Famosa casa de empeños de USA conocida por la serie de TV "El precio de la Historia"
Hermenegildo Constante Vargas era un joven educado y trabajador, no se podía decir que su mente era particularmente lúcida pero con sus otras cualidades compensaba en parte ese detalle, además para el tipo de tareas que desarrollaba en el banco su capacidad sobraba, era ordenanza.
Desde el día de su ingreso, hacía de esto ya más de tres años, su comportamiento y predisposición habían sido ejemplares y sus jefes estaban muy contentos con él.
Pero un día Hermenegildo cometió un error, por supuesto que nadie hubiera dicho que lo era, todos querían a Juan Díaz y a Raimundo Soto, eran muchachos simpáticos y bromistas, les gustaban las chicas y los juegos de azar. Sus amigos lo trataron con cortesía y le abrieron las puertas de su amistad, conoció un mundo nuevo que hasta el momento estaba totalmente oculto para él, el de los bailes, las fiestas y los juegos de cartas y ruleta.
Hermenegildo ingresó fascinado y no cabía de alegría, nunca imaginó que la vida podía extenderse más allá de las 10 de la noche, jamás pensó que más tarde de esa hora existía otra forma de pasarlo bien. Su desgracia comenzó con la suerte que lo acompañó en las 2 primeras oportunidades en que visitó junto a sus nuevos amigos la sala de juegos clandestina que estaba ubicada en la calle 25 de mayo, en pleno centro porteño. Esas dos primeras noches le enseñaron a jugar a los dados y ganó 50 pesos, una pequeña fortuna para el año 1958. La tercera vez que concurrió la suerte lo había abandonado y pasó a perder 35 pesos, cosa no grave si hubiera ahorrado parte de sus ganancias de días anteriores pero no fue así, se lo había gastado todo, en regalos para su madre y su hermana y para comprarse un traje nuevo, ahora que salía de noche debía vestir bien, no con esos andrajos que estaba acostumbrado a utilizar para ir diariamente a su trabajo.
Ese mes fue un suplicio, llegó con centavos al penúltimo día hábil que era cuando le pagaban el sueldo en el banco, se había gastado todo lo que le quedaba y todos sus ahorros en pagar la deuda, con esa gente no se podía descuidar le dijeron sus amigos, si no pagaba eran capaces de cualquier cosa.
Apenas cobró se dejó convencer por Juan y Raimundo para ir en busca de la revancha, había que recuperar lo perdido, esta vez no fueron al local clandestino sino al hipódromo de Palermo, que era oficial y donde no podía deber más de lo que había llevado, era una garantía para no perder mucho. Claro que si solo hubiera llevado algunos pesos y hubiera sido precavido todo sería mejor, pero no, se le ocurrió llevar bastante dinero, “por las dudas” había indicado él mismo, Lo peor ocurrió, gastó todo lo que había llevado más 10 pesos que le prestó Juan para intentar una última jugada segura para recuperarse, la jugada segura no lo era tanto y ahora estaba otra vez en problemas porque seguro no llegaba ni hasta mitad de mes con lo que tenía y eso sin pagar el alquiler. Jamás se había atrasado en el pago del arrendamiento del departamento, además el garante era su padre así que no tenía la menor idea de cómo iba a hacer pero de algún lado debía obtener el dinero antes que su familia se enterara que estaba en bancarrota.
Pensaba y no se le ocurría nada, no podía pedir a sus amigos, ya le habían dado todo lo que podían y además le solicitaron que cuando cobrara a fin de mes les cancelara la deuda así que ya tenía nuevos problemas para el mes siguiente.
En algún momento recordó el alhajero de su madre, sabía que allí había un reloj que había pertenecido a su abuelo y que su mamá guardaba celosamente, era de oro y valía una fortuna. Pero no estaba dispuesto a robar eso ni ninguna otra cosa de nadie.
Contándole las dificultades a sus amigos le sugirieron una casa de empeño, como no sabía que eran le explicaron que allí uno podía llevar un objeto de valor y dejarlo en custodia por período de tiempo definido previamente, a cambio le darían una suma de dinero de acuerdo al valor del bien empeñado. Claro que había que juntar el dinero más los intereses y gastos para la fecha en que vencía el plazo acordado, en caso contrario perdía el objeto dejado en custodia.
Él no tenía nada de valor suficiente como para lograr obtener el dinero en efectivo que le permitiera pagar el alquiler y vivir hasta cobrar nuevamente así que otra vez regresó a sus pensamientos el reloj de su abuelo. No le gustaba la idea pero no se le ocurría otra cosa, se estaba desesperando.
En la mañana siguiente dio parte de enfermo en el banco y fue hasta la casa de sus padres, sabía que su madre todos los días visitaba a su hermana para ayudarla en la limpieza de la casa dado que estaba delicada de salud, entró con su llave y fue directo al placard donde sabía que guardaba sus alhajas y tomó el reloj, le temblaban las manos y el remordimiento no lo dejaba respirar pero se prometió devolverlo a fin de mes, cuando cobrara iría directamente a recuperar el reloj y lo devolvería sin perder tiempo. Nadie se enteraría y sus deudas quedarían saldadas. Nunca más visitaría el hipódromo ni tampoco esos casinos clandestinos.
Había buscado en el periódico los avisos de casas de empeño y se aseguró de ir a la más seria que encontró. Llevó el reloj y como había supuesto su valor alcanzó perfectamente para todo, firmó un contrato por el cual tenía hasta el último día del mes para traer el dinero del préstamo más los intereses y algo que no tenía previsto: la comisión de resguardo, unos pesos más por tener en depósito el reloj, no entendía bien eso pero no tenía tiempo de averiguarlo, ya estaba dos días atrasado con el alquiler.
El mes se le hizo muy largo, tenía dinero suficiente para comer y viajar pero el miedo por ser descubierto por su madre no lo dejaba dormir, no veía la hora de llegar al penúltimo día y cobrar para salir corriendo a cancelar y devolver el reloj de su abuelo.
Como una obra trágica del destino el día de cobro no pudo salir del banco, había habido un desfalco provocado por un empleado infiel y estuvo todo el día la policía de investigación adentro del tesoro, no lo dejaron salir hasta que todo estuvo aclarado. Le quedaba solo el día siguiente para hacer todo, no era lo que hubiera querido, no le gustaba estar tan justo con el tiempo pero el destino se había ensañado con su situación.
Si las cosas pueden salir mal va a salir mal dice un viejo dicho popular, había planificado pedir la tarde libre con alguna justificación tonta, su jefe inmediato era una persona accesible y siempre bien predispuesta así que estimaba que no tendría inconvenientes; pero su jefe faltó y en su lugar quedaba el segundo jefe de la oficina que era extremadamente antipático y no se llevaban bien así que cuando le pidió salir antes le dijo que no. Logró que lo enviaran a hacer una diligencia fuera del edificio del banco y corrió las 5 cuadras que tenía hasta la casa de empeños, llegó 1 minuto después de que habían cerrado. Le rogó al empleado que del otro lado de la cortina metálica lo miraba con cara de nada pero no logró conmoverlo. Debía esperar hasta el día siguiente, o mejor dicho hasta el lunes siguiente porque era viernes.
Ese fin de semana fue el peor de toda su vida, los miedos lo asaltaban todos juntos y cada rato, si ya había vendido el reloj, si su madre descubría la falta de la joya, si le pedían más dinero del que podía disponer por haberse atrasado. Fue un suplicio absoluto.
El lunes a primera hora estaba parado en la puerta de la casa de empeño una hora antes del horario de apertura, al banco ni siquiera avisó. Cuando finalmente el mismo empleado del viernes levantó la cortina ingresó casi corriendo y se puso en la caja con el recibo preparado. Para su sorpresa no le dijeron nada del día de atraso y tampoco le cobraron nada adicional, claro que luego con tiempo y mucho más aliviado vio que en realidad el préstamo vencía el primer día hábil del mes siguiente.
Alcanzó a llegar a la casa paterna un rato antes que su madre volviera de sus quehaceres diarios y regresó el reloj al lugar de donde lo había tomado sin aparentes contratiempos.
Dio parte de enfermo en el banco y realmente estaba agotado, los nervios y la incertidumbre lo habían dejado en un estado tal que le dio fiebre y escalofríos. Durmió dos días seguidos y al tercer día cuando se disponía a vestirse para volver a su trabajo recibió una llamada de su madre que le pedía si era posible pasar por su casa porque tenía algo que decirle.
Otra vez a sufrir hasta la tarde, estaba seguro que se habían dado cuenta de la falta del reloj y lo reprenderían, nunca había cometido una falta tan grande con sus padres, nunca los había engañado y mucho menos robado, estaba totalmente abatido y sin saber que iba a contestar.
Cuando finalmente llegó a casa de sus padres ambos estaban ahí esperándolo, estaba pálido y enfermo, lo recibieron con gran amabilidad y le preguntaron cómo estaba ya que sabían que había faltado tres días al trabajo, balbuceó una respuesta y dijo que necesitaba pedir nuevamente médico porque no estaba bien. Sus padres le dijeron que quizás la noticia que le iban a dar le levantaría el ánimo y sin mayores preámbulos sacaron una pequeña caja cuyo contenido era el reloj del abuelo. Se lo daban por ser tan buen hijo y por haber sido siempre correcto y amoroso con ellos. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, no pudo identificar si eran de alegría, de remordimiento, de tristeza o de alivio.
Desde ese día no volvió a salir más con Juan y Raimundo, no volvió a pisar un casino y por supuesto jamás volvió a apostar por nada.
Héctor Gugliermo