Es esta una magnífica novela de terror, con matices góticos. ¡Impecable! ¡Fenomenal! Sumamente estética en su composición. Su lectura ha batido las puertas de mi castillo en un fabuloso estruendo, recordándome mi admiración por muchas obras de poetas malditos; retrotrayendo a mis sentidos el deleite en piezas oscuras, devoradas a expensas de una avidez por lo siniestro y lo sorprendente.
Oscar Wilde ha sabido redibujar la intención faustiana de Goethe, en una historia exquisita, fascinante y estremecedora. Dorian Grey nunca pactó con el diablo, sin embargo, a la figura de Lord Henry Wotton bien podría adjudicársele la mayor de las similitudes con –aquel– que sugiere lo inaceptable y exhuma lo maligno en inicuas persuasiones… Si bien no hubo pacto, pues, es indudable que Dorian Grey fue seducido por un deseo: el de conservar la apariencia de su juventud a costa del tiempo, transformando en imperturbable el velo estético de su imagen. Este deseo es su propia esencia, encumbrada por los argumentos de Lord Henry, y luego por su consecuente y ex profeso comportamiento. Son éstas conductas las que le llevan al borde de su propio abismo; el abismo de un Dorian, que ajeno a la conciencia, se entrega immoderatus a los placeres de una vida exenta de culpa y de vergüenza a pesar de su aciago andar.
El protagonista de la novela evidentemente es Dorian Grey, no obstante, Lord Henry es quien sugiere y moldea el consecuente surgimiento y evolución de la tragedia. Basil Hallward pinta el retrato de Dorian, pero las palabras de Lord Henry son las que cincelan lo que oculta el adonis fuera del lienzo, fuera de sí. En este triángulo (Basil-Dorian-Henry) se gesta un Dorian Grey emancipado del remordimiento, de la compunción, de la conciencia que sucede al acto. En tal sentido, Wilde, adjudica al alma estas sensaciones; como rostro oculto de la vida andada en nosotros. ¿Es el alma entonces en donde reposa el peso de la culpa? ¿Es ese hálito espectral que habita en nuestro cuerpo morada de la conciencia? ¿Es el espíritu lo que nos distingue de los sátiros? Aparentemente Oscar Wilde así lo sugiere, atribuyendo al deterioro, conductas licenciosas que otean la proximidad de un horizonte mefistofélico…
“-…Eterna juventud, pasión infinita, placeres sutiles y secretos, salvajes alegrías y pecados más salvajes aún-, tendría todas aquellas cosas. El retrato cargaría con el peso de su vergüenza: eso era todo”.
A pesar de las inclinaciones-contra-naturales del autor, la novela no presenta escenarios homoeróticos; en lo absoluto. Las intenciones de Basil Hallward en contraste con el joven Dorian se posan más en la admiración que en el deseo reprimido de tenerle por completo. El retrato imprime la resaltada belleza del personaje, más allá de su apostura; suprime cualquier defecto que pudiese acontecer a un rostro, a razón del influjo que causa la edad por medio del tiempo, convirtiendo a Dorian Grey en arte viviente.
“No es lo que el pintor revela; es más bien el pintor el que, sobre la tela coloreada, se revela a sí mismo. La razón que me impide exponer ese cuadro es mi miedo a haber mostrado en él el secreto de mi alma…”
Es evidente un Wilde confeso, a través de un Hallward que da un paso y recula dos. Un Hallward que funde el anhelo de su arte con el deseo de su –condición-… Advierto aquí que mi intención en esta sinopsis está al margen de los aspavientos que pudiese tener un artista dentro de su closet, no obstante, en la novela no germina esta semilla; pero sí se nos revela como necesario el simple hecho de que el pintor sintiese más que fascinación por su modelo retratado. Detalle que no trasciende más que la marcada influencia ejercida por Lord Henry en Dorian.
Lord Henry es fundamental en la ulterior personalidad devenida en Dorian. Sus argumentos no solo le cautivan a él, sino también al lector que se preste analítico a razón de sus retadores epigramas. Girando sus conversaciones en una miríada de sentencias trascendentales. Se brinda este Lord Henri como una creación del mismísimo Donatien Alphonse Francois de Sade, grabado de tanta irreverencia y a la vez de una carga filosófica, que desafía a cualquier interlocutor, brindándose finalmente vencedor ante el acostumbrado y tradicional comportamiento, no solo de la sociedad inglesa que circunda la obra de Wilde, sino ante los escenarios mismos de la vida entre conversaciones, comidas y agasajos. Lord Henry se mofa garbosamente de la existencia y de las gentes, destilando un veneno casi imperceptible en sus testimonios y conjeturas. Sus palabras reptan en un suelo, no indecente, pero sí malicioso.
“En la salvaje lucha por la existencia, queremos tener algo que dure, y para eso nos llenamos la cabeza de estupideces y de hechos, con la tonta esperanza de mantener nuestro puesto. El hombre perfectamente informado: es el ideal moderno. Y la mente de un hombre perfectamente informado es algo horrible. Es como un baratillo lleno de monstruos y de polvo, donde todo cuesta muy por encima de su valor verdadero.”
“…creo que si un hombre viviese plena y completamente su vida, que si diese forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento y realidad a todo su sueño… creo que el mundo recibiría un impulso tan nuevo de alegría que olvidaríamos todas las enfermedades del medievalismo, y volveríamos al ideal helénico, y tal vez incluso algo más fino que el ideal helénico.”
Lord Henri a digerido la vida en opresión y represión. Es un genial desfachatado, nada le perturba ni le inquieta. ¡Dar forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento y realidad a todo sueño! Sus sentencias trascienden la locuacidad, sus argumentos sobrepasan la verborrea, y sus ideas dilucidan una insidiosa irrefutabilidad, una suerte de razón difícil de objetar. Lord Henri invita a un nuevo hedonismo. Dorian Grey no acepta su natural destino, y asume este nuevo hedonismo como renuncia a los sentimientos que pudiesen ocasionar en él cualquier dejo de arrepentimiento.
Dorian Grey influyó inevitablemente en Basil Hallward, no sólo en su arte. Y, en paralelo, Lord Henri ha influido en Dorian para sacarle de su letargo otrora carente de entusiasmos y fogosidades…
“Hay algo terriblemente cautivador en el ejercicio de una influencia. Ninguna otra actividad puede comparársele. Proyectar el alma propia en una forma refinada, y dejarla recrearse allí por un momento; oír volver como en un eco los puntos de vista propios, enriquecidos por toda la música de la pasión y la juventud; trasladar su propio temperamento a otro como si se tratase de un líquido sutil o un perfume extraño; eso sí que es fuente de alegría verdadera… quizá la alegría más satisfactoria que nos queda en una época tan limitada y vulgar como la nuestra, una época groseramente carnal en sus placeres, y groseramente vulgar en sus ambiciones…”
“Tú me llenaste de un salvaje deseo de conocer todo en la vida”, le dice Dorian a Lord Henri en alguno de los primeros pasajes de la novela, y reitera más luego: “Ejerces una curiosa influencia sobre mi”.
Avanzadas las páginas de la novela, Dorian conoce a una mujer: Sybil Vane, la cual se mimetiza histriónicamente entre las figuras femeninas de Shakespeare. Así solapa nuestro ingenioso Wilde su obra con las fenomenales tragedias de Julieta y su Romeo, Ofelia y su Hamlet, Desdémona y su Otelo. Se guarda, como en éstas mencionadas, un final fatal para la inocente Sybil Vane. Ella es la ilusión misma, mancillada por Dorian; su ausencia carece de remordimiento; la pérdida no marca línea alguna en el rostro de Grey, dejándole a él y a su espíritu: intacto, inmaculado. Toda la desgracia de sus actos le pasan por un lado para dar sus penas en un lienzo escondido bajo llave. Su conciencia ha trasegado cualquier vestigio de reproche y dolor culposo a aquel retrato: paradero de su deterioro. Dorian Grey se ha tornado perverso, aun más que su mentor.
Wilde atribuye al orgullo del enamoramiento la metáfora de un pájaro enjaulado que desconoce su encierro: “Era libre en su cárcel de la pasión”. Así ha mermado Sybil Vane, ingenua ha sucumbido en un fatídico instante los desatinos que también sobrevinieron al desafortunado joven Werther, creación del mismo hacedor de Fausto.
La novela se sumerge en un esteticismo, tan propios de la época (siglo XIX) como del autor. La obra en pleno es un paseo racional por las sombras de la naturaleza humana. El desapego de Dorian Grey por el sentimiento de la culpa es la impronta de su retrato. Dorian canjea el sentimiento por la sensación, inmune al arrepentimiento; su conciencia no yace en su espíritu, más bien en la tela oculta de su cuadro apartado.
Ese retrato, el deseo insensato de Dorian Grey, sirve de metáfora al desprendimiento moral en nosotros: “…la ruina que los hombres llevan en su alma”. La consecuencia reservada de nuestros equívocos, de nuestros deliberados errores. Así podemos trasladar también la culpa a un lienzo propio, en donde tal vez repose la corrupción de nuestros actos más bajos y menos conocidos. La estética se impone ante lo moral y lo natural. ¡Nos negamos al paso del tiempo! y desconformes modificamos todo a nuestro alrededor, incluso nuestro propio cuerpo. Las arrugas del acontecimiento deben ser suprimidas; no soportamos que nuestro cuerpo aminore sus bondades en un mundo que demanda una belleza casi perpetua. Identifique usted qué impresiona su imagen y qué traslada a su propio retrato oculto.
Wilde advierte en la novela, lo que bien puede trascender en nuestros días:
“Lo que son los gusanos para el cadáver lo serían sus pecados para la imagen pintada en el lienzo. Echarían a perder su belleza, y devorarían su gracia. La profanarían y la volverían infame. Y sin embargo, aquella cosa seguiría viviendo. Siempre estaría viva.”
¿Se mantienen vivos nuestros “pecados” en el lienzo oculto de una culpa escondida, apartada para no ser jamás expuesta? Pregúntese a dónde van a parar sus pequeñas y grandes fechorías. Sólo usted sabe lo que se oculta tras la gran “tela púrpura y dorada”, sólo usted tiene la llave del recinto donde yace aquello espantoso que todos desconocen… ¡Wilde atribuye que ser bueno es estar en armonía con uno mismo! Identifica, tanto el amor y el arte como formas de imitación. Brinda un Dorian Grey que se revela ante sus emociones, deseando “utilizarlas, disfrutarlas y dominarlas”, renegando el estar a meced de ellas. Wilde utiliza el recurso de Dorian para distraer nuestra atención de lo que verdaderamente oculta su concepción del arte. No solo el alma de Dorian Grey es la que se oculta en su retrato, también es el alma de Oscar Wilde se oculta en su arte.
“-Cultura y corrupción –repitió Dorian-. Sé algo de ambas…
¡Bravo Wilde!
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