República de los desolados

in cervantes •  7 years ago  (edited)


photo by Elias Freiberger – Bananas

Abajo de mi ventana escucho una pelea acalorada que solo el romance puede propiciar. "No me llames ni me hables mas" es repetido unas 5 veces. “¡Qué vaina!” Digo porque en otro momento yo también sentí lo mismo. Voy bajando el ascensor pensando en que ya este lugar está bastante triste como para no aferrarnos al amor.

Para darle ese toque de drama a mí día, veo a 3 niños que siempre rondan la esquina del negocio de comida rapida. Están ahí, más alerta que una perra callejera a punto de dar a luz.

Pero ya no me dan lastima, me dan miedo. En sus ojos puedo ver el vacío de la supervivencia. Ese instinto animal que nace cuando tenemos hambre. No me gusta pasarles por al lado, siempre siento que me van a robar, o peor, que sacarán un arma, así que prefiero ser paranoica a que me agarre la sorpresa: actitud del que se cría en la desdicha del comunismo latinoamericano del siglo XXI.

Decido caminar hacia el supermercado que está más lejos de mi casa. En este domingo por la mañana la ciudad siempre tiene ese aire de resaca y soledad. ASí que voy en busca de unos cambures. Que ya dicen, son como la fruta milagrosa.

Me vine caminando hasta acá sin cartera, solo con la tarjeta de débito y la cédula en el bolsillo. Para esta época ya no te preocupa que te roben el dinero, sino lo que llevas en las bolsas del supermercado. Así ya sé que debo caminar rápido y apretar la bolsa duro.

En el camino nada es nuevo, nada me conmueve. La misma calle, la misma basura de hace dos semanas. Menos perros callejeros y más niños hambrientos. Más borrachos peligrosos, pero bien sabios porque decidieron estar inconscientes durante esta locura.

Una moto cruza la esquina y me ve a la distancia, solo veo el chaleco anaranjado que cubre un cuerpo moreno y delgado. Se me acelera el pulso, la adrenalina, el plan b, siempre siempre pensado a velocidades increíbles. Recordando todos los movimientos que vi en mis películas de acción, esas que no me canso de ver y en las que me gusta imaginar que yo puedo hacer lo mismo, que en la vida también podemos ser nuestros propios héroes.

Respiro porque la moto desapareció. Acelero el paso y por fin cruzo las puertas del supermercado.

"Estos cambures están feísimos" es lo primero que escucho, como señal de que mi cerebro desea eso. "coño e la madre" digo para mis adentros. Pero voy y reviso y doy cuenta que la señora solo es un poco exagerada. Pago mi mano de cambur, que ahora parece ser tesoro regional.

Así que emprendo de nuevo la marcha hacia el apartamento, por las mismas calles, con el mismo miedo. Solo que a una cuadra de donde estoy veo caminando a los niñitos. Me asusto un poco y pienso que quizá todo irá bien, y pido que no me rueguen por un cambur.

Error, parece ser que negar algo también puede ser imán para que suceda. La más pequeña del grupito se me pega atrás y me pide "señoranomepuederegalaruncambur" en un oriental veloz que casi parece suspiro. Pero tengo toda esta ira adentro, este cansancio de año nuevo y le digo: "no, no tengo cambur para ti"

Y camino un poco más y voy sintiéndome peor. Pensando que ella no tiene la culpa de que su madre tenga la cuca en la cabeza y la cabeza en la entrepierna de un hombre diferente. Que el hambre es su peor enemigo, que qué va, me siento mal, con ganas de pedirle perdon a un Dios al que le no creo.

Hasta que de repente el corazón vuelve a sentirse lleno de furor cuando de mis manos resbala la bolsa, uno de ellos sale corriendo despavorido, descalzo y con la velocidad que ese cuerpo flaco puede proporcionarle.

Los demás se ríen y corren en dirección opuesta. Yo corro porque esos cambures son lo único bueno que habrá en mi dieta esta semana.

Voy detrás de él furiosa y logro alcanzarlo justo cuando cruza el puente y lo tomo por el brazo, no debe tener ni 7 años, lo miro y quiero llorar de la arrechera, pero solo alcanzo a darle un manotazo en la cara y arrancarle la bolsa.

De la nada me saca un vidrio afilado que llevaba no sé en dónde, y lo esquivo, pero no le había quitado bien la bolsa de las manos cuando se abrió en dos y de la fuerza que ambos le dimos para jalar, salieron volando los cambures y cayeron al río, al asqueroso río que atraviesa a esta ciudad.

Lanzamos las miradas al vacío y el forcejeo se apagó por un momento, y solo pude gritar "el coñisimo de tu madre carajito del coño" pero cuando termino de decir estas palabras él ya había cruzado la esquina en sentido opuesto a mi calle y yo iba caminando a mi casa, sin cambures y pensando que cuando cierre la puerta, la paranoia y el miedo a volver a caminar por allí tardaran varios meses en desaparecer. Qué viva la patria de los desolados, la desdicha del presente, el pasado que se ríe de nosotros. Qué viva la muerte entre la podredumbre de nuestros corazones sobrevivientes.

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