San José de Cúcuta es para mí uno de los lugares que recuerdo en mi niñez con mucho cariño, por el hecho de que mi abuela materna vive aún allí, cada navidad era hermosa por la sencilla razón de la pachanga que se armaba, de la gente compartiendo los platos navideños, de las novenas que se hacían todas las noches en diferentes casas de los familiares para rezar por todos y degustar delicioso postres de la temporada. Cúcuta era eso, era vacaciones, era tranquilidad y era estar chorreado de calor todo el tiempo. Mi madre viajaba todo el tiempo, especialmente en mayo donde se celebra la maternidad el último domingo del mes. ¿Lo sabía?
Por un lago tiempo deje de visitar esta ciudad por razones de orden laboral y académico. Con el tiempo la relación cambió, pues ya Cúcuta no sería recordado por ser ese ambiente de distracción y esparcimiento, no. Ya no lo sería más. Pues cuando volví lo hice razones estrictas de salud, específicamente para buscar medicamentos que en Venezuela no se encontraban para las sesiones de mi Madre quien fue sometida a seis ciclos de quimioterapia. Lo que uno escuchaba a otros pasó a ser la experiencia en la propia piel.
Al pasar la frontera observas que el efectivo está allá, no en los bancos del país. Que al cambiar pesos a bolívares en efectivo es una cosa y otra aparte si lo haces por transferencia; te das cuenta que no eres la única que está comprando medicinas al otro lado de la frontera, me pasó que en uno de los viajes una Señora era vista por la misma oncóloga de mi Madre e intercambiamos números.
Por favor, cuando veas a una persona con una cavita no es precisamente un vendedor de bambis o de chupi-chupi, lleva medicamentos que necesitan ser refrigerados cuyas placas hielo te donan en la Liga Contra el Cáncer ubicada en la Plaza Colón o en otros casos como la insulina para diabéticos. De regreso a Venezuela se toma el transporte que ellos denominan “lechuza” que ahora tiene aire acondicionado. Y este tiene un valor de 5.000 pesos un poco más de 5.000.000 millones de bolívares, el precio en pesos se mantiene pero cuando lo pasas a bolívares aumenta y aumenta.
Al llegar al Puerto observas la cantidad de personas que transitan de un lugar a otro, como almas que no se percatan del otro, cada quien metido en lo suyo, en su drama, en su historia, en su vivencia, en la venta de boletos para otros destinos de América del Sur. Las calles aparte del efectivo ofrecen una cantidad de productos alimenticios, te ofrecen comprar el cabello si esta “debajo de la cola”, comprar oro, plata y baterías entre otras cosas.
Cada vez que paso por allí o cuando visito algún abasto en Colombia siento nostalgia del “acceso” que una vez tuvimos, de la capacidad de adquirir pero sobre todo la de escoger. A mi cada visita se me hace nostalgia, se me hace tristeza y me genera la pregunta que quizás todos se hayan hecho ¿irse es la única salida?
Hasta chao
Autor: Dayana Rangel | @dayranp