El desafío que me espera

Cierta mañana de marzo el caminante recordó aquel día que el destino lo llevo a conocer el mar caribe. Nació en el frío de las montañas, y por sus 9 primeros años no conoció ningún otro paisaje físicamente, que el de las montañas, pero el amor por los libros y sus historias lo transportaron a lugares que a veces dudaba si existían. Le hallaba razón a las conclusiones de la psicología cuando enseña -el fenómeno del impostor- ¿en qué consiste? Consiste en sentir el aplauso externo por alguna acción, pero en el interior aún hay inseguridad por el logro.

¿Qué quieres decir? -le pregunto el abuelo, recién se conocían- entonces el niño caminante, le contó que inició un curso para aprender a bucear; fue uno de mis primeros amores deportivos, sobre los 12 años. Pase un año aprendiendo las técnicas de la respiración diafragmática, para adquirir la confianza en mí mismo, -eso decía, Pablo, el instructor- en la isla había una hotel con la única piscina semi – olímpica, allí aprendió la apnea, (freediving) qué era el ejercicio inicial, aprender a controlar una aspiración de aíre en determinados metros de desplazamiento.

Lo curioso del tema fue que, en la piscina logró completar el minuto, que era la prueba a superar para ir a las prácticas en el mar. Cuando nos montamos en el yate que nos llevaría, a los sectores de entrenamiento, el caminante aseguraba que podía controlarse en las profundidades marinas, pero no fue así; allí reinaba otro ambiente, habían movimientos inesperados internos del mar, pasaban animales; fracaso las primeras horas, en los primeros días en mar adentro.

Regresando al embarcadero, observaba por los ojos de buey del yate y sentí que era un impostor. El abuelo le comentó: La única confianza que puede llegar a desarrollar un aventurero, en cualquier actividad, es saber: que pase lo pase en un presente, debe determinarse a encontrar la solución de su desafío.