El Caballero y el Espíritu Dorado (Parte II)

in cuento •  6 years ago  (edited)

     El Caballero y el Espíritu Dorado




        El Caballero y el Ser De Luz no partieron ese mismo día. Dado que vivía solo, el hombre debió bajar al pueblo a poner en orden sus asuntos para no encontrarse con que se había quedado sin hogar si alguna vez volvía al pueblo. Mientras él laboró, el espíritu se mantuvo reposando bajo el sol, como si nada en el mundo fuese capaz de perturbar su paz; en un principio, esto molestó ligeramente al Caballero, quien, habiendo aceptado ayudarlo debido a la desesperación consecuente a sentir que ya no tenía un propósito, se encontró sintiéndose, en cierta medida, ofendido.


       Sin embargo, había terminado optando por no decir nada, decidido a mantenerse lo más neutral posible. Después de todo, si lo había logrado con su actual Rey ¿Quién decía que no podía con este Ser, que a plena vista era cien veces más educado y más humilde? Por lo menos eso fue lo que continuó diciéndose a lo largo del día, desde que vio al Espíritu tomando el sol desde la ventana de su cuarto, hasta que llegó al pueblo y terminó todos sus pendientes.


       Cuando volvió a su casa, fue recibido por el tenue brillo de las velas cuidadosamente repartidas a lo largo de la sala, y el olor a tocino. Tragó con fuerza cuando la saliva comenzó a manar de su boca, el Caballero se deslizó camino a la cocina, donde encontró, no solo la mesa servida, sino también al Espíritu Dorado esperándole al final de la misma, al parecer, tan imperturbable como en la mañana.


- Bienvenido - dijo el Espíritu - Espero que esto sea suficiente para aliviar los malestares de tu día. Asumo que el mismo fue productivo -.


       Sintiéndose bizarramente expuesto, el hombre asintió mientras se deshacía de su bolso y todo lo que había arrastrado al interior de la casa. La comida se veía mejor que cualquier cosa que hubiese visto antes (lo cual era mucho decir, si tenía en cuenta la cantidad de veces que había comido en el palacio) pero seguía costándole, aún después de años de su última misión diplomática, comer cualquier cosa que no fuese hecha por sus mismas manos.


       El Espíritu debió haber sentido su aprensión, pues ladeo la cabeza con curiosidad, e hizo bailotear una de sus pequeñas manos sobre la mesa.


- Si la comida no es de tu agrado, puedo hacer aparecer otra cosa. Admito que llevo años sin hacer algo como esto -.


- Eh, no – intervino el hombre, rascándose la barbilla – No es la comida, en sí, lo que me causa incomodidad, es más… Un asunto de la mente -.


       El Ser no dio muestras de haber entendido nada de lo que le había dicho, pero tampoco siguió preguntando o comentó cualquier cosa; se limitó a quedarse sentado al otro extremo de la mesa, mirándolo.


       Fijamente.


       Removiéndose incómodo, el Caballero juntó sus manos frente a su rostro y cerró los ojos, listo para comenzar a orar. Iba a media plegaria cuando sus oídos registraron el sonido de la silla de su acompañante siendo arrastrada. Intrigado, decidió abrir ligeramente un ojo para revisar que pasaba a su alrededor, solo para llevarse un susto de muerte al encontrarse con que el Ser se había colocado a centímetros de su rostro.


- ¿Sucede algo? – preguntó el hombre, alarmado.


- No lo sé – contestó el Ser – Es la primera vez que veo a uno de los suyos haciendo ese gesto curioso; mi Señora no solía practicarlo ¿Tiene algún significado sentimental? -.


- Doy gracias a los Dioses por la comida puesta en mi mesa, y por haber llegado a casa sin haber tenido que lidiar con ningún contratiempo de mayor magnitud – explicó el Caballero, sintiéndose ligeramente ridículo – Supongo que las costumbres de su gente son diferentes a las mías -.


- Supongo – hizo eco a sus palabras, el Espíritu.


       El hombre hizo una mueca, y, sin poder resistir más la mirada fija (y llena de curiosidad) de su acompañante, estiró sus manos y, tomando suavemente las del otro, le alentó a sentarse a su lado.


- Vamos, acompáñeme – le indicó – Estoy seguro que lo que… Eh, apareció, tiene buen sabor; le vendría bien comer un poco -.


       Apenas pronunció las palabras, supo que había dicho lo correcto: si bien los Espíritus eran criaturas mágicas, necesitaban tanto, o hasta más sustento que los humanos, para poder sostener sus formas físicas. Si bien la mayoría obtenía dicho sustento de la luz solar, o de las partículas de magia en el ambiente, un poco de comida nunca caía mal. O eso había oído.


       Su acompañante debió pensar algo parecido, pues, después de un par de minutos de mirarlo comer como si hubiese perdido la cabeza, se estiró para tomar una de las cucharas guardadas en el centro de mesa, y comenzó a servirse.






(Nota: este fragmento es la continuación de El Caballero y el Espíritu Dorado, Parte I; si desean leerla, pueden buscarla a través de este link)

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