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El tren partió puntualmente a las 18:26 como todos los días desde que Roberto recordaba, bueno en realidad todos los días menos los martes y domingos que no había servicio.
Venía preparándose para este día desde hacía 3 meses, cuando se enteró que el ramal se cerraba. En los primeros días no lo creyó, pensó que era algo ridículo, a todas luces grotesco y que alguien, aquel que había tomado la decisión, la revería indefectiblemente al darse cuenta que no podía dejar sin tren a tanta cantidad de gente que dependía de ese servicio para todo, para enviar y recibir encomiendas, para enviar sus productos, el resultado de su trabajo a los intermediarios de la gran ciudad. Los vecinos no podía dejar de recibir a sus parientes y amigos, sencillamente era imposible cerrar el principal y único medio de transporte de todo un pueblo, después de todo 3.000 habitantes no es poco y los ingresos que el ferrocarril recibía de este pueblo y de todos los que estaban al costado de sus vías hasta el norte, allá cerca del límite con Paraguay y Brasil.
En su mente ideó mil y una excusas con la peregrina idea de proponer la suspensión de la orden, pero a medida que pasaban los días y que la fecha se acercaba, al hablar con otros jefes de estación, con el intendente del pueblo y con algunos miembros de las fuerzas vivas de su comunidad comenzó a intuir que la decisión era irreversible.
Su trabajo no le preocupaba demasiado, le habían prometido que iba a continuar como jefe porque tenía que custodiar y mantener los bienes del ferrocarril: la estación, la casa, el depósito de mercaderías, la grúa y el tanque de agua. Su mayor preocupación era el pueblo, de nada servía tener su sueldo si el pueblo se moría. Y tal como él lo veía, esa situación era previsible.
Juan era changador, se ganaba la vida subiendo y bajando bultos en el ferrocarril, su tarea del día había finalizado y se dirigió con gran respeto a Roberto, como era habitual en él.
Hasta mañana jefe, ¿hay muchos bultos? Le pregunto por si tengo que venir más temprano.
Roberto recién recordó que no había comentado nada con Juan, quiso decirle pero no pudo, no supo cómo darle la tremenda noticia, sabía que esas changas eras su única fuente de ingresos, tenía esposa y dos pequeños hijos.
Si Juan, venga temprano que tengo otra tarea para Ud.
Juan lo miró extrañado pero no dijo nada, se fue tranquilamente.
Roberto se dijo que algo se le iba a ocurrir, alguna tarea le daría y el dinero saldría de su propio sueldo, había que mantener el pueblo en funcionamiento y el colaboraría para ello, daría el ejemplo.
Juan era un tipo sin estudios, sin preparación y sin maldad. Trabajaba en lo que fuera y nunca puso reparos en las labores que día a día Roberto le daba. Cortar el pasto, ordenar y limpiar el depósito, ir al mercado y hasta hacer un costillar a la parrilla que cada tanto el jefe de la estación brindaba a otros miembros de la comunidad.
Un día llegaron unos forasteros, venían de Buenos Aires y se les ocurrió dar una vuelta por el pueblo, justamente había asado ese día y fueron invitados por Roberto, Quedaron maravillados de la carne tan bien preparada y de la atención de Juan y del resto de los habitantes, tanto que les pidieron organizar otro para un par de semanas después y ellos traerían a sus amigos, por supuesto correrían con todos los gastos.
El asunto funcionó y a Roberto se le ocurrió organizar algo así como un comedor o parrilla, quizás otras personas podrían venir al pueblo a probar la carne, las bondades de su asador y la atención de la gente, así fue como la idea comenzó a funcionar, primero tímidamente y luego con mayor fuerza el pueblo se reconvirtió y otros restaurantes abrieron. Luego un alojamiento modesto dio paso a un pequeño pero coqueto y bien atendido hotel.
La popularidad del lugar comenzó a subir y en poco tiempo el término “pueblo gastronómico” se instaló en el lugar, mucha gente de la zona tuvo un nuevo trabajo, poco a poco el pueblo revivió de una muerte segura.
Hoy en día ya existe un circuito de pueblos gastronómicos en toda la provincia de Buenos Aires y si bien el ferrocarril ya no funciona en todos ellos, la suerte, la bonhomía y la visión de un par de hombre que nunca se dieron por vencidos evitaron que varios de esos pueblos desaparecieran.
Hoy Juan y Roberto son socios, tiene su propio local gastronómico y han ayudado a varios a abrir otros nuevos.
Muchas veces Roberto piensa en esas palabras que le dijo a Juan el día que el ferrocarril cerró para siempre, todos los días agradece a Dios no haber tenido el coraje de decirle que no viniera más.
Héctor Gugliermo
La fotografía que ilustra el escrito ha sido tratada por mi con GIMP 2.8.
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Un placer saludarle nuevamente estimado amigo, deseándole un año de prosperidad y abundante producción literaria para deleite de sus seguidores.
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Muchas gracias querido amigo! vamos para adelante que este año será de gran cambio para tu país.
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Que bonito💛
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Muchas gracias por tu opinión.
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