Detalles simples

in cycling •  6 years ago 

Detalles simples.

Era sábado de ciclismo y ya lo sabíamos, lo habíamos planificado con antelación, de diez en el equipo, sólo cinco respondieron al llamado; todos nos preparamos de manera diferente esa mañana, pero ninguno había planeado lo que iba a pasar más tarde.

Pasada media hora de lo ya pautado, llegaron los últimos compañeros al lugar de salida, repasamos lo que habíamos decidido y partimos a nuestro destino.

El plan era simple, subir y bajar la montaña más imponente del pueblo, es una ruta de mediana dificultad, con mucho ascenso asfaltado, clima caluroso al comienzo y al llegar a la cima el clima apremia con el frescor característico de las zonas altas.

Al finalizar la primera etapa del ascenso, los planes cambiaron, la mayoría decidió variar la ruta con un poco de descenso extremo y fue así como a la mitad del camino, nos desviamos del asfalto y tocamos tierra, yendo así contra todo pronóstico.

El camino no le añadió más dificultad a la ruta de ese día, pero si un poco de nuevas experiencias.

Mientras avanzábamos nos fijábamos muy bien de los detalles, por si se nos obligaba a devolver, fue entones cuando dimos con un pequeño sector entre la montañas, donde veían casas de construcción humilde con frentes amplios. Paramos a un pequeño descanso donde nos percatamos que las provisiones, como el agua, nos estaban faltando, de un momento a otro, mientras distraídos veíamos nuestros bienes, nos rodearon tres niños de escasos 10 años.

El más alto de los pequeños bribones, vociferó con mucha emoción:

‐ Panaaaaa esas bicicletas están muy
finas...

Los dos más pequeños aprobaron con un fuerte "sí”, la afirmación del que consideramos era su líder, Carlos.

Entre ellos se disputaron cuál era la mejor, mientras nosotros nos mirábamos sorprendido por su inocencia, puesto que
horas antes conversamos sobre las nuevas marcas y los nuevos y mejores modelos que hay, y como nosotros nos habíamos quedado en el pasado.

Nos preguntaron de dónde veníamos, le comentamos que del pueblo, ellos de vez en cuando van a buscar provisiones con sus padres, nos explicaron, por lo cual conocían que la vía no era sencilla, y sin embargo estábamos ahí tan lejos, siguieron sorprendidos, tanto con nosotros como con las bicicletas.

La casa de Carlos era la que estaba más cerca, supimos que era así porque uno de los compañeros de grupo le pidió que nos recargara los envases con agua, y se largó corriendo hacía la primera casa que teníamos a la vista, junto con él, sus fieles compañeros para ayudarlo a cargar con nuestros envases de agua, junto ellos un perro que minutos antes de llegar al descanso, no paró de ladrarnos.

Carlos acompañado de sus amigos llegó con lo pedido, junto a los envases llenos de agua fría, Carlos traía los restos de una bicicleta vieja, que posiblemente fuese el regalo del niño de alguno de sus padres en el pasado, y que posiblemente fue en ese entonces que sirvió como un vehículo, ahora estaba ahí, por partes, haciendo parte de la demostración de Carlos, diciendo con orgullo que esas piezas viejas y oxidadas fueron usadas por él cuando tenía menos edad.

Fue entonces cuando uno de los niños más pequeños, mostrándose osado, pidió una de lo que para él, eran las mejores bicicletas que había visto, tres de nosotros soltamos nuestras bicicletas para que ellos pudieran disfrutar al menos un poco de lo que nosotros llevamos horas, días, meses y años disfrutando, las adaptamos a sus tamaños y con pies descalzos y una gran sonrisa, los tres niños comenzaron a disfrutar de su momento; uno de ellos llamó a su bicicleta “nave espacial”, mientras competían para ver quién llegaba primero hasta un punto en específico, y vino entonces
la frase más especial del momento, la que nos tocó en lo más profundo de nuestro corazón de ciclista, Carlos entre risas y gritos, dijo “Es el mejor día de mi vida”.

Una hora pasó desde que decidimos descansar, unos cuarenta minutos desde que los niños subieron a las bicicletas, ya era hora de despedirnos. Complacientemente los tres niños nos devolvieron las bicicletas, nos agradecieron y varias veces Carlos nos recalcó que era el mejor día de su vida, y fue en ese entonces que los dos niños más pequeños, al unísono, dijeron que era su cumpleaños, comenzamos a felicitarlo y Carlos cada vez más contento con nuestra visita, de
pronto de uno de los bolsos, un compañero sacó un chocolate, lo cual sorprendió mucho al resto del equipo y pidió que le cantáramos cumpleaños a Carlos, era el mejor cierre de esa tarde, nosotros experimentábamos una nueva ruta y sumábamos experiencias a nuestras vidas.

Nos despedimos de Carlos y sus amigos, con la palabra de pasar por ahí al menos una vez al mes, corrieron tras nosotros un buen rato, sonriendo y agradeciendo por esos detalles que habíamos tenido con ellos, su compañero perro nos siguió mucho más adelante que ellos, esta vez no nos ladraba, agitaba su cola en señal de amistad, mientras nosotros pensábamos en lo que habíamos vivido y como el destino se encargó de mostrarnos que lo que hace al buen ciclista no es su bicicleta, es su corazón.

Buena rueda, buena vida...

Ray

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