LA DISCINCRONIA PERFECTA, del disparate nace la belleza, la vida es una cadena de disparates que al final termina en un naufragio; de la humanidad, de una región, de un país, de una Familia o de un individuo, no importa, es igual. Y de cada naufragio sobrevivirás; sobreviviremos y continuaremos cometiendo disparates, no se trata de juzgar las circunstancias, lo que sucede es lo que sucede, y de nada sirven las lamentaciones, sobre todo cuando intentamos ser adultos, porque cuando somos niños y nos quejamos, es posible que consigamos a un cuasi adulto que nos busque la solución, pero normalmente en la vida, quejarse, cuando las cosas no son de nuestro gusto, no produce ningún resultado, “para que pollo pilla, si gallina no tiene tetas” solía decir mi sabio padre. Y no estoy hablando de conformarnos con las circunstancias, sino incluso de transformarlas a nuestro favor. Pero, para ello debemos cambiar la forma en que miramos el mundo, y todo lo que sucede a nuestro alrededor. De alguna manera, quizás se trate de recuperar la inocencia de la infancia, esa que nos hace adaptarnos a las circunstancias sin juzgarla, así como los niños en un desastres de cualquier tipo; de origen natural o humano, en los que se les ve jugando, haciendo amigos y compartiendo como si no se percataran de la gravedad de lo que está sucediendo, simplemente flotan sobre la tragedia. La cuestión, quizás no es evaluar sí lo que está sucediendo es bueno o malo; sino simplemente aceptar el hecho, que está sucediendo y lo qué se debe hacer en cuestión, porque si no, nos perdemos la película, por decirlo de alguna manera, nos quedamos atrapados en el circulo vicioso del anhelo y la lamentación. Espero que suceda algo, lo cual no sucede y luego entonces me frustro, me lamento, me deprimo y sigo esperando, me lleno anhelos y luego de lamentaciones. Como decía mi padre, disculpen la nostalgia, es que no puedo dejar de recordar sus enseñanzas, en forma de refranes que repetía a diario, “el que vive de ilusiones, muere de desencanto”.
La realidad dicta una pauta que debemos seguir, como el golpe rítmico de un tambor, que es imposible evadir, cuando rompemos el tiempo que nos dicta el golpe del tambor, se crea la di sincronía; el disparate, que cambia el rumbo de los acontecimientos, se produce el desastre, obligando el reacomodo del sistema, en nuevas formas de funcionamiento, superiores a las formas que lo condujeron al desequilibrio. De esta manera, la di sincronía nos empuja al borde del caos; a la necesidad de reacomodo de la melodía perdida; del tiempo perdido, es un momento que nos lleva a nuestra zona de máximo potencial creativo, de esta manera se estresan las estructura y se ven obligadas a cambiar; no hay mal que por bien no venga, reza el antiguo adagio popular.
La reflexión anterior me hace recordar un chiste, de esos que se cuentan, entre tragos en algún antro; se trata acerca de un señor que tenía una grave y penosa enfermedad, de origen y tratamiento desconocido, que afectaba la posibilidad de conservar sus miembro viril, en otras palabras estaba a punto de perder el pene. Aquel podre hombre, desesperado por tan terrible amenaza, visito sin tregua innumerables médicos de todo el mundo, sin conseguir en ninguno; alivio, ni solución. Ya en completo estado de desesperación, decide hacer un largo viaje para consultar a un viejo medico chino, muy renombrado por su sabiduría. Este después de un análisis concienzudo del caso, le comenta >>médicos capitalista malvados, solo buscan especular, para sacarle su dinero, este ser caso fácil, no es necesario operar<< mientras se notaba una mirada de alivio en el angustiado personaje. A continuación, el médico le pide que por favor bajé de la camilla y salte fuerte sobre los talones, instrucción que el esperanzado sujeto obedeció animosamente, para quedar inmediatamente pasmado al ver como su apreciado apéndice genital, se desprendía para caer inerte al suelo, ante lo que el doctor con una sonrisa irónica, agrega, >>puede ver, no era necesario operar, ni gastar dinero, caer solo, jajajajajaja<<. Todo problema termina, de alguna manera cuando se termina jajajaja.
Hablemos de disparates, de eso sabemos mucho los venezolanos. Que venimos cometiendo muchos de ellos desde el mismo momento que se creó el nombre de este proyecto de nación llamado “Venezuela”. La mayoría explica su origen en que las casitas flotantes de la laguna de Coquivacoa, las cuales le recordaron al conquistador español una Venecia pequeña, no en tamaño como seguramente lo seria, si no como eso, una veneciela; algo así como Venecia, y no es esto un disparate, en que se pudiera parecer nuestros apacibles poblados flotantes de Coquivacoa, a la opulenta y convulsionada Venecia de la época. Imaginasen si vamos de disparate en disparate, que el Almirante Cristóbal Colon se murió, creyendo que había llegado a las indias occidentales. Y mayor disparate, no puede haber, que el cometieron los que se embarcaron con él, o no les parece un soberano disparate, producto de la locura y la desesperación, el montarse en un barcucho de madera, impulsado por el viento, para atravesar un océano, el cual se suponía, plagado de mostros y que terminaba en una cascada que se precipitaba al vacío.
A partir de este disparate fuimos colonizados, palabra esta que a pesar de su semejanza con el nombre de nuestro descubridor, no tiene nada que ver con esté, su origen se remonta a tiempos muy anteriores al descubriendo de América. Por cierto, qué curiosidad, nuestro continente no lleva el nombre de su descubridor, como es costumbre, si no el de un tipo con suerte, que estaba por ahí, en el momento preciso, hizo unos mapas y los firmo, y así se quedó, América, por el Vespucio.
Nuestros Padres fundadores, como me gusta llamarlos, los españoles que nos colonizaron, son literalmente nuestros padres, representan nuestro origen genético más recientes, provenían de generaciones de guerreros, que lucharon durante siglos contra los moros, que si eran unos verdaderos guerreros, los terribles moros, que mantuvieron en jaque a Europa, durante siglos, después de la caída de Roma. A diferencia de nuestros ancestros indígenas, que ni siquiera conocían los metales y apenas tenían para defenderse; arcos, flechas, piedras y macanas, con los que muy poco podían hacer, contra el acero español. De manera que nuestros padres españoles, no eran buenos, decíamos que eran guerreros, sedientos de sangre, aventura y sobre todo de la fortuna, que no les había cumplido la guerra. Solo eran guerreros, a qué podían dedicarse, no eran agricultores, ni artesanos, ellos solo sabían matar. Y Ultramar les hacia la promesa de ciudades hechas de oro puro, y se lanzaron hacia esta loca aventura, imaginasen, sería algo semejante hoy día, a decidir un viaje para colonizar el planeta Marte, un viaje del que casi seguro, nunca volverías, que tipo de personas serían capaces de enrolarse para un viaje con estas características, con toda seguridad deberían haber sido personas; sin mucho que perder, poco adaptadas a sociedad, que huyen de la sociedad y de sí mismos, personas que buscan la muerte como una forma de encontrar la vida. Pero además de imprudentes y suicidas, los candidatos para semejante empresa, deberían ser muy poco sentimentales, además con gran talento, para una gran tarea, así como gran codicia y desapego emocional, prácticamente estamos describiendo a verdaderos psicópatas. Esto nos permite imaginar las características de estos argonautas, a los que debemos reconocer le debemos nuestra herencia genética.
A nuestros ancestros indígenas solo les quedo huir; ser esclavizado o morir. No había defensa posible, contra la furia sobre dimensionada, por la codicia y el dolor de estos gigantes forrados en metal, con el trueno en sus manos, montados sobre mitológicos animales, como venidos de otro mundo. Y así nuestros indios solo les quedo la esclavitud y la muerte, sobre todo la muerte, y por otra parte nuestras madres indias, se entregaron como trofeo de placer y símbolo de gloria, a nuestros padres conquistadores, que se dedicaron desde su llegada, además de sobre vivir perezosamente, a buscar el dorado, a matar indios y a preñar indias. Somos el producto de la tragedia, del dolor, de las circunstancias, debemos aceptarlo de esa manera, es nuestra terrible historia, no menos terrible que otras tantas historias, de otros pueblos del mundo, ojala pudiéramos contar historias distintas, pero el dolor, la tragedia, el disparate son el común denominador de nuestro tránsito por este planeta. Este mágico Planeta en el que por decisión divina debe convivir la belleza y la crueldad en armonía.
De manera que lo queramos aceptar o no, nosotros los criollos, como nos gusta ser llamados, somos hijos de un guerrero español y de una india. Unas pocas centenas de españoles varones engendraron en pocas décadas, miles y miles de criollos, que pronto se hicieron millones, y ese es el origen de los venezolanos; de esta encuentro étnico, de gran violencia y dolor, venimos nosotros. A diferencia de la colonización en América del Norte, a la América española vinieron muy pocas mujeres, nuestros padres eran hombres de a caballo, que llegaban; mataban, preñaban y se iban a buscar el dorado, dejando a su paso un reguero de indios muertos, y de indias con el vientre lleno. Así como nuestros padres españoles no eran bueno, como decíamos, no podían serlo, porque eran guerreros, nuestros ancestros indígenas no eran buenos necesariamente tampoco, quizás solo incapaces de sobrevivir a un encuentro de culturas y genes que les exigió un conjunto de condiciones, con las que no eran capases de competir. Digo esto porque tenemos la tendencia a desestimar nuestros orígenes ancestrales, de alguna manera siento que cuando hablamos de ancestralidad, hablamos solo de nuestra herencia aborigen, con los cuales nos identificamos con facilidad, y los juzgamos como buenos y nos cuesta mucho identificarnos con nuestros ancestros españoles, porque los juzgamos como malvados. Conseguir una identidad, pasa por el reconocimiento de nuestros orígenes En estos días veía en la TV, un programa en que el hijo de Pablo Escobar Gavidia, uno de los peores asesinos de la historia reciente de la Humanidad, entendía a su padre más allá de lo bueno y de lo malo, como ser humano, despiadado pero su padre, y explicaba como este reconocimiento formaba parte importante para su identidad como individuo. Así como le toca a él reconocer y perdonar a su padre que era un perverso, así todos tenemos que recibir nuestra herencia, lo que nos dejaron nuestros padres y abuelos, no es una elección, no podemos renunciar a nuestra herencia, en algún momento deberemos regresar y buscarla o nunca podremos tener una buena estima, por nosotros mismos, si no somos capaces de regresar a recoger lo nuestro que antes despreciamos. El evangelio dedica uno de los mandamientos cristianos, a honrar al padre y a la madre, no a juzgarlos; no a evaluarlos porque cuando juzgamos a nuestros padres y sobre todo a nuestros ancestros, solo podemos especular, como ponernos en los zapatos de una de estas personas, de las que descendemos, que quizás fuimos nosotros mismo, en otras vidas, como juzgar hechos vividos hace tanto tiempo. Cada acusación que lanzamos contra ellos, la estamos lanzando en realidad contra nosotros mismos, auto imponiéndonos contratos que no podremos cumplir, haciéndonos entonces de las culpas que nosotros mismos creamos. Nuestros ancestros hicieron lo que hicieron, no hay manera de evaluar sus circunstancias, seguramente cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo. Lo cierto es que gracias a ellos, a nuestros padres españoles y a nuestras madres indígenas, y toda la locura de la conquista, somos lo que somos y estamos a aquí, hoy.
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