Las Palmeras

in cuentosinfantiles •  2 years ago  (edited)

Capìtulo III

El niño le comunicó a la maestra que había citado a todos sus amigos a las cinco de la tarde; primero que nada necesitaban saber si éstos habían obtenido el apoyo de sus familias.

Juan invitó a comer a su maestra, le preparó una mojarra al mojo de ajo y le sirvió también chilpachole de jaiba.

-Espero le guste maestra - dijo Juan.

-Gracias Juan, realmente estoy sorprendida, no sabía que cocinaras - respondió la maestra.

-Sólo algunas cosas, el chilpachole lo hizo mi abuelo, él me ha enseñado a cocinar; casi siempre comemos mariscos y pescado, la verdad es que no me canso de comer lo mismo.

-Que delicia, realmente ésto está sabrosísimo - comentó la maestra .

Juan sonrió complacido. Cuando terminaron de comer la maestra se ofreció para lavar los trastos, pero Juan no lo permitió, él mismo lo hizo con rapidez y eficiencia, poniéndoles limón para quitarles el olor a pescado.

-Mira Juan, creo que algo que debemos hacer es hablar con las familias de tus amigos, para convencerlos de que nos apoyen, además sería bueno que repartiéramos hojas con algún mensaje alusivo al tema, para que el pueblo nos apoye también.

-Claro maestra, esa es una idea muy buena.

Estuvieron elaborando varias frases haste que se decidieron por la siguiente:

"Que vivan las palmeras que dan vida a nuestro Puerto.
Porteño, no permitas que maten el alma de tu ciudad.
Únete a nosotros y di NO a la demolición de Palmeras".

Decidieron que escribirían el mensaje a mano, pues no contaban con dinero para mandarlo a imprimir. Más tarde llegaron los amigos de Juan, la mayoría dijo que sus familias estaban dispuestas a darles apoyo, hubo sólo tres que no encontraron respuesta favorable a su petición, los padres de estos niños pensaban igual que el abuelo y la directora de la escuela de Juan, así que la maestra decidió que iría ella en persona a hablar con los padres de esos chicos y así lo hizo. Mientras tanto Juan comenzó a escribir el mensaje en hojas de sus cuadernos, con tonta negra y roja para que resaltara.

La maestra logró convencer a los padres de uno de los chicos, pero con los padres de los otros dos, no hubo caso, incluso los padres de uno de los niños le dijeron a la maestra que pensaban, que no era correcto que ella estuviera fomentándole a los nños ese tipo de inquietudes, que en realidad, debería ser la primera en oponerse, aunque tomando en cuenta que era una maestra tan joven, se podía entender su proceder, pero no justificar.

La maestra se imaginó cuál sería el resultado de esa entrevista y, no se equivocó, al día siguiente pudo corroborar sus sospechas en la escuela.
Al regresar a la casa de Juan, se encontró con que éste ya llevaba hechos cincuenta mensajes; pocos minutos después de ella, llegó el abuelo de Juan, que ese día se había quedado más tiempo en el muro conversando con sus amigos. El abuelo se sorprendió un poco al ver tanto niño en su casa, pero más grande fue su sorpresa al ver a la maestra de su nieto recortando papel con mucho entusiasmo. La conocía bien, ya que cada dos meses se daba una vuelta por la escuela para ver cómo iba su nieto en los estudios.

-Buenas noches maestra - dijo el abuelo.

-Buenas noches señor. Me imagino que le sorprende verme aquí junto con todos estos niños - comentó la maestra.

-Pues la mera verdad sí ¿A caso mi nieto hizo alguna diablura?

-No señor, Juan es un chico con excelente conducta; la razón por la cual estoy aquí, aunque quizá le parezca disparatada, es porque apoyo la causa de Juan y por lo mismo me he unido a ella.

-¿ Se refiere a lo de las palmeras? - preguntó el abuelo.

-A eso mismo me refiero - contestó la maestra. Juan es un niño muy sensible y muy sensato, él tiene razón, no podemos permitir que hagan y deshagan en el Puerto, sin que se tomen en cuenta nuestras opiniones, nuestros deseos. Esto puede parecer tonto a la vista de muchos, pero no lo es. En realidad las palmeras son, como dice Juan, el alma del Puerto y no es posible que por caprichos del gobernante en turno, se rompa con toda una tradición, atentando además contra la naturaleza. Por eso, a pesar de las consecuencias que sé que ésto me pueda acarrear he decidido apoyar a Juan.

El abuelo del niño escuchó todo con atención y, cuando la maestra terminó de hablar, el abuelo dijo:

-Pues si usted, que es una persona con preparación, piensa que lo que mi nieto pretende hacer está bien, quiere decir que lo está y, en ese caso yo también me uno a la causa.

-Gracias abuelo - dijo Juan.

Abuelo y nieto se dieron un fuerte abrazo, seguido de un apretón de manos.

Todos recortaron papel, mientras Juan escribía los mensajes, más tarde la maestra les dijo a los amigos de Juan, que lo mejor sería que regresaran a sus casas porque ya estaba anocheciendo. Quedaron en reunirse el día siguiente para repartir los mensajes. La maestra también se retiró a su casa y Juan esa noche durmió profundamente.

A la mañana siguiente, Juan se sorprendiò al llegar a su salòn de clases y ver que la maestra no estaba ahì, ella siempre llegaba antes que todos los alumnos; el niño no pudo controlar su inquietud, le sudaban las manos, presentìa que algo no andaba bien. Comenzaron a llegar sus demàs compañeros y pocos minutos después sonó la campana, que indicaba el inicio de las clases.

La maestra no llegaba, Juan no resistió más y fue a ver qué pasaba a la direcciòn. Pensaba preguntarle a la secretaria de la directora si acaso su maestra se habìa reportado enferma. Cuando llegó a la dirección no tuvo tiempo de preguntarle nada a la secretaria pues el privado de la directora estaba abierto y èsta vió a Juan enseguida y le dijo:

  • Pasa jovencito, estaba a punto de mandarte a llamar.
    Adentro del privado se encontraban su maestra y los padres de Julio, el amigo de Juan, los cuales habían manifestado su desaprobación el día anterior a la maestra, de lo que pensaban hacer con respecto al lìo de las palmeras.

-Buenos días.

Dijo Juan, un poco asustado, presintiendo que se aproximaba una tormenta.

La directora le comunicó a Juan, que en vista de que tanto él como la maestra habían hecho caso omiso a la recomendación que ella les había dado, de mantenerse al margen en el asunto de las palmeras, se veía en la necesidad a petición de los padres de Julio y siguiendo su propio criterio, que le indicaba que tenía que apegarse a las reglas de buena conducta y disciplina que marcaban los estatutos del plantel, de suspender sus funciones a la maestra y de expulsar a Juan de la Institución.

El niño no daba crédito a lo que escuchaba. Su maestra trató en vano de disuadir a la directora para que no expulsara a Juan del plantel, pero ésta fue inflexible en su decisión, pidiéndole al niño que dijera a su abuelo que se presentara en la escuela al día siguiente a primera hora para entregarle los documentos de Juan.

Alumno y maestra, nuevamente salieron de la dirección con el ánimo por el suelo; Juan fue el primero en hablar:

-Maestra, siento mucho que por mi culpa haya usted perdido su trabajo.

-No Juan, la que tiene mucho que sentir soy yo; por mi culpa tú tendrás problemas con tu abuelo y, lo que es peor, te verás afectado seriamente en tus estudios.

En pocos munutos, Juan recuperó el ánimo, era como si una voz y fuerza interior le dijera: sigue, no te des por vencido, el que persevera alcanza.

-Maestra, creo que después de ésto no tenemos mucho que perder y tal vez sí mucho que ganar, ¿está dispuesta a seguir adelante?

La maestra que quedó como ida, ante el comentario y la pregunta de Juan, de pronto le sonrió al niño y le dijo con ternura:

-Creo que sí Juan, estoy dispuesta a seguir adelante hasta el final.

Salieron juntos de la escuela, fueron directo al muro, a darle la noticia al abuelo de Juan, el cual se consternó al escuchar el relato, pero al ver el entusismo del nió y de su maestra, el abuelo se entusiasmó también y dijo:

-Muy bien, pues creo que más vale que nos pongamos a repartir esos papelitos que hicieron, el tiempo se nos viene encima.

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