Como esperaba, el intento de la Bruja de la Noche que encontramos en el Convento de Santa Clara de disuadir a la Organización de interferir en sus asuntos, no tuvo ningún efecto. Al día siguiente, Almeida me llamó para investigar otro portal.
En el otro lado de los portales que atravesamos en los días siguientes, no encontramos nada relevante. ¿Por qué las Brujas de la Noche habían creado aquellas travesías? No teníamos forma de saberlo. Tal vez estaban relacionados con ataques abortados o sólo eran para observación y reconocimiento.
Sólo uno se mostró remotamente interesante, ya que llevaba hasta un punto cerca de la orilla del río Lima, en las afueras de Viana do Castelo. Seguramente fuera de allí que habían lanzado el ataque al reino del Rey de los Islotes; pero, en aquél momento, no nos ayudaba mucho.
Finalmente, uno de los portales nos llevó a un lugar de oscuridad absoluta. Encendimos las linternas y luego nos dimos cuenta que nos encontrábamos en un túnel. Las paredes, el techo y el suelo estaban formados por bloques y losas de granito.
Estábamos demasiado profundo para que funcionaran los GPS y, sin una abertura por la que mirar, no teníamos forma de saber en qué parte del país (o quizás del mundo) nos encontrábamos.
El túnel se extendía en dos direcciones, por lo que Almeida eligió una al azar y comenzamos nuestra exploración. Sabiendo de nuestro encuentro con goblins y criaturas aún peores, y de la muerte de sus compañeros en Vila do Conde, los soldados de la Organización ataron sus linternas a sus armas y avanzaron con éstas en ristre.
Habíamos caminado poco más de cien de metros cuando nos encontramos con los primeros habitantes de aquél túnel. No se trataban de trasgos, goblins o cualquier otra criatura que hubiésemos encontrado antes. Después de aquella misión, los llamamos trogloditas, porque eran vagamente parecidos a humanos, pero tenían cabezas chatas sin ojos y piel extremadamente pálida.
Aparentemente, detectaron nuestra presencia antes de que los viéramos, porque avanzaban con armas de madera y sílex en nuestra dirección. Así que se acercaron, nos arrojaron lanzas y piedras afiladas, sin embargo, estas armas primitivas nada podían hacer contra los cascos y el otro equipo de protección que empezamos a usar después de la expedición a Vila do Conde. No obstante, las armas automáticas de los soldados de la Organización, no tenían ningún problema en matar a los trogloditas. Un par de ráfagas los derribó a todos.
Pasamos por encima de sus cuerpos y continuamos nuestra exploración.
El túnel cambió de dirección poco después. También empezó a descender, aunque con una inclinación muy sutil.
Avanzamos durante más de quince minutos, siempre en línea recta, antes de ver el final del túnel. Éste parecía desembocar en una caverna natural, pero no fue hasta que llegamos allí que nos dimos cuenta de la verdadera dimensión de ésta.
El techo se elevaba unos veinte metros sobre nuestras cabezas, muy por encima de lo del túnel, y las paredes se encontraban centenas de metros hacia los lados y adelante de nosotros. Había estalactitas y estalagmitas en varios lugares, y entre ellas serpenteaban caminos de tierra comprimida por cientos de pies. Aunque, al principio, no vimos ninguno, era obvio que los trogloditas frecuentaban aquél lugar en gran número.
Los soldados de la Organización formaron un perímetro alrededor de mí y de Almeida, y, con cuidado, empezamos a explorar la caverna.
No tardamos en encontrar a los primeros trogloditas. Un grupo de seis se reunía detrás de una estalagmita, hablando. Su lengua parecía extraña y primitiva a nuestros oídos, pero por la forma como hablaban, parecían tener una conversación trivial.
De repente, se callaron. Al principio, no entendimos por qué, pero cuando empezaron a alejarse de nosotros, nos dimos cuenta que nos habían detectado. Como no tenían ojos, era difícil saber cuándo se habían dado cuenta de nuestra presencia.
Los soldados de la Organización y yo miramos hacia Almeida esperando que nos dijera cómo reaccionar. Sin embargo, la decisión no fue suya.
Piedras afiladas comenzaron a caer sobre los soldados en la retaguardia. Éstos respondieron con disparos de sus automáticas, mientras sus compañeros derribaron a los trogloditas que habíamos visto primero. Sólo entonces, con nuestros oponentes más inmediatos derrotados, nos dimos cuenta realmente de la situación en la que nos encontrábamos.
A nuestro alrededor, se reunía una masa de trogloditas que se extendía hasta donde llegaba la luz de nuestras linternas. Y todos nos atacaron.
Los soldados de la Organización empezaron a disparar, pero ni sus armas automáticas podían detener a todos los atacantes. Finalmente, las criaturas llegaron a los soldados y nos atacaron cuerpo a cuerpo. A pesar de la sustancial defensa del equipo protector de los hombres de Almeida, la enorme cantidad de ataques de los trogloditas hacía casi imposible que algunos no encontraran una junta o enmienda más vulnerable.
Estábamos a punto de ser aplastados, cuando un grito detuvo a las criaturas. Tan pronto se alejaron, empezamos a mirar alrededor en busca de nuestro salvador. En la pared de la caverna, a unos diez metros del suelo, encontramos una cueva más pequeña. Destacada por la luz que emergía del interior, vimos la forma encapuchada de una Bruja de la Noche.
Ella hizo un gesto para que nos acercáramos. La multitud de trogloditas nos abrió un paso, y nosotros, de forma lenta y mirando constantemente alrededor, lo atravesamos hasta llegar a la pared.
– Suban – dijo La Bruja de la noche. – Quiero hablar con vosotros.
Entonces, ella desapareció hacia dentro de la cueva.
Uno por uno, subimos usando los varios apoyos excavados en la pared. Como era de esperar, los soldados fueron delante y detrás de Almeida y yo.
Cuando llegamos a la cima, la criatura nos esperaba sentada detrás de un escritorio cubierto de libros e instrumentos que no reconocí. Las paredes estaban cubiertas de estanterías, y había baúles cerrados en varios puntos. Las similitudes con nuestro anterior encuentro con una Bruja de la Noche eran obvias. De hecho, no podíamos estar seguros de que esa no fuera la misma criatura.
Como antes, los soldados rodearon y apuntaron sus armas a la Bruja de la Noche. Sólo entonces Almeida y yo nos acercamos. La criatura, que no se había movido o mostrado la más mínima reacción desde nuestra llegada a la cueva, esperó hasta que nos encontráramos junto al escritorio y luego dijo:
– Ya les dijeron que no tenemos ningún interés en vuestra estúpida raza. ¿Por qué siguen interfiriendo en nuestros asuntos?
– Ya les dijeron que vuestras acciones arriesgan revelar al público un mundo que no está preparado para conocer – respondió Almeida.
– No nos interesa que todos los hombres sepan de nuestra existencia, pero no podemos comprometer nuestros objetivos por eso. Son demasiado importantes.
– Entonces seguiremos interfiriendo en vuestros asuntos y lucharemos si necesario – dijo Almeida.
– No necesitamos más enemigos, pero no crean que no vamos a responder. Hable con sus superiores, dígales lo que discutimos e intentemos evitar contratiempos y derramamiento de sangre innecesarios.
– No creo que hablar con mis superiores vaya a hacer alguna diferencia.
La Bruja de la Noche permaneció en silencio durante unos minutos. Finalmente, dijo:
– En ese caso, no vale la pena posponer vuestro fin.
La criatura comenzó a mover sus manos para lanzar un hechizo. Los hombres de Almeida, entendiendo lo que ella estaba haciendo, no dudaron y abrieron fuego. Las balas, sin embargo, no parecieron tener ningún efecto en la Bruja de la Noche más que retrasar sus gestos.
Después de lo que había visto en las batallas contra las Brujas de la Noche, su invulnerabilidad a las balas no me sorprendió. Almeida, si quedó sorprendido, no lo demostró, y rápidamente gritó:
– ¡Corran!
Cuando llegamos a la salida de la cueva, dije:
– Salten sobre los trogloditas.
Así lo hicimos. Afortunadamente, las criaturas ciegas no tuvieron tiempo de preparar sus armas, y sus cuerpos, junto con nuestras armaduras, fueron suficientes para aliviar nuestra sustancial caída.
Doloridos, nos levantamos y nos dirigimos al túnel por el que habíamos entrado.
Al principio, los trogloditas no intentaron detenernos ni perseguirnos, pero la Bruja de la Noche pronto apareció en la entrada de su cueva y gritó algo en un idioma que yo no entendía.
Tuvimos que abrir camino a la fuerza a través de los últimos trogloditas de la multitud, y el resto nos persiguió, incluso hacia el interior del túnel.
Con los soldados de la Organización disparando constantemente hacia atrás, contra la horda que nos perseguía, corrimos hacia el portal que nos había transportado allí. Afortunadamente, éste no tenía ninguna bifurcación, así que no había riesgo de perdernos durante la confusión de la fuga.
Finalmente, llegamos a los cuerpos de los primeros trogloditas que habíamos encontrado, indicando que estábamos a punto de llegar al portal. La horda aún nos perseguía, a pesar de las docenas de criaturas que los soldados habían matado durante nuestra huida.
A medida que nos acercábamos al lugar de nuestra llegada, nos quedábamos más y más aliviados. Sin embargo, ese alivio se transformó gradualmente en desesperación mientras recorríamos el túnel sin que un portal nos llevara de nuevo al campamento. Finalmente, llegamos a una esquina, mostrando que habíamos recorrido todo el túnel. De alguna manera, la Bruja de la Noche había cerrado el portal, encerrándonos allí.
– ¡Sigan corriendo! – gritó Almeida, con un toque de miedo en la voz.
– Nos estamos quedando sin municiones – dijo uno de los soldados, insertando su último cargador en el arma.
Seguimos avanzando con la esperanza de encontrar una salida, pero después de la esquina, sólo había otro túnel oscuro; luego uno y otro más…
Los soldados empezaron a racionar las balas, disparando balas solitarias en lugar de ráfagas, permitiendo que los trogloditas se acercaran cada vez más. Y no había señales de que su persecución se debilitara.
La situación estaba desesperada cuando vi lo que parecía ser un pequeño rayo de luz saliendo de la pared. Apunté la linterna hacia allí, revelando lo que parecía ser un arco sellado con piedras de granito y viejo cemento, muy diferente de los bloques de piedra que formaban el túnel. La luz parecía salir de un pequeño orificio entre ellas.
– Puede que sea una salida – dijo Almeida al darse cuenta de lo que yo había descubierto. – Derriben la pared bajo el arco – ordenó enseguida a sus hombres.
Sus soldados ejecutaron rápidamente su orden. Los que tenían menos municiones usaron la culata de sus rifles para derribar la pared, mientras los otros disparaban contra los trogloditas para mantenerlos a distancia.
– ¡Rápido! – gritó Almeida.
La primera piedra finalmente cayó hacia exterior, seguida rápidamente por las demás. Una vez que se abrió un agujero lo suficientemente grande para pasar, emergemos, uno por uno, en un parque público. Los transeúntes se detuvieron a ver qué pasaba. Seguro que nadie esperaba ver gente saliendo de un arco sellado Dios sabe cuándo.
– ¡Salgan de aquí! ¡Corran! – gritó Almeida a los civiles, mientras sus soldados se alineaban frente a la abertura y se preparaban para recibir a los trogloditas.
La advertencia no funcionó. De hecho, los gritos de Almeida sólo atrajeron más curiosos. Afortunadamente, segundos pasaron y se convirtieron en minutos sin que hubiera señales de nuestros perseguidores.
Al cabo de quince minutos, Almeida ordenó a sus hombres que comprobaran lo que les había pasado a los trogloditas. Con cuidado, uno de los soldados metió su linterna y arma, seguidas por su cabeza, en el agujero que habíamos usado para escapar del túnel. Después de mirar en todas direcciones, se giró hacia nosotros y dijo:
– No veo a nadie.
– ¿Le temieron la luz del Sol? – comentó Almeida.
– Parecían ciegos, pero tal vez el Sol les afecte de otra manera – respondí yo.
Después de determinar dónde nos encontrábamos con la ayuda del GPS, Almeida pidió refuerzos por teléfono. Yo no necesité instrumentos electrónicos para saber dónde estábamos. El muro, los cañones, las calles estrechas y antiguas, el puente de acero sobre el río, todos esos elementos no dejaban duda: estábamos en Valença, más precisamente en la parte vieja de la ciudad.
Una hora después, llegó un helicóptero, seguido a la brevedad por varios camiones llenos de soldados. Bajo las órdenes de Almeida, ellos aislaron la entrada al túnel y comenzaron a explorarlo cazando a la Bruja de la Noche y sus trogloditas.
El helicóptero me llevó a Braga, así que no me quedé a ver qué pasó después, pero Almeida más tarde me dijo que sus hombres no encontraron ni a la Bruja de la Noche ni a ningún troglodita. Incluso los cuerpos de las criaturas que habíamos matado habían desaparecido. Sin embargo, los hombres de la Organización encontraron un complejo de túneles que parecía entenderse por todo el norte de Portugal y Galicia y quizás más allá. Según Almeida, explorarlo llevaría años.
Una vez más, las Brujas de la Noche dijeron y mostraron que no querían involucrarnos en sus asuntos. Después de echarnos de sus túneles, la Bruja de la Noche desapareció junto con las criaturas bajo su mando y cualquier señal de su presencia allí. Todo para ocultarnos sus objetivos.
Por supuesto, ese esfuerzo sólo aumentó mi curiosidad y la determinación de la Organización en descubrir lo que estaba pasando. Aunque aún no teníamos grandes pistas, esperaba que todo se revelaría pronto. Si hubiera sabido lo que sé hoy, habría aprovechado la oportunidad para dejarlo.
Publicado originalmente en https://brujasdelanoche.wordpress.com