El bosque tranquilo

in cuentos •  3 years ago 

Había una vez una niña que disfrutaba pasar sus tardes soñando despierta en un bosque tranquilo. Sentada bajo un árbol, vio sus manos arrugadas, las observaba con curiosidad. Notó la cosa más extraña: Sus manos se ramificaban en dedos, pensó que eran más largos de lo normal. Se movían un poco, pero no con la misma voluntad y energía de antes. A veces tenía que esperar una brisita que la ayudara a moverse.

Escaló su mirada por uno de sus brazos, luego el otro, notó que su piel estaba seca y quebradiza. Sus brazos estaban lleno de pelitos, más bien hebras. No pudo ver más allá de su hombro, pero ahora, en ese día tan extraño, tenía que ver su cara, porque ahora que lo pensaba, realmente no podía recordar su rostro por más que lo intentara.

Se inclinó hacia un charco cercano, asomándose con un poco de miedo, pero era necesario. Para su sorpresa, descubrió que tenía el sombrero más lindo del mundo, pero no recordaba haberlo comprado. Se limitó a contemplarse con atención. El agua estaba muy turbia como para distinguir su rostro, no se sentía tan segura de que era ella mientras más se miraba. Pasaron minutos, los minutos se convirtieron en horas. La niña por fin se dio cuenta, acertadamente, que en realidad no era una niña como pensaba, sino un hongo. Abrumada, se alejó de su reflejo y se derribó a los pies de un árbol a llorar, estaba tan convencida de que era humana.. No podía ser un sueño.

Sus vibraciones tristes y su ira profunda envenenó el perímetro a su alreadedor, las plantas cercanas comenzaron a marchitarse. El árbol sobre el que lloraba rompió su silencio. -¡Auch! ¡Me duele! ¿No te das cuenta de lo que estás haciendo?- La niña quedó atónita. Pudo comprender al árbol. La lógica le indicó que si podía entender al árbol entonces pertenecía en definitiva al reino de la flora. Ignorando el llamado de atención del sabio árbol, la criaturita comenzó a sollozar de nuevo.
—¿Qué me hicieron? ¿Qué soy? Estoy segura de que era una niña y no sé qué pasó. ¿Será que una malvada hechicera me convirtió en fungo como castigo? ¡No tengo recuerdos! Y no me reconozco con este nuevo sombrero.
—¿Castigo? ¡Qué buena imaginación tienes! Es mucho más sencillo que eso, en realidad. Un consejo: No te quejes por algo que no vas a poder cambiar, nos afecta a todos- El árbol señaló una de sus ramas pudriéndose.
—¡Eso no explica nada! ¿Qué me han hecho?- Sollozó la honguita.
—No, no, no. La verdad puede ser algo cruda al principio, todos pasamos por eso, pero trata de entender. Es una lástima que no te des cuenta de lo asombrosa que eres- respondió el árbol.

La pequeña honguita abrió sus esporas para escuchar. El árbol sabio prosiguió:
—Fuiste humana, sí, después de la muerte te transformaste en otra forma de vida, como se convierte toda la materia orgánica. Piénsalo así, lograste descomponer tus viejos elementos y dentro de la putrefacción naciste de nuevo, luchaste y creaste vida, sigues viva, y sigues siendo tú, pero diferente. ¿Qué te parece?-
—¿Ah sí?- respondió. -¿Eso hice?- Su semblante cambió por completo.
—Sí, señorita- Afirmó el árbol. La honguita se sonrojó.
—Mira a tu alrededor.- Dijo el árbol. La pequeña miró el panorama más amplio, más allá de ese hermoso bosque se dio cuenta de las lápidas que estaban en el horizonte. Un cementerio.
—Es decir, esto significa que ustedes también son hum..?
—Éramos, entre otras cosas- la corrigió el árbol. -Ahora somos parte de algo mucho más grande, maravilloso, majestuoso. Somos más fuertes porque estamos conectados, el ser humano es frágil, nosotros somos infinitos. Si te sientes triste, nos afecta a nosotros, y asimismo, nosotros también te podemos contagiar de energía vital. Somos una comunidad, un sistema que funciona. Y lo mejor es que no estarás sola, nunca más.-

Luego de un largo silencio el árbol inhaló profundamente. Movió sus ramas sintiendo el viento a través de ellas. La honguita respiró junto con él. Sintió la conexión del universo, todo sucediendo al mismo tiempo, lleno de vida y de muerte transformada en vida. El tiempo se movía diferente, las responsabilidades de las decisiones humanas ya no tenían sentido, dejó atrás el peso de la existencia. La brisa la acarició su sombrero, sus dedos largos, su tronco. Era libre, parte de un todo, pero a la vez se sentía íntimamente personal, una magia inexplicable, se rodeó de una energía espiritual que sobrepasaba las palabras, y a partir de ese momento ya no le fue necesario preocuparse por nada más. Comprendió el valor místico y sagrado del silencio. Se dejó ser en lugar de pensar, y vivió por siempre feliz en el bosque tranquilo.

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Imagen de Florian Van Duyn

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