La muerte de Enrique León, fundador de la Sociedad Dramática de Aficionados, marca un antes y después de nuestro teatro. Hombre realmente culto, conocedor de los grandes autores del teatro universal, los griegos sin lugar a dudas, pasando por Shakespeare, Moliere, Bertolt Brecht, entre otros. La Sociedad Dramática, recuerdo, tenía su cede en la década de los ochentas, en una calle paralela a la Doctor Portillo, a escasas tres cuadras de mi casa. Yo apenas estaba en proceso de formación literaria, sin embargo había leído a Sófocles, el más humano de los trágicos griegos, y un ejemplar del Enfermo Imaginario de Molière había caído entre mis manos, texto jocoso, reconfortante. Estuve en el estreno de esta obra en la Sociedad y me pareció espléndida, con un estilo que conjugaba visiones culturales distintas, distantes, sobre un mismo tema: la hipocondría que lleva al personaje central a hacerse un catálogo de curas guiados por su imaginación. Este afán de poetizar la ciudad a través de los clásicos fue realmente un intento novedoso entre nosotros. Enrique León fue un estimado poeta. Aparece en la antología Gente del Lago que Velia Bosch preparó para la Fundación Zuliana para la Cultura, bellos poemas de tono evocador. Yo nunca tuve una conversación formal con él, sólo recuerdo un encuentro fortuito en la Librería Cultural, donde Enrique hojeando un libro de matemáticas llamado “El Diablo de los Números”, me dijo que le parecía fantástico que el Diablo tuviera que ver también con las matemáticas. Siempre que relea el “Edipo Rey“ de Sófocles, “El Sí de las Niñas“ de Moratín, “El Sueño de Una Noche de Verano“ de Shakespeare, su imagen la tendré presente, porque en estos libros encuentro su figura como universalizada.
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