Ya oscurecía cuando Abigail salió apresurada de su oficina porque no quería llegar tarde a su cita. Casi corriendo hacia la parada, no dejaba de pensar en los acontecimientos que la llevaron a este momento. Sus amigas insistían en que debía encontrar una pareja, porque a “su edad” cada día se hacía más difícil.
Abigail era una mujer de 40 años, pero todavía hermosa y los últimos 10 años de su vida los había dedicado a su trabajo y a sus aspiraciones materiales; luego de sufrir un desengaño amoroso y con el transcurrir del tiempo dejó que se le escaparan los disfrutes.
Pero, fue tanta la insistencia de sus amigas, que decidió por fin, conectarse a un chat de parejas y conversar con uno que otro candidato; ya casi desistía porque todos eran aburridos y no creía las falsedades que decían, total como no podían verse, cualquiera mejoraba su personalidad a un grado superlativo; pero una noche sucedió algo extraordinario, conoció a Enrique.
Enrique parecía ser honesto. Le contó que estaba divorciado, que tenía 45 años y que trabajaba como ingeniero en una construcción; como ella, poco amigo de las charlas y citas a ciegas, pero por curiosidad y para aplacar el aburrimiento entró en una de las salas.
Así se conocieron, hablaron durante 4 meses, casi ininterrumpidamente y ya como que se acercaba el momento de dar el siguiente paso y sin preámbulos Enrique la invitó a cenar, quedando así sellado su próximo encuentro.
Abigail un poco agitada y temerosa por la cita, tomó un taxi y dándole la dirección al conductor comenzó su travesía hacia lo desconocido. Inmediatamente entró en un sopor, que la llevó a imaginarse las más espeluznantes situaciones durante el encuentro; se le erizó la piel y sintió un puño que le aprisionaba el corazón. Se despertó de inmediato y mirando por la ventanilla podía observar las luces de la ciudad y el bullicio de la gente que transitaba alegre por las calles.
No entendía ese miedo irracional que la había sacudido por instantes y mucho menos las dudas que se agolpaban en su mente; hasta ahora todas las conversaciones con Enrique habían sido triviales y ninguna de ellas le habían indicado advertencia; sería una mala jugada de su conciencia, debido a lo inusual de su comportamiento, pensó.
Faltando una cuadra para llegar al restaurant acordado el auto se detuvo y todas las luces se apagaron, el conductor desesperado intentaba por todos los medios encender el motor al mismo tiempo que recurría a la radio para obtener alguna noticia; pero sólo se oía estática y el vehículo no arrancaba.
Abigail desesperada, abrió la puerta y comenzó a correr, adentrándose en callejones cada uno más oscuro y aterrador que el anterior. No conocía la zona por donde pasaba y sólo escuchaba silbidos y murmullos desconocidos. De repente, unos aullidos estremecedores inundaron la noche pero Abigail no paraba de correr, no entendía que pasaba, sólo que tenía que salir de ahí.
A medida que corría, tropezaba y se golpeaba; su corazón latía aceleradamente que casi sentía que le iba a estallar. No habían personas, era como si se encontrara en otro mundo; un lugar lúgubre y terrible que la tragaba, que la succionaba. Esto no podía estarle pasando a ella, pensaba en su loco correr, soy una persona normal, sensata, entonces ¿dónde me encuentro?
Había leído sobre personas que influían sobre otras a través de palabras y las llevaban a imaginarse que estaban en otros lugares, ¿sería eso lo que había hecho Enrique con ella?, total no lo conocía. Seguía corriendo, tropezando y golpeándose pero no paraba, no encontraba luz, ni ser viviente alguno; de repente sintió que unos brazos muy largos la sujetaban con fuerza y la atraían hacia un agujero oscuro y profundo que salía de la nada.
Aterrorizada, no dejó de patalear oponiendo resistencia y comenzó a gritar y a gritar hasta que sus gritos se hicieron tan fuertes que su cerebro se dilataba y sus oídos ya no escuchaban; pensó que era su fin, pero había luchado hasta el final y su derrota no lo era; siempre había vencido en cada situación de su vida y esta no sería la primera vez que fracasaría.
En ese momento, cuando la acercaban a la brecha lóbrega e insondable, unas manos la zarandeaban para que despertara y el chofer le decía: -señorita ya llegamos a su destino-. Abrió los ojos y todavía asustada por la experiencia, se dio cuenta que todo había sido un sueño y quizás premonitorio y dirigiéndose al conductor le indicó: -Por favor señor, cambio de dirección, lléveme a mi casa.
Queridos Lectores, espero haya sido de su agrado, gracias
Este relato fue escrito por Magaly Fuchs
Sentí escalofríos al leer. No pude despegar mis ojos de la pantalla.
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Hola muchas gracias por tu comentario , saludos
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También tomaría la misma decisión de Abigail. ¡Saludos!
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Gracias, saludos
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