Dice la leyenda que el filosofo y teólogo francés Malebranche, al simplemente hojear el “Tratado del Hombre” de René Descartes, su corazón comenzó a latir tan fuertemente que tuvo que interrumpir su lectura. Mi primer encuentro con la obra poética de San Juan de la Cruz, en una edición de la editorial Abraxas, me causó una impresión tal, que me hizo pensar que estaba ante una poesía insuperable y no sabía si valía la pena seguir escribiendo. En el fondo se trataba de una fiebre del alma y sólo superable con el tiempo. Y no es una osadía haber sentido y expresado esto a partir de la primera experiencia de una lectura tan seductora. El mismo Jorge Luis Borges, en una de sus importantes conferencias sobre pensamiento y traducción en la Universidad de Harvard nos dice unas palabras insustituibles sobre la figura del místico: “Podríamos decir sin temor, que San Juan de la Cruz es el más grande los poetas españoles (de todos los hombres que han usado el lenguaje español para fines de la poesía)”, y esta es una conjetura que me maravilla. No sabemos en que momento esta valorización Borgeciana comienza a manifestarse en su imaginario poético. Sin embargo en su obra tanto en verso como en prosa,está presente el ejercicio, la meditación, el silencio y principalmente la música, como camino de ascenso a una forma de plenitud, de verdad; y en la poesía de San Juan de la Cruz, ya vienen implícitos varios de estos elementos.
¿Cómo ver a San Juan de la Cruz, poeta o místico? Primordialmente como humano, de vida sencilla en los campos de España, huérfano desde la infancia, seminarista, teólogo, perseguido y encarcelado por motivos estrictamente religiosos, lo que en ese tiempo se traducía en asuntos de poder. Sólo lo humano, lo demasiado humano, parafraseando a Nietzsche, hace posible el despertar a una sensibilidad poderosa, casi angélica, musical. ¿Hay alguna contradicción en ello? Jesús se hizo humano para salvar al hombre, entenderlo. ¡Claro! lo humano, lo demasiado humano, no garantiza una escritura como la del Cántico Espiritual, La Noche Oscura del Alma y la Llama de Amor Viva; requieren, realmente, una alta vocación poética, y es seguro que San Juan de la Cruz la tenía, además de una sólido formación, conocía los clásicos de su tiempo e incluso la famosa traducción del Cantar de los Cantares que Fray Luis de León hiciera y censurada por la inquisición; pero estoy convencido de que, sin una alta sensibilidad humana serían imposible obras como El Sermón de la Montaña y Cánticos como los de San Juan. Quizás la frase demasiado humano no sea tan feliz. Pero digamos lo demasiado vital que exultan las páginas de su obra, ya esto lo entreveía García Lorca al decirnos del poeta: “San Juan será siempre el discípulo de los elementos, el hombre que roza los montes con los dedos de sus pies”. Ramón Xirau un importante crítico de la poesía Iberoamericana dará en el blanco, al decirnos:“El poeta trata más de la vida que conduce a Dios que de la visión misma”. Esta ha sido una de las razones que ha motivado a muchos lectores profanos acercarse a un obra tan pura y de un sentido religioso tan marcado. De hecho la vida conduce a la poesía del Santo, que expresa al Dios inefable y fuente eterna de amor, mientras que la visión al místico.
¿Qué hace a la poesía de San Juan tan única, tan trascendente? Su carácter flotante, como si lo divino trazara sus líneas de amor, de perfección, de guía y purificación. Su carácter inefable y místico como lo observara Jorge Guillén, lo inefable como las puertas de un reino al que sólo se puede acceder por balbuceos, “con gemidos inefables, lo que nosotros no podemos bien entender ni manifestar para comprender” como nos lo dice bellamente el poeta.
Lo inefable abordado a través de una poesía nítida, rica en imágenes que exceden cualquier marco real, o racional sobre una aproximación a él, unas veces por la belleza de sus construcciones; otras por el sentido semántico al que espiritualmente remite, dejando la estética como un simple camino. Realmente es el norte mensajero el que importa, Dios (el inefable) y cualquier límite queda más acá de su esplendor, en la parquedad del lenguaje, que procura a lo sumo un entendimiento, un gozo, un silencio, “el propio lenguaje es entenderlo para sí y sentirlo y gozarlo y callarlo el que lo tiene”. La experiencia de lo inefable en San Juan esta íntimamente enlazado con lo poético y lo místico. Uno procurando a lo otro, porque lo poético lo lleva a la plena identificación con la unidad que es Dios, comprendida la experiencia mística “como la inestimable conexión entre el sujeto humano y un “objeto” que sobrepasa en mucho la condición de objeto” (Salgado Gontijo), y lo poético dándole, más que forma, un reconocimiento, un toque, una aprehensión delicada, sabrosa: “¡Oh noche, que guiaste! | ¡Oh roche amable más que la alborada! | Oh noche que juntaste | Amado con amada. | amada en el amado transformada!.
¿Indecibilidad o inefabilidad? Tanto la poesía de San Juan de la Cruz como la música de Bach la ubicamos en la segunda categoría, porque podemos esbozar, una leyenda, una fantasía a partir del concierto de Brandenburgo, pero la música la hará flotante, pero jamás discursiva, estática, racional, nos aproximará, de alguna manera, a su infinito.
Mientras que la Noche Oscura del Alma, tiene en algunos autores como Francis Scott Ftizgerald, e incluso el mismo Goethe, un sentido de quiebre, comienzo de un derrumbe moral, psíquico; en San Juan de la Cruz, la nocturnidad es un espacio iniciático para el ejercicio místico, la purgación y el ascenso a la divinidad que el alma busca en pleno acto de amor, libre de la sensibilidad humana que la encarcela. Esto en el aspecto de la exégesis, que el autor hace en su prosa exquisita, aunque en ella encontramos destellos de gran poesía, digamos, poesía de la poesía o metapoesía.
La Noche Oscura es un verdadero canto de celebración a la belleza que es Dios (el amado) y del Alma del poeta o el místico (la amante) embebida de silbo, de música, en pos de la unión definitiva y maravillosa con él, bajo un éxtasis sutil, y después la quietud del dulce abandono, del olvido: “Quedéme y olvidéme | el rostro recliné sobre el Amado | cesó todo, y dejéme, | dejando mi cuidado | entre las azucenas olvidado”.
Así como el Amor está más allá de lo meramente expresivo, La Noche Oscura, escala de amor, queda, en este mismo sentido. al margen de las palabras, se sustrae de ellas, queda el balbuceo (imagen que gustaba tanto al Santo) y la forma del poema cede ante una atmósfera ideal que lo lleva más allá de lo lírico. El modelo poético de La Noche Oscura, ha trascendido el modelo de ascenso y guía espiritual, la búsqueda oculta, a escondidas del amado supremo; y ahora en nuestra modernidad lírica, se ha visto como un poetizar puro, y a la exégisis del autor sobre su propia obra, una forma de hacer metapoesía.
Se sigue valorando, cómo esta poesía es una trascendente conjunción entre el lenguaje con su rigor lógico de escritura y “·el sentimiento inefable del amor” (Guillen), y una característica sumamente importante asoma en ella, el sentido crítico que acompaña al hacer poético, o digamos la conciencia que despierta el acto creador, ya implícita en la obra del gran místico de la edad de oro española. Leamos al gran poeta que fue San Juan de la Cruz, dejemos que circule libremente su imaginación en nuestros pensamientos, en nuestros espíritus y escalemos con él la noche, el espacio que a escondidas nos acerca a la música, a la poesía, a lo divino:
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada, amada
en el amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.