PRIMER CONCURSO DE RELATOS ERÓTICOS PAPIKIWI 07/01/2018 ''El pecado de nuestros cuerpos ''

Me acerco al convento de las hermanas en horas de la tarde ya que a esa hora me presentaría con el grupo. Me recibe la madre superiora, la cual conocía ese día y que me recibió con sorpresa al ver lo joven que era. Me comento que algunas de las hermanas docentes habían enfermado y no podían acudir a sus labores por lo que pidió mi ayuda por recomendación.

Me lleva hasta el salón para presentarme con las hermanas que recién comenzaban sus estudios; entre jóvenes y algunas no tanto. La madre superiora me deja en el salón y me presento como su profesor temporal; unas que otras hermanas no dejan de verme, un poco con mirada insinuante, cosa que me disgusta ya que no era correcto tal comportamiento.

En ese momento, a punto de comenzar las enseñanzas llega otra de las hermanas, estudiante y joven. A pesar del disgusto que acabo de sentir por las miradas de algunas, no puedo evitar distraerme con la ultima hermana que entra; admirando la belleza de su rostro y la figura de su curvo cuerpo mientras esa con voz suave me dice ‘‘lamento la tardanza’’. -¿Qué es esto?- me distraigo por un segundo pero vuelvo en sí, me controlo y me dispongo a comenzar las enseñanzas.

Durante la clase note que esa última hermana me miraba un poco más que las demás, pero su mirada no me molestaba. Esta expresaba interés, curiosidad y un poco de atracción. No sabia como sentirme, aun así, termine de manera tranquila mis enseñanzas. Al final del día me retiro del convento y veo como esta hermana también se esta marchando; inevitablemente cruzamos miradas y esta sonríe de manera peculiar que llama mucho mi atención. Sin mas me retiro, pero sin dejar de pensar en ella.

Ya bien despierto y listo para preparar la misa de esa mañana empiezo ordenando las cosas del templo antes de que sea la hora de comenzar. Para mi sorpresa, está ‘‘ella’’ llegando; dice que venía a ofrecerse como ayudante. A pesar de que me ponía nervioso su presencia no le niego y dejo que me ayude. Estaba a punto de ser sacerdote y comprometerme más con la iglesia, pero en este momento pasaban por mi cabeza pensamientos breves de lujuria que nunca pensé que llegaría a tener. – No me dejes caer en la tentación, señor - decía en mi mente, mientras se desvanecía entre las imágenes de su figura desnuda que cruzaban con mayor frecuencia.

Con 10 minutos restantes para comenzar la misa, ella se acerca a mi lentamente, cada vez más. Mi mente y mis ganas me estaban matando, estaba a punto de decirle que se fuera cuando en ese momento me dice – ‘‘necesito confesarme’’ - me calmé un poco y le dije que me siguiera al confesionario.

Entro al confesionario y a punto de cerrar esta me empuja y se encierra conmigo. Me ha sentado del empujón y se ha montado de rodillas sobre mí, tomándome por las muñecas y llevándolas a los extremos del cubículo. Empezó a besarme apasionadamente mientras con lentitud rodeaba mi cintura con sus piernas. Pasaba su lengua por mis labios mientras se apretaba con mi cuerpo. No podía aguantarlo más, ‘‘la tentación me había ganado’’ y me deje llevar por la lujuria que esta llevaba sobre mí. La tome con fuerza con una de mis manos mientras con la otra recorría suavemente cada una de sus partes, cada curva que marcaba su erizado cuerpo.

Ella se levanto su traje con mucha facilidad quedando sobre mi en ropa interior, me desabrocha el pantalón el cual ya estaba bastante húmedo por ella, al igual que sus piernas y los labios bordeados por esta. Quitó todo lo que llevaba y con sus manos me toma con fuerza y se presiona sobre mi haciendo movimiento que simulan el sensual arrastre de una serpiente. – ¡Iré al infierno y valdrá la pena! – pensé, pero la veía en todo su placentero acto y sentía que lo que estaba tocando con mi cuerpo era el cielo; húmedo, blando y delicado cielo.

La coloco contra el asiento y desde atrás la tomo ferozmente y me introduzco ella con viveza; mientras acaricio su cuerpo desde los senos hasta su curvada cintura continuaba penetrando su alma a través del cuerpo. Intenta dar gemidos, pero debido a la extrema discreción puesto que ya la gente había entrado al templo solo podía escuchar breves cortes de aire que salían de su boca, como si este se le estuviese agotando. No podía evitarlo, su cuerpo se alza cada vez que la penetro por la fuerza que no controlo; ella lo disfruta.

Al acabar no pudimos disimular los sonidos que provenían del confesionario. Ambos desnudos, húmedos y exaltados, no salimos de allí hasta que toda la gente se fuera. Al salir de allí la tome de la mano y nos fuimos juntos; no supieron más nada de mí, ni de ella, desde ese día o el anterior