- Caminando por esos caminos de Dios…He tenido que analizar con sumo detenimiento. Puesto que así ha de ser. Permiteme…
He meditado…Y… (He de sincerarme, ciertamente me cuesta muchísimo el tener que asumir cosas y situaciones…Que no son de mi completo agrado…Pero ante las evidencias: ¡Me rindo!) Pero a estas alturas de mi vida: Debo reconocer. Asumir que -Aunque me cueste un mundo, pero…-
Me he equivocado de cabo a rabo.
¡Y en este preciso instante: Debo hacerlo! – Juan bajó su cabeza. - ¿…Cómo he podido ser tan ciego…? Si tengo las pruebas de mi culpabilidad ante mis propios ojos…Y no las veo…
¿Puede ser esto cierto…? ¡Pero así ha sido mi vida! Tú que has sido siempre el amor de mi propia vida. Que has tenido esa santa paciencia, que me has visto como he venido siendo tan bruto… - No mi amor… - Le suplicó ella, pero él le puso su mano derecha con todo el cariño posible en sus labios, y con gesto le suplicaba que callara y que lo dejara a él, expresarse con total libertad.
María, su media costilla, le besó su mano. Cada uno de sus dedos los enjugó en medio de sus muchísimas lágrimas. Y esta acción le terminó de liquidar las pocas protestas que aún mantenía. - No María…Déjame continuar…
- ¡Ya amor, ya! – Le suplicaba de nuevo. Y él la observó.
Le besó en la frente. Luego en cada uno de sus ojos llorosos.
Le limpió con el mayor de los cuidados. Con tanta ternura. Que ella se dejó hacer todo cuanto este quisiera. Pero siempre tomándolo de las manos.
Como para no permitir que él la dejase sola. Pero él, le susurró muy quedo en su oído izquierdo… - Desde un principio te he amado… - Le besó su oído izquierdo.
Luego le recorrió su rostro, la besó en su cachete izquierdo, en su nariz, para seguir a su cachete derecho y para cuando ya le había doblado su rostro, se le acercó a su oído derecho, le susurró… - Siempre te he amado. – Ella se estremeció. Él la besó.
- Pero eso no impide el que deba reconocer el enorme error que he cometido en tú contra. Y no me canso de pedir tu perdón… - Ella trataba de mirarlo en medio de la catarata de lágrimas incontenidas.
- ¿Cómo no he de perdonarte…?
- Perdón.
- ¡Siempre te he perdonado! – Ella volvió a asirlo con todas sus fuerzas, mientras él trataba de librarse de su abrazo, pues él se sentía muy compungido.
No estaba en él, el tener que reconocer lo que hasta hacía unos instantes negaba. María lo escuchaba en silencio -Aunque internamente era un mar en plena ebullición- sabía y lo reconocía.
Y por primera vez en más de treinta años de feliz unión conyugal…Veía con sus propios ojos, que su marido el mismo hombre con el que siempre había convivido…El mismo que siempre se le había presentado victorioso y siempre dueño de todo, en cualquier circunstancia que se le presentara; se rendía ante el peso de las evidencias. ¡Al fin! “Daba su brazo a torcer” (A simple vista ella mantenía un cierto aire de pasividad, pero en lo más profundo de su ser…Era un volcán en ebullición. Y no lo podía creer. Sencillamente había quedado anonadada. ¿Qué Juancito -cómo ella lo llamaba en su intimidad- reconociera que había cometido: ¡Un error!? No. No era posible.)
Pues hoy: Veía con sus propias pupilas…Que no era infalible.
Que él tenía su punto de inflexión.
Y luego de presenciar esto…Ahora: Sencillamente era un manojo de nervios.
Ya que en su interior, no deseaba que el hombre de su vida, el padre de todos sus hijos…Se le desmoronara. No eso no.
Eso jamás lo iba a permitir. - …Perdóname Mary. No sé en qué me he equivocado. Pero: Perdóname.
¿Podrás hacerlo…? – El rostro amado era un torbellino de inseguridad. - ¡Siempre amorcito! ¡Siempre! Y perdóname tú a mí, porque no he podido ser perfecta. He sido muy injusta contigo. ¡Perdóname tú a mí!
- No tengo nada que perdonarte. Al contrario.
Ella lo conocía mejor que nadie. Y le constaba que él siempre ha sido un hombre de principio. Un marido insuperable. Un padre ejemplar.
Un ejemplo a seguir. Y es que ella siempre lo ha reconocido.
Y para ella, el solo hecho de verlo así…Le partía el corazón.
Así que con toda la ternura de su vida, se le encogió su corazoncito.
Y se aunó a su hombre. A su guía. Al ser que una y mil veces la había hecho feliz. Como su mujer. Como su novia. Como la madre de todos sus hijos.
¿Cómo no lo iba a perdonar…? - ¡Ay mi amor! – Fue la única expresión que emergió de lo más profundo de sus entrañas. De su propio corazón que lo tenía compungido.
Y lo abrazó. Lo besó en todo su rostro. Se fundió en un abrazo en el que ansiaba sumergirse en él y solamente con él.
Su Gran Amor. El único con el que había vivido y convivido.
¿…Qué importancia puede tener ahora…Su triunfo…?
Banalidad de banalidades. Estupideces en medio de tanta felicidad.
¿Qué era más importante que él le reconociera sus propios méritos? - Perdóname… - Le suplicaba en medio de sus quejidos lastimosos.
Y ella solamente le escuchaba los latidos de su corazón y comprobó que una vez más se acompasaba a sus propios latidos. - “Tum. Tum. Tum” – Sintió una alegría inmensa. Al fin lo percibía de una forma tan contundente. Tan proverbial.
Ya Juan no la veía. No podía. El Amor los fundía…Y eso era lo único que a ambos les importaba. Allí estaban los dos…Viviendo en su momento.
Se encontraba al igual que ella sumergidos en sus mundos internos.
Las oleadas les llegaban a cada uno de ellos. Lo sentían.
Ambos galopaban en los mismos latidos. Se acompasaban en un tierno frenesí. Se columpiaban a la par. Su respiración era una con su amada.
El tiempo de una forma extraña, señalaba no en unidades sinónimos de tiempos, sino en sentimientos. En algo invisible, pero tan tangible.
Que a ojos extraños pasa desapercibida…Pero no para dos seres que se aman con intensidad. Con ternura. Con principios. Con dedicación.
¿Qué importancia tiene un error…? ¿Un mal entendido?
Con un exceso de celo. ¿Por parte de él…? …No se entiende…
Quizás un momento de inseguridad. Es posible
¿No es posible…? Pero es tanto el amor de ella hacía él, como lo era el amor de él, hacía su compañera de toda una vida.
Porque en el amor verdadero, solo bastan los gestos. Las dudas siempre son sepultadas por la entrega desinteresada de ella. Cómo las de él mismo.
Pues el amor está hecho de pequeñas cositas. Imperceptibles para el vulgo, pero no para dos enamorados que se aman con pasión.
En símbolos que solamente dos enamorados entienden.
Andando en estos senderos en donde la unión prevalece por sobre las iniquidades. En donde la unidad es sinónimo de felicidad.
En donde las palabras llegan a entorpecer.
En donde no hay palabras que puedan describir tanta unión.
Ya era el momento en que hay que callar. Tan solo mirarse.
Observarse con tanto frenesí, con arrobo. Con delicadeza.
En donde fenece el factor tiempo, prevaleciendo el amor de siempre.
Y allí estaban ellos. Fundidos en uno solo.
Viviendo en el mundo que ellos mismos escogieron. Sumidos en el silencio. Pero no en un silencio extraño…No, era en el que ellos comulgaban.
En el que se fundían.
Así eran. Así se entendían. Sin hablarse para nada. Solo mirándose.
Tomados de las manos.
Solamente ellos.
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