Las Palmeras

in cuentoveracruzano •  2 years ago  (edited)

A continuación iré presentando la siguiente historia a tráves de varias publicaciones para que me sigan y para que se vayan interesando en el desarrollo y decenlace de esta historia de mi autoría y que es la primera de muchas que deseo compartir con el mundo. Se desarrolla en el Puerto de Veracruz, México, en la década de los 80's.

                                                                                    Capítulo I

Juan se encontraba jugando con un trompo en el quicio de la puerta de su casa, cuando vió venir a su abuelo; traía una bolsa con camarones en una mano y una bolsa con peto en la otra.

  • ¿Qué tal hijo? ¿Cómo te fue en la escuela?

    • Bien abuelo, hoy nos enseñaron las capitales de todos los Estados de la República.

    • Muy bien hijo, espero que las estudies.

    • Y a ti abuelo, ¿Cómo te fue?

    • Digamos que bien; hubo algo de pesca que ya vendí y dejé esto para nosotros - dijo el abuelo a su nieto refiriéndose a los camarones y al pescado.

El abuelo preparó el ceviche de peto como le gustaba a su nieto, con bastante limón, tomate, cebolla y chile verde; también hizo un caldo de camarones y, a las tres de la tarde ya estaban comiendo. Vivían solos desde hacía cuatro años, cuando murió la mamá de Juan en un accidente ferroviario; chocaron 2 trenes, hubo muchos heridos y muertos. El abuelo era viudo desde hacía veinte años y, nunca se volvió a casar. Todo ese tiempo vivió con su hija, hasta que ella se embarazó de Juan y el número de la familia aumentó a tres. Pero ahora quedaban nada más su nieto y él. Parecía, decía el abuelo, que el número dos lo acompañaría siempre, sólo él y un miembro más de su familia.

Juan tenía diez años de edad; siempre había sido un chico muy tranquilo. Si por el abuelo hubiese sido, en vez de mandar a su nieto a la escuela, se lo llevaría con él a pescar todos los días, pero a instancias de su hija lo había metido a estudiar. Repetidas ocasiones la madre de Juan le pidió al abuelo que le prometiera, que si algo le pasaba a ella, él velaría para que Juan fuera a la escuela y recibiera una educación como debía ser. Así que al abuelo no le quedó más remedio que cumplir su promesa. De todas formas los sábados se iba muy temprano con el niño a la Isla del Centro y, los domingos hacían un recorrido por el boulevard, caminaban por espacio de una hora; a Juan le encantaba ver las palmeras borrachas de Sol, como decía el abuelo, moviéndose de un lado para el otro, como si se fueran a caer impulsadas por la brisa marina.

Se sentaban en el muro, tomaban agua de coco y después se comían la pulpa. Contemplaban el mar por largo tiempo, el abuelo contaba alguna historia relacionada con el mismo y después, emprendían el camino de regreso a casa.

Juan tenía muchos amigos con los que jugaba a las canícas, el trompo, fútbol, los juegos comúnes de un niño que nació en 1970, pero era disciplinado por naturaleza y, nunca salía a jugar antes de hacer su tarea y, a veces cuando le encargaban mucha, definitivamente no salía.

El abuelo y Juan tenían por costumbre sacar en las noches unos banquitos y una mesita a la banqueta para jugar dominó, después Juan boleaba sus zapatos y planchaba su ropa para la escuela.

Los días transcurrìan tranquilos y calurosos, hasta que llegaban los nortes. En esa època del año, el abuelo pasaba la mayor parte del día con sus amigos pescadores en el muro; eran raras las veces que podían salir a pescar. En las tardes de esos días de nortes, Juan se sentaba en la ventana por largos ratos a contemplar las palmeras, que parecían con esos vientos doblarse por completo, pero era rara la ocasión en que alguna se desprendía de raíz.
Una tarde Juan le comentó al abuelo:

  • Te imaginas lo que sería esta ciudad sin palmeras, ellas son como el alma del Puerto. Dime abuelo ¿Todos los puertos del mundo tienen palmeras?

  • Pues hasta donde yo sé, no, pero no estoy muy bien enterado, creo que sólo hay en los lugares de clima caliente o por lo menos eso he oído; al menos como las de aquí, no hay en todas partes del mundo.

Juan no quedó muy satisfecho con la respuesta del abuelo, aunque le alagaba pensar que su Puerto fuera privilegiado por tener esas palmeras que adornaban el boulevard y otras partes de la ciudad. De todas formas decidió que en cuanto tuviera oportunidad, le preguntaría a su maestra más información acerca de las palmeras, y la oportunidad la encontró pronto, porque una tarde mientras Juan jugaba con sus amigos fútbol en la playa, vió cuando unos hombres se bajaron de una camioneta del municipio, hablaban entre sí y caminaban alrededor de las palmeras, haciendo unas marcas en algunos puntos: Juan no les quitó la vista de encima hasta que se fueron, pero se quedó muy intrigado, en la noche le comentó lo acontecido a su abuelo, éste le dijo que a lo mejor pensaban hacer algunos cambios en el camellón.

Al día siguiente salió publicado en el periódico de la localidad, que el municipio pensaba ampliar el boulevard, con lo cual tendrían que hacer más angosto el camellón, quitar las palmeras y sembrar en su lugar, pequeños arbolitos. Cuando el abuelo le enseñó a Juan la noticia, el niño se quedó estupefacto; la cara se le puso blanca y el abuelo se llevó tremendo susto, zarandeó a su nieto y le dió unas palmadas en la cara, a la vez que le decía:

  • Juan, ¿Qué te pasa? Contéstame muchacho, ¿Qué tienes?

Juan reaccionó abruptamente diciéndole a su abuelo:

  • No pueden hacer eso, no lo pueden hacer, ellos no tienen derecho.

  • Pero ¿De qué estás hablando hijo?

  • De las palmeras, no pueden cortarlas, el Puerto no va a ser el mismo sin ellas.

  • Hijo, pero según dice el periódico sólo van a quitar algunas del boulevard.

  • Pues precisamente abuelo, éstas son las que menos pueden quitar, porque son las que más adornan el Puerto.

El abuelo estaba sorprendido, nunca había visto a su nieto tan indignado. Trató de calmarlo diciéndole que esas eran decisiones del municipio y contra eso nada se podía hacer. Pero Juan no lo aceptaba, estaba seguro que sí podría hacer algo para evitar que quitaran las palmeras, no sabía qué, pero estaba seguro que algo haría.

Esa noche Juan no durmió, poniendo en orden sus ideas; a la mañana siguiente, al terminar la clase le pidió a su maestra que le hablara sobre todo lo que supiera acerca de las Palmeras, la maestra quedó sorprendida ante la solicitud de Juan y no pudo evitar preguntarle por qué tenía tanto interés, Juan le contestó que por estar su casa en pleno boulevard, siempre le había gustado contemplar las Palmeras; le dijo también que ese era su paisaje de cada día, que le parecían hermosas y que se había enterado que las querían quitar del boulevard, lo cual le parecía una crueldad que él no pensaba permitir que se llevara a cabo.

Continuará...

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