Experimentando con colores

Foto Foter

«Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo». — Sigmund Freud

El muchacho; saliendo de su boca, tentáculos hacia su cabeza, succionando, mientras babea un amarillo fosforescente. Usa pantalones y lleva el dorso descubierto, en una casa de clase media-baja en algún lugar de un país muy caluroso. Este tipo de situaciones se le presentan diariamente, y el joven no se inmuta sino que sigue de pie viendo maravillado el fenómeno. Termina de regurgitar aquello, y su gato atigrado naranja le critica.— Seth, alguien normal no debería hacer eso. — Mientras, le miraba inclinando la cabeza con inmaculada quietud.— ¿Hasta cuándo con eso? Tú no deberías hablar; además, se supone que eres un humano, pero OBVIAMENTE no luces como tal.— ¡No es lo mismo!— Llevas tres años conmigo y aún no te acostumbras. No lo puedo creer —dijo el joven mientras tomaba una camisa y se disponía a salir—. Me gusta destacar, eso es todo.— ¿A dónde vas? Ya es tarde, quiero dormir.— Pero si a esta hora es que se me ocurren las mejores ideas —afirmó, con cierta picardía y brillo en los ojos, que a Tobías le hacían vibrar los bigotes—. Voy al Roce de Aguas, ¿vienes?— Sabes que sí, solo espero ver algo mejor que lo de ese pulpo, y regresar a dormir lo más pronto posible.Medianoche, todo está más calmado, esta es su hora y sale a hacer lo que pasa por su mente. El Roce de Aguas se encuentra en un valle entre seis montañas que, hace muchos años, demasiados para ser menos exactos, le llamaban así porque hay dos ríos que corren en paralelo y en sentidos opuestos, pero con menos de un metro de tierra entre ellos. Este lugar no está a la vista de todos, hasta ahora solo Seth y Tobías podían llegar. Atravesaron una de las montañas y bajaron al valle. Los ríos son bastantes anchos, lo suficiente como para colocar seis caballos en fila a través de cada uno. Tobías pestañeó en vertical con sus párpados internos y, de alguna manera, aparecieron de pie entre los dos ríos. Era todo un espectáculo. Los dos torrentes tenían sus nombres y con muy buenas razones. El Sendero de la Mañana y el Sendero de la Noche. Cada uno se veía tal cual sus nombres hacen referencia, sin importar que fuese de día o de noche. Qué voluntad.Seth suspendió al gato de cabeza frente a su cara. De repente, en medio de un intenso contacto visual, el ambiente a su alrededor cambió drásticamente, nadie puede decir si había luz o sombra, todo a excepción del cielo parecía proyectar su propia y tenue luz. Era un día extraño ahí, de cielo negro, increíbles estrellas y sol radiante, la oscuridad iluminaba todo lo que no se puede ver. Esta rara visión pertenecía al joven. Su gato Tobías era lo que los antiguos humanos llamaban «Efestra», una ventana hacia otros lugares lejos de este mundo, inexplorables por los no dignos. Este hacía las veces de estabilizador para la energía del muchacho. Seth era en realidad un pangiano, una persona original de la Tierra, sin alteraciones genéticas, sin patologías psicológicas, totalmente consciente de él y su entorno. Poderoso y totalmente humano.Como quien juega, el joven hizo gala de su capacidad de materializar cualquier objeto, experiencia, situación o extravagancia que su mente dibujaba. Con el cielo sobre él y su gato, se dispuso a plasmar su idea.— ¿Por qué has querido venir acá? Has podido elegir otro lugar, cualquiera —preguntó Tobías.— No lo sé, me gusta. Aquí seré imitador del cielo y las estrellas, seré un espejo de ellos y competiré con su majestuosidad.Solo terminar la frase su cuerpo se encendió en manchas de luz que parecían distantes unas de otras dentro de él: era la galaxia viva y latente moldeada a su fisionomía. Sus ojos, hechos del mismo material cósmico, cautivaban al gato, que mantenía sus pupilas tan cerradas que parecían hilos negros sobre dos esmeraldas. Las flores alrededor de Seth comenzaron a agitarse. A pesar de la oscuridad era posible apreciar sus colores. Era como si, en lugar de la luz, se percibiera la vida.