El Tragaluz

in cuento •  6 years ago 

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Acurrucado, al lado de la cama, podía escuchar todo, los murmullos eran grandes y los rezos más todavía, “padrenuestro que está en los cielos….” y el eco contestaba, las voces iban y venían, hacía calor, un calor bochornoso de los días tristes, a lo lejos cantaba un gallo ,y le respondía otro, despertando el amanecer, yo no sentía los ojos, algo había pasado, mis años no eran muchos, sólo cuatro, la cámara de mis recuerdos estaba encendida, a veces me pregunto, ¿cómo puedo recordarlo todo? y me contesto ¿cómo olvidarlo? ,sí, allí comenzó todo, allí se detuvo el tiempo, todas las jornadas que llegaron vinieron atropelladamente a mi mente y mis recuerdos, la casa se puso más grande, vi que quemaron todas sus cosas, había miedo a que aquello fuera contagioso, hicieron un gran montón en el patio y luego el fuego lamía con entusiasmo todas su ropa, llevándose su esencia, su vestido blanco de motas negras…. La ciencia no había avanzado mucho y se creía que el cáncer se pegaba por contacto, mi hermanita me decía que cómo hacía para acordarme si era tan pequeñito y eso que ella que tenía sólo nueve años, los otros de tres y un año perdieron la memoria, menos mal porque esa memoria resultó dolorosa con los años, yo debí perderla también, pero ella tan pequeñita, ya había despertado a los recuerdos futuros y la vida que le venía con sus pequeños hermanos, era muy triste, como decía los vecinos “hay que quererlos con lástima”, tan pequeñitos y ya sin madre!!!.Las cajas de galletas se destapan solas, eran de soda, nunca había logrado explicarme por qué no me gustaban después, era que sabían a muerte, a velorio a velitas prendidas en aceite dentro de un vaso, también había café y chocolate, y todo pasaba en sombras tenues mas allá del tragaluz de la cocina. Nadie sabía que yo estaba allí, me creían dormido junto con los demás, y había un olor ocre dentro de las figuras difusas de los que echaban chistes, reían y murmuraban, y la noche se hizo muy larga, y otra vez los gallos cantando en su coro de llamados a la vida a estar despiertos a sentir las cosas que pasaron y a no olvidar. Me la imaginaba calladita, seria y muy blanca como una azucena, tan pálida como una vela, se escuchaba entre los murmullos alguien que dijo claramente ¿al fin descansó la pobrecita!, ¡sufrió mucho la quemaron toda!, su vientre tan productivo desde los catorce años dio vida a cuatro hasta que tuvo veintiséis, por eso se desgastó y no los va a ver crecer, ni sabrá si sobrevivirán todos, ni qué vida llevarán ni quién los querrá ni quien los acunará en sus brazos como ella, pero menos mal que la mayor es hembra, ¡pero si sólo tiene nueve años! ¡Ay dios mío! ¡cómo hará ese pobre hombre solo!, que no estaba tan solo, y seguían los rezos, estaban los buenos, los malos los hipócritas hablando unos y rezando otros, mientras que ella absorta, parada en la mirada de la sala, y acostada en almohadones de lino blanco, en medio de los candelabros, lo veía todo, lo sentía todo, sin poder hablar, sin poder pedir algo más, se le cortó todo de pronto, quedaron muchas cosas pendientes, ni siquiera había aprendido a vivir y ya le tocaba partir en ese viaje eterno a la nada, al todo con tantas cosas pendientes, sólo sintió que sentía una tranquilidad inmensa, ya no había dolor, ya todo era calma, sólo miraba hacia el cuarto donde estaban ellos y les daba ese adiós que no quería dar y no veía al otros que lo veía todo desde el tragaluz, el que no se dormía fácilmente y veía pasar el café con las galletas de soda sin pestañear, el que no sabía qué estaban celebrando, ni qué estaba pasando, que sentía que alguien se había ido, que no le dijo adiós, que estuvo mucho tiempo en una cama enseñando a sus amigas las quemadas de su vientre juvenil por la quimioterapias de cobalto.

Ya la había visto muchas veces sentada en la poceta, con la niña abrazada, que la dejaba entrar porque era de su mismo sexo, porque los niños no podían ver a la madre sentada en la poceta y que al entreabrirse la puerta había visto bañada en lágrimas, quizás porque sabía que su viaje estaba cerca y no tenía a quién decirle lo que sentía y abrazaba a su niña para cobijar su pena en el vacío de la inocencia, que sólo años mas tarde iba a sentir lo triste de su madre abrazándola, y el niño afuera esperando para ver qué pasaba y porqué lloraba, pero todo se perdía entre brumas, nunca supo porqué lloraba, sólo los años del silencio eterno le respondería su pregunta y comprendería aquella soledad y aquel silencio. Fué desde el tragaluz que su mente despertó al mundo y guardó su secreto de saberlo todo sin tener palabras para decirlo, así aprendió a imaginar lo que las figuras hacían más allá del tragaluz y fue desde allí que comprendió que la miel y la hiel pueden saber igual, con todos sus recuerdos a cuestas y sus cantos de gallos consigo, desde la niñez hacia el futuro y al revés, cuando ya no pueda esconder mas su secreto y tenga que gritarlo a grandes voces, ¡Yo lo sabía todo!! Yo supe de traiciones y de vidas fingidas y de alguna manera supe lo que venía sin ella, era el silencio eterno, eran los domingos de soledad y de cantos de gallos vacíos, sin respuesta, era la tristeza plena.

No supe cómo me pusieron en la chaqueta y el pantalón oscuro y más allá del tragaluz no me llegaban voces sino silencio, ¡se había ido!! Bajé las escaleras corriendo, estaban cerrando las sillas de metal y retiraban los candelabros, ya no había velitas encendidas en vasos con aceite ni a mis hermanos, parecía que se habían olvidado de mí y salí hasta la puerta donde un viento frío me golpeó la cara, tenía ganas de llorar y de gritar, había un gran carro negro e imaginé que la caja donde estaba ella, estaba dentro del carro negro, todos veían hacia arriba, y era a mí que estaba en el cerro todavía, me sentía encerrado dentro de ese traje negro, quería correr y mis piernas no respondían, no sé cuánto tiempo pude pasar allí parado, ni porqué demoraba yo la partida, como que si mi demora iba a retardar en verdad su ida, sin comprender que ya se había ido, que su viaje había comenzado, mirando hacia atrás con ganas de llevarnos con ella, caminando hacia atrás para recordar el camino de regreso, el regreso imposible o mejor dicho convertirlo en espera para cuando llegáramos otra vez hasta ella, nosotros viejos , ella joven porque su tiempo se detuvo, partió sin saberlo, sin nosotros, sin que entendiéramos porqué se iba ni por qué nos quedábamos sin ella…

Se hizo un gran silencio, detrás del tragaluz, los gallos no cantaban, fue como quedar dentro de una botella sin ruidos, sin voces, sin silencio con voces de adentro gritando, volando sin alas, ¡estremecidos!! Como en una pesadilla de siempre, por delante venía el camino, el camino solos, sin ella, con sus lágrimas a cuestas sin saber, luego todo se hizo brumas todo silencio, la luz se apagó más allá del tragaluz…..

Una de las damas elegantes que tanto visitaban mi casa me arrancó de mi letargo diciendo, ¡vente Fernandito!!! Y bajé corriendo hasta el carro ,detrás del carro negro ,todo había terminado y todos iniciábamos el viaje, unos hacia lo eterno, y otros hacia la vida, hacia las historias que vinieron después…..

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