Quietud y control.
La quietud me parece una fantasía, una quimera. Carecemos de innumerables potencias pero posiblemente la más anhelada es detener el movimiento, es decir, frenar el paso del tiempo. Este en sí mismo, de todas formas, no es sino nuestra representación cognitiva de que las cosas se mueven y no paran, ni se les ve ganas de hacerlo. Vaya paradoja la de asociar quietud con paz. No puedo concebir algo que me pueda impacientar más que el vacío, que es como la inmovilidad absoluta, pero llevada al negro. Yerro, porque si allí me consumiera la ansiedad ¿no querría decir eso que algo en mis tripas se mueve desenfrenadamente? Además, el objeto inmóvil necesariamente debe considerarse como el objeto con el movimiento más lento para todo marco de referencia eterno, por lo que aún para las criaturas mitológicas la analogía o equivalencia entre quietud y paz es inconcebible.
La paz es algo indefinible positivamente, lo que significa que no hay una lista de atributos, características y condiciones que completen el concepto. El concepto de paz con mayor grado de completitud se define negativamente: ausencia de conflicto. La humanidad, como especie, ha sido incapaz de aceptar que su apetito por un estilo de vida cada vez más cómodo es precisamente el origen de conflictos innumerables e interminables. El bienestar es un eufemismo que esconde la adicción por controlar con un infinito nivel de detalle cada aspecto de la vida. No es casualidad que en un solo siglo, ese que se caracterizó por suministrar masivamente una antes impensable provisión de beneficios que no creeríamos posibles de no ser porque están al alcance de la mano, la violencia humana acabara con tantas vidas humanas y no humanas como los peores cataclismos y desastres naturales. Nos hemos convertido en el más aberrante y virulento control poblacional.
La obsesión por el control es la madre de todos los conflictos, la impotencia manifiesta y exteriorizada de la frustración humana ante la imposibilidad de detener el movimiento. Aún así, al mismo tiempo, la sensación de control es lo más cercano a la quietud que podemos alcanzar, al menos desde el cuerpo. Incluso con suficiente esfuerzo pueden llegar a parecerse mucho. Pero ¿no es la necesidad de control lo que nos impacienta haciéndonos desear la quietud?, tal vez estamos condenados al circulo vicioso, a la ironía. Nada podría estar más alejado del conflicto, estoy seguro, que la aceptación totalmente consciente de lo innecesario y patético que es intentar controlar cada aspecto de la vida, propia y ajena. Hasta el agua sufre espasmos que la retuercen y nosotros, delirantes, queremos asociarle una calma que sólo es aparente. Pero lo que esconde esta patológica adicción al control en realidad es amor dependiente hacia los patrones, y es un completo absurdo que esa pasión por las estructuras, por la simetría y por la recurrencia, alimente tanto al arte y a la ciencia, como a la más enfermiza forma de control que es el ejercicio sistemático de la violencia.
No nos aterra lo suficiente que los pensamientos jamás se detengan. Nos invaden por cientos de miles durante el día y aunque la experta en meditación afirme lograr el vacío, irónicamente, sin espantarse por la sola idea, se apoya en imágenes para lograr el estado de ensoñación voluntaria, es decir, en pensamientos no verbales. ¿Qué es más aterrador, la evidente impotencia para detener el movimiento como quiera que se presente, o la asechanza del vacío como hecho cierto? Los únicos pensamientos que parecen gozar de quietud son las palabras en forma de sentencias que pronunciamos o escribimos, algunos símbolos y uno que otro recuerdo. Las cadenas de signos quedan grabadas en el aire o en el papel hasta que un receptor descuidado las codifica. Así son las palabras, inmortales aunque muertas, inmóviles. Cuando la memoria o la lectura las traen a la vida de nuevo nos desprecian, aunque en silencio absoluto, en completa paz.
El cuerpo nos ofrece, quizás como irónica dádiva, cierta libertad para ejercer control sobre él, porque si no ¿para que querría el ego humano estar encarcelado? Así, tenemos la capacidad de administrar algunas de sus funciones, pero otras ni siquiera podemos concebirlas como parte de la consciencia despierta. Indudablemente hay procesos demasiado importantes en el cuerpo como para dejarlos en manos del control central de la mente consciente y razonadora, que no racional, son cosas muy diferentes. El sistema corporal humano parece no haber encontrado adaptativo el control central de todos los procesos fisiológicos y hoy podríamos afirmar que esto se dio para nuestra fortuna, pero ¿será que en el fondo la incapacidad para ejercerla absolutamente en su propio cuerpo, es lo que hace que los sociópatas adictos al control quieran imponer la dictadura sobre el cuerpo de los demás?
Al no poder siquiera entender, ni mucho menos predecir cuándo habrá una falla renal, hará metástasis un cáncer, se manifestará una condición congénita, o nos atacará una enfermedad autoinmune, volcamos sobre nuestra incertidumbre la externalización de esta necesidad patológica por controlar, en busca de afirmar el impotente y herido ego. Es por ello que sabemos hace milenios, tras investigaciones y pesquisas de todo tipo que han consumido vidas enteras, e indagaciones de generaciones y generaciones, que la respiración es el único proceso fisiológico proclive de control central y que a través de este control logramos el movimiento continuo, perfectamente periódico y armónico, que a ojos del observador sempiterno, como concepto abstracto por supuesto, no es otra cosa que la quietud misma. ¿Tenemos entonces, metafóricamente, el mecanismo para detener el tiempo insertado justo en nuestro cuerpo?, ¿Acaso la paz está al alcance de unas cuantas exhalaciones? En todo caso, el vacío, la quietud obscura, me sigue produciendo escalofríos.