo.
Que contenta acepto, pero con recelo.
“Protesto”
diría yo,
y tú te reirías porque sabes que no es cierto.
Aunque quizás te equivocas
y mis mentiras esconden un pensamiento que incomoda
pero que está asustado de ser sincero.
Entonces se calla y parece haber muerto.
Y luego grito
¡auxilio!
pido ayuda pero me quedo muda.
Hay algo que he perdido, que no encuentro
que dejé en algún lado y sin él siento que desaparezco.
Que le daba cuerda a la tonta muñeca
optimista, ilusa,
que fácilmente engañan y no se da cuenta.
La niña que se alegra con detalles tontos y que poco a poco,
casi sin darse cuenta,
fue reemplazada por esta extraña que
se pierde en el infinito nostálgica por algo que nunca fue
y melancólica suspira por algo que acaba de empezar
pero que se siente como si hubiera acabado ayer.
En esa extraña en cuya cabeza
zumba el panal de abejas
que repiten una y otra vez en melodía burlesca
las palabras de aquella tarde que parecía tan fresca
hasta que dijiste algo que si repites muchas veces duele
pero que, créeme,
con una es más que suficiente.
“Todo eventualmente acaba,
nada es para siempre”
y luego como si nada volteaste la mirada,
sin saber que eso bastó para despertar al pequeño retoño de tristeza
que vive en mi cabeza
y de mis inseguridades
cual vil parásito se alimenta.
Aunque ahora,
deambulando sola por este camino
pienso que tal vez no tendré necesidad de recordarlo
hasta que llegue el día que ya no estés.
Cuando tu voz no me distraiga de los sonidos de los árboles que bailan con la brisa
o de los animalitos escondidos entre los matorrales
o, si el silencio es tan penetrante,
de respiraciones que parecen ajenas
pero que vienen de muy cerca.
En ese momento en el que tu mano y la mía ya no estén entrelazadas.
Que ya nuestras manos no recuerden el fácil y casi innato acto de estar juntas
y que de vez en cuando se sientan como que perdieron a una fiel compañera.
Entonces no me quedará de otra que sentir aquello a mi alrededor,
la brisa en mi rostro y mis pies descalzos sobre el césped
bañado de rocío en una mañana soleada.
Tal ve en ese momento
existiré en este cuadro inquietantemente realista.
Pintado cuidadosamente, con pinceladas de tristeza, de soledad,
o ¿quién sabe?
esa peculiar e inoportuna alegría quizás.
Entonces escucharé
el sonido de tu voz escondido en el crujir de las hojas que caen en otoño
y que sollozan bajo mis pies.
Este poema nació en algún punto de noviembre o diciembre del año pasado. Subí a la universidad algo después de que acabaran las clases para resolver algunos pendientes y luego de caminar por los jardines sola a esas horas algo hizo que nacieran estas palabras. Ese día tomé fotos, pero no terminaron de capturar del todo ese extraño sentimiento.
Las fotos e ilustraciones son mías a menos que se indique lo contrario. Muchas gracias por llegar hasta el final de este post. ¡Que tengas un lindo día!
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