Advertencia: El texto que estás a punto de leer está basado en una historia real. por seguridad, los nombres han sido editados y algunas locaciones han sido modificadas. El resto de los hechos se narran manteniendo la mayor fidelidad posible. Por tu seguridad, recomiendo discreción (especialmente si vives en Anzoátegui, Venezuela).
Barcelona, 2009.
Un viernes ~8:30 pm.
-Yo sé que tú andas en vainas raras J. Nos vas a terminar jodiendo la vida. ¡No sé qué coño vas a hacer tú a esta hora en la calle, deja los inventos!- Gritaba S a su marido desde el mesón de la cocina. J, con cigarro en mano y actitud soberbia, vociferó un "mámate un güevo", agregando al insulto que así lo había conocido, que sabía que así era él y que dejara de ser "ridícula".
Tirando la reja que da entrada al porche de paredes destartaladas de su vivienda, J se dispuso a comenzar su noche. Al entrar en su viejo Chevette, aspiró una línea de coca de una bolsa que traía consigo y así, acelerando, dejaba atrás a una mujer hecha un manojo de nervios e ira y un hijo de 6 años que no paraba de llorar. Vivía en Boyacá III, un barrio perteneciente a un conjunto de urbanizaciones de avenidas anchas con abastos de familias chinas a cada lado de la acera y callejones oscuros. El ambiente nocturno era jovial, activo y frecuentado por personas que pueden matarte solo porque sintieron que los miraste mal.
J tenía una invitación a una fiesta en casa de su amigo H en Barrio Sucre, otra zona muy similar a su lugar de residencia, con la diferencia de que el asfalto de sus calles era la perdición para la suspensión de los carros. Irónicamente abundaban talleres de reparación y tiendas de repuestos para automóviles. Al estacionarse frente a la casa de H, J pensó por última vez en la situación que había dejado en casa, pero la fiesta estaba al frente, y para él era mejor aprovechar la nota que cargaba en lugar de estar pendiente de "pendejadas", pues el perico estaba caro.
-Habla mano, como está la causa- H recibía a J con un abrazo fraternal y una botella de ron en la mano.
-Coño marico, la jeva me formó un peo antes de venir, pero me tiré un pase y bórralo.
H volteó los ojos, hastiado - No le pares, llégate al patio pa' presentarte una gente. Te tengo un culo pa' que descargues ese evento, pero trata de no preñarla si le vas a meter.
-No mano, lo de S no vuelve a pasar. Yo lo que estoy es claro en la pista ya.
Ambos rieron en complicidad. Después de empinarse la botella de ron, J siguió a su amigo a través de la casa hasta la reunión mientras prendía un cigarro. En el patio había alrededor de 12 personas, el humo de cigarro y marihuana que estaba en el ambiente inundaba sus ya sensibles sentidos, y la mesa llena de botellas de alcohol al fondo del lugar atraía a J como si fuera una especie de lampara matamoscas.
H le presentó a K, una mujer de ojos marrones y lujuriosos que usaba un labial barato y tenía el cabello teñido de rubio. J miró a H y éste le hizo una mueca; al devolverle la mirada a K, ésta le dirigió una sonrisa. J le sacó un cigarro y se lo ofreció:
-¿No me vas a dar fuego?
-Eso no es lo único que te voy a dar- respondió J con seguridad, mientras sacaba el yesquero de su bolsillo y se lo ofrecía, pensando para sí mismo "maldita".
J y K descubrían entre sí mismos la química que surge entre dos personas intoxicadas. Con más cigarros, tragos y esa labia barata que solo puede funcionar si la mujer quiere, J estuvo a punto de proponerle a su compañera a retirarse a un lugar más discreto, cuando H le interrumpió para presentarle a un amigo con quien tenía rato hablando a carcajadas al otro lado del lugar:
-Mano, conoce aquí al pana D. Alto convive oyó!?
En una sociedad menos civilizada, J podría haberle roto la botella que tenía en la mano en la cabeza a H por interrumpirle en su hazaña, pero tal idea tuvo una permanencia efímera en J.
-Mucho gusto mano. Háblame- Respondió J con desdén.
Sin pena alguna D continúa -Mano te voy a hablar claro, te invito un porro más tarde si me invitas un pase de lo que tienes por ahí. H me comentó que tú también jalabas.
La interrupción de H, junto con la osadía de D estuvieron a punto de hacerle perder los estribos, pero la cara de K se había iluminado con la mención del polvo blanco. J había decidido que no estaba allí para pasar un mal rato y accedió a la propuesta, invitándolos a todos a su carro a drogarse.
-!Mierda! Mano ese white esta brutal- D se encontraba en un estado total de exaltación. Ubicado en el lado del copiloto, su risa se originaba del estupefaciente del cual había tomado varias dosis ya. Con ojos rojos y abiertos como platos, le dijo a H:
-Tengo ganas de salir a pegar gente. Vamos a activarnos pues. Ya estamos en el carro no?
-Y tu cargas bicha?- Le preguntó J en tono irónico.
-Usted tranquilo. Apórtame un teipe negro, ya vas a ver la vaina.
Al terminar la frase, D se bajó del carro y dirigiéndose a un árbol cercano, comenzó a arrancar partes medianamente gruesas de sus ramas mientras el resto del grupo lo veía con curiosidad. Cuando J lo vió venir de regreso, solo tuvo que abrir la guantera y sacar de allí el adhesivo que le había pedido D.
Pilla la vaina!- Exclamaba D mientras enrollaba con afán varias ramas que había traído consigo hasta crear un facsímil de una pistola, que bajo cierta luz, fácilmente podría pasar por un arma real. Al mostrar su obra completada, J, H y K estallaron en carcajadas.
-Tú no vas a hacer nada con esa vaina chamo! Deja el invento que tú lo que estas es pegado- Le dijo H entre risas.
-Pero que pasó? Estas cagao'? Tu me conoces mano y yo siempre voy en serio.- Luego agregó, un poco irritado- Es mas chico, J dale para el Paseo Colón, que la noche esta activa ya.
J compartía la actitud osada de D, tal vez por estar tan intoxicado como él, así que lo miró a los ojos, asintió y arrancó a través de la noche, hacia su nuevo destino.
Paseo Colón ~10:00 pm
A velocidad lenta, el carro de J acechaba el boulevard como un depredador a la caza. Con ojos desorbitados, veían sin reparo alguno a los transeúntes del lugar mientras estos a su vez, trataban de salir de sus campos visuales al percatarse de las intenciones que aquellos ojos profesaban.
Finalmente a lo lejos D observó un hombre particularmente solitario, que caminaba sin prestar atención a sus alrededores, ya que venía mirando su teléfono. Estaba lo suficientemente alejado de donde se encontraba la mayoría de las personas, y el lugar que transitaba no estaba bien iluminado. Era un cachorro distraído, que estando embobado por una tenue luz tal y como el mosquito va hacia la lampara eléctrica; no sabía aún que había andado demasiado lejos. Era la presa perfecta.
-Estaciónate aquí y para bolas- Le dijo D al conductor con ansias - Le voy a llegar a ese pajúo rapidito, es un quieto fácil. Ten el carro prendido que luego piramos rápido y punto. De aquí se ve que carga pingue teléfono.
Fue en ese preciso instante que J cayó en cuenta del papel que la teatral situación le había otorgado. Era él el conductor designado. Mientras H y K estaban sumidos en una estupefacción propiciada por la rapidez en la que todo había escalado (y el porro que del que todos fumaron en el camino), no podían sino reír para enmascarar su propio nerviosismo.
Resolvieron darse un pase todos antes de llevar a cabo el acto. Esta vez fueron gruesas líneas que terminaron de disipar dudas. Con el corazón en la garganta, salió D con paso firme, hacia la presa de esta noche.
Eufórico, iba D resoplando como un toro salvaje. Quería correr, pero sabía que se delataría. Como un felino al acecho, su paso era medido y su visión enfocada en su objetivo. Al terminar de cruzar la calle, empuñó el facsímil al mismo tiempo que su corazón brincaba a una nueva velocidad. Para cuando el anónimo inocente advirtió a D ya era muy tarde; se había acercado demasiado y el aura amenazante de alguien dispuesto a hacer daño le había paralizado por completo.
-Voltéate. No me veas la cara y dame todo- Dijo D con rapidez, con claridad y con saña.
-Disculpa!-Aterrorizada, la víctima instintivamente decía esas palabras, como si asumiera inconscientemente su papel de presa, se mostraba inofensivo, como si no buscara provocar más a su agresor; pero estaba paralizado, aunque quisiera seguir las órdenes, su cuerpo no respondía.
-Este tipo lo está logrando. Que bolas! H estas pillando la vaina?- H era incapaz de responder a la pregunta de J porque estaba pegado al vidrio del asiento, observando el acto.
De repente un leve reflejo de un destello comenzó a captar la atención de J. Su mirada pasó de ver a D forcejear con su víctima para advertir a lo lejos una patrulla policial. Venía lento, sin una sirena. Sus tripulantes lanzaban la vista hacia los lados, ya sea para asegurarse de que todo estuviera en orden, o para detener al primer incauto que encontraran mal parado, y someterlo a una extorsión rutinaria.
Apenas se asomaba la patrulla por la redoma cuando H y K se percataron de ella. K se volvió un manojo de nervios. La mezcla de adrenalina con emoción y el efecto de la cocaína, le dieron la impresión a J de que moriría de un infarto en cualquier momento.
D no lograba que su víctima cooperara, el miedo la había paralizado completamente. El pobre hombre entre lágrimas pedía que no le hiciera daño, pero esto acababa por irritar aún más a su agresor. D había resuelto revisar al hombre él mismo.
Cállate viejo marico, cállate que te voy a matar de verdad. Un tiro en la cara para que te velen con el ataúd cerrado mamagüevo- El hombre temblaba de miedo mientras D terminaba de vaciarle los bolsillos. Le había quitado el teléfono, la cartera e incluso un fajo de billetes que el hombre tenía guardado entre el pantalón y la camisa.
Al terminar, D apretó con fuerza su arma falsa contra la espalda de su víctima y le susurró al oído:
-No voltees. camina hacia aquel banco y siéntate. Si te volteas te mato.
H estaba nervioso. No entendía la cara estoica de J y el llanto silencioso de K lo alteraba aún más. Vícitma de la presión, exclamó:
-Bueno marico y tú te piensas quedar aquí toda la vida? !Arranca ya! estamos demasiado pegados y el mamagüevo de D se está tardando mucho. Si los pacos se antojan de bajarnos del carro nos jodimos- Le dio un empujón en el hombro a J- ARRANCA PUES!.
El nerviosismo y el efecto de las drogas ya tenían al borde a J, pero lo que no pudo dejar pasar fue la deslealtad de H.
-Bueno y entonces? tú no me dijiste que D era alto convive tuyo pues? y que tu hermano y tal? Y vas a dejar morir al pana así?
-Coño J deja la mariquera, arranca ya de pana, ya la patrulla viene.
-ARRANCA UN COÑISIMO DE LA MADRE NADA!- Vociferó J. -Si nos caemos, nos caemos todos!
Era la primera vez que J participaba directamente en un acto criminal. Con esas palabras, selló el destino de todos durante su propio rito de paso.
El hombre, aunque asustado, pudo reaccionar a las órdenes de D. En cuanto su víctima comenzó a moverse, D dio media vuelta y cuidando de no parecer muy apresurado, se disponía a regresar al carro de J. Solo cuando pudo enfocar su mirada en su nuevo objetivo, fue que pudo procesar que una patrulla venía ya muy cerca de donde se encontraba.
Sin vacilar, siguió y al cruzar la calle no pudo evitar echar la vista en dirección a la policía; se encontró con un cambio de luces de ésta, que le cegó e iluminó su cara como el ciervo que está a punto de ser atropellado por un conductor incauto en mitad de la noche. Pensó rápido y apuró el paso. Mientras se acercaba al vehículo de J, Su euforia se multiplicaba.
-Arranca, arranca, arranca! Métele chola. Sacanos de aquí!- Le decía a J exaltado al entrar al vehiculo. Muy calmado, éste le respondió:
-Tranquilo cachorro que no nos podemos volver locos. Salimos relajados como si no hubiera pasado nada.-Dijo J.
Metió la primera velocidad y el vehículo comenzó a incorporarse a la carretera. Por el retrovisor, J veía como la patrulla daba una vuelta en U muy brusca por encima de la isla. Le entro un sentimiento de perdición, pero se mantuvo calmo.
-Ay dios mío! Nos jodimos! acelera, piérdelos ya!- K dijo esas palabras con mucho esfuerzo. El llanto y los nervios casi no la dejaban hablar y su respiración entrecortada advertía una especie de ataque de pánico.
J la ignoró, con calma siguió acelerando hasta poder colocar la segunda velocidad.
-Este güevon va a hacer que nos maten esos pacos. No me jodas- Le dijo H desde el asiento trasero a D. J solo le envió una mirada severa a H a través del espejo retrovisor y luego volvió a enfocarse en la patrulla.
Pudo ver entonces que la patrulla se detenía y sus tripulantes salían con armas en mano vociferando indicaciones a un grupo de jóvenes de aspecto dudoso que transitaba la acera en ese momento. Los colocaron a todos contra la pared mientras les revisaban sus bolsillos y documentos.
Con alivio, J subió discretamente la velocidad, encontró una calle a la derecha que daba acceso a la Av. 5 de julio que a esas horas se encontraba ya desierta. Su pie se hundió en el acelerador y dejando atrás aquel escenario tortuoso, se cerraba el telón de su primer acto criminal. Había completado el rito.
-ERES UN DURO! mamagüevo, de pana pensé que estábamos fritos. Tú si tienes bolas chamo!-D le felicitaba extasiado, al mismo tiempo que pasaba el fajo de billetes robados a H y le decía- Llama al jíbaro, vamos a comprar más perico!
Pero J, todavía ensimismado, cortó- Aquí el "hermano tuyo" me iba a hacer arrancar. En lo que vio la patrulla se cagó todo. Da la cara pues, háblale claro al convive tuyo.
El aire estaba quieto. las risas habían muerto y la emoción de D había cambiado de aspecto. Sombrío, le pidió a J que detuviera el auto y al bajarse le asesto un derechazo a H en el momento en el que este comenzó a excusarse. Mientras estuvo en el suelo, siguió golpeándolo viciosamente, porque solo a través de la violencia podía D en ese momento vindicar tal traición.
Desde esa noche, la vida de J cambió drásticamente. Se dedicó a robar carros y vender repuestos. Al tener dinero de tales empresas adquirió armamento real, y junto a su nuevo compañero nocturno, D, se dedicaron a crímenes variados, buscando el siguiente subidón de adrenalina, el ingrediente perfecto para sus cocteles de estimulantes.
Ya sea si robaban una casa, amarrando y amordazando a una familia entera en el proceso, o si buscaban cualquier excusa para disparar sus armas y ajustar cuentas con personas que habían importunado a algún conocido suyo, lo cierto es que la vida de J se le hizo más interesante, y probablemente más corta.
FIN.
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