Todas las ciudades, pueblos, villas y caseríos en cualquiera época poseen sus personajes simbólicos dependiendo del quehacer humano de cada uno en particular. Ricardo Antonio Rodríguez Sequeda, era el nombre de bautizo del afable “Mapurite” o “Ricardo Mapurite”, como indistintamente se nombraba en Villa de Cura a este hombre por allá en las décadas del 50, 60 y 70. Hijo de los labriegos Antonio Rodríguez y Agripina Sequeda.
Personificaba a un individuo con instintos inteligentes, aun cuando andaba constantemente trajeado de bragas de trabajo, sucias, percudidas, con una humildad extrema que no era aparentada; dispuesto siempre a adjudicarse cualquier clase de trabajo honesto, desde mensajero, lavador y pulidor de carros, reparador de toda clase de electrodomésticos y de otros elementos que alguien tuviera que componer en casa, relojero, mecánico. Genuino autodidacta, aprendió los secretos de la música y a conducir automóviles por su cuenta.
En la época cuando la puya, el medio y la locha tenían valor, hacia muchas cosas buenas de trabajo y de artista popular. Un hombre sano, de verticalidad comprobada. De tamaño y contextura regular y pelo liso abundante que le caía a los lados de la cara. Era un hombre humilde pero distinto a los otros. Conversador y echador de broma, en su sencillez dicharachera y divertida era donde se refugiaba aquel artista que sabía fabricar un instrumento musical de cuerda y de cuero, hasta saber tocar a la perfección la armónica, una guitarra grande, un cuatro, una marimba, tenía una facilidad natural para ejecutar el piano, sin que nadie lo enseñara.
Se relacionaba con personas de su misma situación social pero también con gente de renombre. Muchas veces lo vi platicando y compartiendo con el doctor José Fernández Budanauot, don Ramón Hernández, el doctor Humberto Esàa y don Ignacio Acosta Gadea. Fundó hogar con la calaboceña Clara Ramona Rodríguez Gómez, de su misma fragilidad humana, quien aun vive ya anciana con la espalda doblada por el tiempo en el sector de Aragüita. El grupo familiar vivió muchos años en casa propia en la calle Urdaneta en la entrada del barrio La Represa, bajo el verdor de una frondosa mata de cotoperiz, llamada hoy esquina “La Tigrera”, y de cuya unión nacieron tres hijos varones y una hembra.
En el salón de billares del bar Palumbo; en la casa de familia del doctor Chalbaud Troconis; lavando y cuidando los salones del Bar Savery, muchas veces amenizando una velada musical en sus instalaciones; reparando un desperfecto al camión ganadero de Domingo Quintana, o tal vez arrancando con una manilla el camastrón de Edgar Macero; a veces en el solar arreglando un radio picot, o entonando algún instrumento musical; siempre era fácil encontrarlo a cualquier hora en estos menesteres. Sus amigos más íntimos entre los cuales se hallaba “Meneco” y Manuel Jiménez, “El indio Eulogio” rebuscándole la vuelta a su apodo, para que sonara distinto, le adornaron el mote y le encajaron “Mapuriflor”.
Mi compadre el Negro Francisco Matute me contaba que en la casa del odontólogo Chalbaud Troconis en la calle Miranda, frente a doña Providencia Hurtado, lo querían mucho; saboreaba sus comidas y bebidas, le regalaban agua de colonia, ropa, zapatos nuevos. Algunas veces lo vestían de paltó y camisa manga larga, se engominaba el cabello con brillantina Palmolive y un fin de semana el médico se lo llevaba en su auto para Caracas, para que animara con música de piano las tertulias nocturnales de la familia. El entorno siempre lo convertía en amigable.
Cuando era joven –la única vez- junto con otros fue convencido por unos cineastas venidos de Caracas para participar en el rodaje de una película sobre la primera batalla del sitio “La Puerta”, en los límites de los estados Aragua con Guárico. Se quejaba porque su intervención fue muy efímera ya que el guión exigía de entrada que cayera mortalmente herido de un certero lanzazo en el pecho. “Yo nací para morir dos veces falta una”, le comentaba a su gente en un banco de la plaza Miranda.
Conversando posteriormente con él en la calle me contó que, gozó mucho porque toda la noche anterior estuvo soñando que se replegó junto con el oficial Vicente Campo Elías, montado en el anca de su caballo, por la decisión de capitulación del jefe patriota ante la arremetida realista en las hostilidades.
Conocimos su mundo de norchienago y su espíritu empapado siempre de escenario divertido. Mapurite lomaba licor pero nunca en exceso. En sus andanzas bohemias era capaz de acompañar a una serenata bajo el claror de la luna o una reunión de amigos de esas que no terminan nunca.
Hace ya más de cuarenta años que su vida se acabó, lo rindió el cansancio y la presencia de una enfermedad tradicional; fue bajado el cajón por cuatro hombres por la calle larga, los vecinos de la cuadra y el barrio La Represa cargaron el féretro hasta el cementerio. Los negocios de don Francisco Martínez y su hermano don Pompilio Martínez cerraron las hojas de sus puertas, como era costumbre cuando pasaba un entierro por el frente en señal de respeto. Mil recuerdos fueron quedando del buen amigo “Ricardo Mapurite”. Bien lo dice la letra de una canción mexicana de Pedro Infante: “La vida es un sueño y la muerte su despertar”.
La Villa de San Luis, octubre 2018
@oscaroef, leer sus posts es algo ameno e instructivo. Es recapitular la historia de un pueblo a travès de las microhistorias de sus habitantes, esos seres normales que, sin embargo, entre lineas vivieron vidas extraordinarias. Qué hermosa tarea se ha autoasignado como es la de dar a conocer nuestras historias villacuranas en esta ventana internacional. Felicitaciones. Un placer visitar su blog.
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Me honra @dodokan con su visita agradecido de su apoyo y su invalorable comentario. Muchísimas gracias amigo y paisano.
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Lo que me gusta de Steemit, es ue se puede aprender mucho de historia, gracias por compartirnos este pedacio de tu tierra. Te dejo mi voto directamente en tu billetera. Un abrazo :)
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Muchas gracias @rahesi por compartir nuestras inquietudes suerte amiga.
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Gracias a @steemitboard por la visita y compartir
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