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in cuento •  5 years ago  (edited)

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Capitulo 1

A unos cuarenta minutos de la ciudad de Córdoba se encuentra lo que todos conocen como la Casona Piriel. Una ostentosa mansión de fines del siglo XVIII rodeada de parques y jardines que terminan en un viejo muelle, quizás más viejo que la casa misma y ubicado a no más de cien metros de su jardín posterior. Su ubicación siempre a brindado privacidad y su tamaño, la comodidad necesaria para que se lleven a cabo un sin fin de eventos sociales. Sobre aquel viejo muelle estaba sentado Miguel. Procuraba permanecer lo más alejado posible de todo el ruido y de la cortesía forzada de aquella fiesta. Con la mirada perdida esperaba la llegada de los primeros rayos del amanecer.

Hacía girar algo entre sus manos, de manera errática y despreocupada. Se trataba de una simple pieza de ajedrez, una vieja torre tallada en oscura y dura madera que aún desprendía un dulce aroma, con reminiscencias a viejas batallas. Tenía la superficie cubierta de pequeñas grietas y magulladuras que parecían querer contar épicas historias. Desde el primer día en que aquella pequeña torre apareció en la palma de su mano, Miguel juraba que podía ver en ella un tenue destello azulado, único y singular.

Aquella pequeña pieza de ajedrez era lo primero que había extraído. Se había convertido en su preferida de entre todos los otros trofeos que celosamente coleccionaba: un trompito de madera, un soldadito de juguete, una roca negra y lisa, un dado, un avioncito de plástico y por último, su querida torre de ajedrez; todos objetos pequeños, gastados, aparentemente inconexos entre sí, pero con ese particular destello azul que los envolvía y que al parecer; solo él podía ver. La pequeña torre, continuaba dando vueltas entre sus dedos y el desconcierto en su mirada se hacía cada vez más evidente. Esa pieza era única. Sabía bien que no podía haber dos iguales. Intentaba encontrar una explicación racional, aunque la sola existencia de aquella pieza escapaba a toda lógica posible.

A Miguel, ya no le sorprendían las inexplicables coincidencias que tenía con su primo, Marcelo. resulta que desde muy chicos solían coincidir en un sin fin de cosas. Ellos, atribuían ese hecho a la cantidad de tiempo que pasaban juntos y claro, todo aquello era parte importante de los códigos que compartían desde niños.

Solían, por ejemplo, terminar las frases del otro y sin importar la distancia o el tiempo que estuvieran sin verse, se sorprendían cantando la misma canción, la misma estrofa, en el mismo momento. También, y como una especie de vínculo mágico e inexplicable solían adquirir exactamente el mismo producto ya sea un souvenir, una prenda o un juguete; ambos, sin importar lo distante que estuvieran uno del otro, solían elegir exactamente lo mismo. Pero lo que había sucedido horas antes superaba sin dudas, todos los limites. Su primo, había extraído de uno de sus bolsillos un pequeño llavero. Miguel lo miró solo por un instante, pero fue suficiente para que ese resplandor azulado lo dejase totalmente atónito. Él reconocería esa torre en cualquier lugar. Sabía muy bien que no podría formar parte de las cosas que ambos solían adquirir por separado, de hecho, esa torre formaba parte de las cosas que nadie podía tener. Es más, ni siquiera formaba parte de este mundo y hasta ese mismo instante, Miguel, la había creído única.

Todos hemos tenido sueños tan vívidos, tan intensos que incluso luego de despertar, creemos poder sentir durante algunos segundos, los aromas y sabores del sueño. Pues bien, la infancia de Miguel no fue la excepción, también él experimentaba, de vez en cuando, ese mágico despertar. Al menos así fue hasta el 14 de febrero de 1986. Esa soleada mañana de verano, Miguel despertó, una vez más, con las imágenes frescas de un reino que estaba a punto de caer, con valientes caballeros, con difíciles decisiones por tomar y, por extraño que parezca, todo flotando entre las notas melódicas de: Rivers of Babilon. Le dolía la mano pero se negó a abrir los ojos hasta que las últimas notas del sueño abandonaron sus sentidos. Tardó unos segundos en reconocer el dolor. Se trataba de sus propias uñas enterradas en la palma de su mano. Cuando abrió su puño, aún con los ojos cerrados, las últimas hilachas del sueño se desvanecieron y una pequeña torre ensangrentada apareció en el interior de su mano. Desde ese día su colección de objetos pequeños y robados de los mismísimos sueños se ha incrementado.

Con la torre girando entre sus dedos y totalmente desconcertado, Miguel miraba los primeros indicios del amanecer. Lo sacaron de sus cavilaciones unos pasos huecos sobre el viejo muelle. Recién entonces advirtió que los sonidos lejanos de la fiesta de la Casona Piriel, por fin se habían callado. De inmediato guardó su torre. No le fue necesario girar del todo para ver la cara de su inoportuno acompañante; solo el desubicado de su primo asistiría a una fiesta de etiqueta con sandalias.

—¿Qué haces? Pensé que ya te habías ido —preguntó Miguel—

—Sí, me fui, pero regrese a buscar algo que me olvidé.

—Y se puede saber que te has olvidado. –preguntó Marcelo entornando una ceja.

—Me he olvidado a Patricia, ella usó una de las habitaciones al comienzo de la fiesta, no se sentía muy bien.

—Pero si yo he visto que te ibas de la fiesta con otra chica… —dijo Marcelo algo desconcertado.

—Lo dicho, me había olvidado de patricia. —una sonrisa picara comenzaba a dibujarse en su rostro— ¿En fin, no iba a dejar que te deprimas solo? —dijo Marcelo a tiempo que se sentaba al lado de su primo.

—¡No estoy deprimido!

—Si, tenés razón, solo estas hecho mierda. —Dijo Marcelo, su risa era clara y fresca.—

—Solo estoy algo desconcertado. —Dijo Miguel sin ánimo de mentirle ni de dar demasiadas explicaciones.

—¡Hey! Yo también he visto tu torre primo, se que la guardas en tu bolsillo y que la llevas contigo a todas partes. Yo también lo haría si cargase con migo una de las 5 reliquias malditas.

—¿Una reliquia... qué? –Pregunto Marcelo, intentaba averiguar si se trataba de otra de las bromas de su primo.

—Ok, veo que tenemos mucho de que hablar.

Continuará.

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