- Por allá…En lo más lejos y recóndito…Estaré yo esperando que se haga un feliz amanecer.
Por todo cuanto pienso y razono, en virtud de una realidad que para todos es imperecederos… - Clama el líder de un grupo que ansiosos respiran a través de sus proclamas. - …Ya lo verán… - Finiquita tan solemnes palabras y se dedica a esperar. A cosechar resultados.
Primero un silencio sepulcral. No atinaban a digerir tan sabios conceptos.
…Pero rompiendo el celofán, unos fieles a su causa, comenzaron a aplaudir a rabiar.
Luego se fueron aunando, haciendo así, causa común. - ¡Qué bien! – Respondieron eufóricos unos cuantos que consideran que esas son palabras, conceptos de la pura verdad.
- ¡Hurra! – Brincaban unas cuantas féminas de surtidas edades, de formas y colores muy visibles.
- ¡Qué Dios le dé una larga vida a nuestro adalid! – Pronunciaban gruesas voces, acompasadas por decenas y docenas de seres anónimos y de desgarbadas figuras.
Un grupo muy escuálido, quedó impávido. No alcanzan a reconocer ninguna magnificencia.
Las mujeres suspiran, mientras los infantes se quedan en las nubes.
Unos cuantos sin figuras que describan su condición se alzan en una euforia incomprensible.
Una escasa y muy desacompasada brisa, trata de borrar el escepticismo de otros que se marchan de la manera más visible, pero que pasan desapercibidos.
Los que se suman a una mayoría de incógnitas apreciaciones pierden el hilo de la congruencia aunándose a multitudes de cosas sin sentido, ni de lógica posible.
La velada suscite en medio de ciertos fenómenos atmosféricos, que muy pocos aprecian.
El orador guarda un silencio mientras escruta con la mayor de sus sapiencias.
Cree que es prudente dejar que las masas se hagan presentes. Que griten.
Qué se expresen, mientras él…Las analiza. Tantea los múltiples sentimientos que de allí afloran.
No aprecian el significado de aquellos vocablos que se asemejan a un arpegio de hermosas deseos.
De preclaros conceptos, pero que a muchos les está vedado la realidad de tantos y tantos conceptos que les impiden hacer su vida de una forma diáfana y con sus palabras cargadas de mucho paciencia, acompasadas con su basta sapiencia. - ¡Nuestro líder sabe mejor que nosotros mismos…Nuestras carencias él las conoce a la perfección! – Grita emocionada una de sus seguidoras más entusiastas.
El que mueve el piso de esas masas, cruza sus dedos y sus manos están escondidas a la visión del vulgo. - ¡Qué Dios le dé larga vida! – Grita emocionada una vieja loca, que prendada a él…No atina a valorar el significado etimológico de cada frase pronunciada.
- “Está bien que así se expresen de mí…” – Analiza el viejo zorro, quién mantiene sus dedos cruzados, mientras les mantiene una serie de formatos, que incitan a sus seguidores a inmolarse en medio de grotescos escenarios.
- “…Ellos saben…Ellos lo presienten…” – Sigue en su fiel diagnóstico mientras asume una posición de franca meditación. Sus seguidores…Así lo presienten. Así lo asumen.
Y ya el buen adalid…Se niega a seguir expresándose en medio de tantas ovaciones. Asume que ya todos sus seguidores están más que satisfechos. “¿Y entonces…? …Es prudente que yo mantenga mi mensaje en silencio…”
El Gran Hombre lo sabe. Lo intuye. Su olfato le indica que es más productivo dedicarse a mirar, a escrutar el resultado de todos sus esfuerzos. Sabe que a partir de ese instante…Es mejor callar. Es tiempo en que su silencio, impondrá los aullidos de sus muchos seguidores. Por eso: Calla. Espera el resultado final.
…Para cuando llegue…Él se dedicará a mejores cosas.
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